AFP

Observando la fiesta del Partido Comunista de China en Pekín

La República Popular de China no celebra el desfile para el pueblo sino como un espectáculo para los medios estatales

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10 de octubre de 2019 a las 16:39

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Por Yuan Yang

"¿De qué te sentís orgullosa hoy?", me preguntó un amigo mientras entraba a mi apartamento. Era la mañana del 1º de octubre, el Día Nacional de China, que marca la fundación de la República Popular hace 70 años. Estaba organizando una fiesta para ver el desfile, más por necesidad que por orgullo. Varios de nosotros éramos periodistas que veíamos las celebraciones por trabajo, mientras que el resto estaba allí por el "re nao", o "calor y ruido", del acto. Pero la única forma de verlo era por televisión.

A pesar de que todos vivíamos a poca distancia en bicicleta de la ruta del desfile, estábamos en la misma situación que el resto del país: no teníamos permiso para asistir. El área alrededor de la avenida Chang'an, la calle principal que va de este a oeste pasando la Plaza de Tiananmén, había estado cercada durante días. La República Popular no estaba celebrando el desfile para el pueblo: era un espectáculo para que los medios estatales lo transmitieran cuidadosamente.

Se tomaron medidas estrictas para evitar filmaciones no profesionales del desfile. Al igual que todas las oficinas orientadas hacia o cerca de la ruta del desfile, la oficina del Financial Times había recibido instrucciones de dejar nuestras ventanas y persianas cerradas los días de ensayo y el día del desfile. Si quedaban cortinas abiertas, nuestros gerentes inmobiliarios tenían autorización para derribar las puertas y cerrarlas. El día antes del desfile, noté que mi persiana la habían bajado con tanta prisa que su cordón de pequeñas cuentas de plástico se había roto.

Cuando abrí las cortinas de mi habitación en la mañana del Día Nacional, me sorprendió ver que la ciudad estaba llena de un smog amarillo. En los días de celebración nacional nos hemos acostumbrado a los cielos azules gracias a los cierres de fábricas estatales y a sus magos del clima, quienes pueden implementar una siembra de nubes y provocar la lluvia que elimina la contaminación atmosférica.

Los amigos llegaron atravesando la bruma, pedaleando por caminos repletos de guardias. Un oficial en la esquina de la avenida Chang'an se quejó de que tendríamos una mejor vista desde casa que él, pues estaba situado demasiado lejos del desfile como para verlo, y se le había prohibido mirar su teléfono. Debía permanecer allí hasta el anochecer.

Un amigo trajo un proyector portátil, económico, efectivo y fabricado por Xiaomi, una compañía fundada hace nueve años durante el auge tecnológico de Pekín. Después de conectarlo a la red inalámbrica, su software dio la opción predeterminada de ver la transmisión de las celebraciones del Día Nacional de la Televisión Central de China (CCTV); sólo tuvimos que darle un clic.

Fuimos uno de los 700 millones de dispositivos que observaron el desfile, según nos dijo CCTV. Al final del pasillo, podía escuchar la música del desfile a través de la puerta abierta de mis vecinos con unos segundos de retraso.

En la pantalla, la caravana del presidente Xi pasó por la avenida Chang'an, mientras la cámara hacía tomas alternativamente de su rostro impasible y de las cabezas de los soldados que pivotaban lentamente en sincronía hacia él. Varios amigos comentaron que la estética recordaba la de Corea del Norte.

"Fuimos nosotros quienes enseñamos a los norcoreanos a verse así", dijo uno.

Nuestros amigos en WeChat también demostraban que estaban observando el desfile publicando fotos en sus redes sociales. Millennials y abuelos, académicos y obreros, expresaban palabras de celebración. Un criador de cerdos adolescente compartió un vídeo de sí mismo saludando la pantalla con la transmisión de la CCTV.

Se celebra toda una gama ambigua de ideas. Muchos celebraban su país: China, una patria formada por características geográficas, personas y recuerdos. Pero el Partido Comunista de China (PCCh) ha intentado durante 70 años convertirse en sinónimo del gobierno y convertir al gobierno en sinónimo del país.

Siempre es decepcionante ver a los expertos buscando la frase "lavado de cerebro" para describir las actitudes políticas de los chinos. Cada uno de mis amigos tuvo la opción de elegir qué escribir en las redes sociales. Un amigo que trabajaba en relaciones gubernamentales para una empresa tecnológica publicó una simple oración de felicitación. Otro, que se quejó de la yuxtaposición en el desfile de mensajes de "unificación pacífica" con misiles balísticos intercontinentales, fue duramente criticado instantáneamente por los patriotas. Algunos dejaron entrever las tensiones de ser patriotas bajo un gobierno represivo que se identifica con el país. "Soy miembro de una minoría sexual", escribió un amigo homosexual, "y también amo a mi país".

Todos los que publicaron algo en las redes sociales tuvieron sus propios motivos: expresar amor por su hogar; repetir habitualmente las frases patrióticas perfeccionadas durante años de escolaridad; sentirse parte de un movimiento más grande que ellos mismos; mostrar resiliencia ante el empeoramiento de las sanciones comerciales estadounidenses a China; poner algo en las redes sociales para recordarle al Internet que ellos existen.

Como crecí en el Reino Unido, un país donde se estimula más la autocrítica pública que la sinceridad, la celebración alegre del patriotismo fue algo novedoso para mí. Eso no quiere decir que los británicos no sean nacionalistas; es sólo que no lo hacemos con fuegos artificiales. A diferencia de mis amigos chinos y estadounidenses, nunca he visto una ceremonia de izar banderas en la escuela. Me dirigí a un amigo chino-estadounidense que se había mudado recientemente a Beijing procedente de Nueva York y le pregunté: "¿Así es el cuatro de julio (Día de la Independencia de EEUU)?"

"Claro que no", respondió. "Es una celebración espontánea, donde la gente organiza sus propias fiestas". Aquí, sólo había una fiesta, la fiesta del Partido. Y no nos habían invitado.

Si sentí algún orgullo, fue orgullo por todo lo que China ha logrado, de ser un país en el que mi padre tenía que pagar las cuotas de su escuela secundaria con carretillas de camotes hasta convertirse en un país en el que mis amigos y yo podíamos sentarnos a ver una imagen de televisión de alta definición mientras hablábamos sobre nuestros viajes al extranjero.

Era orgullo por los menospreciados internacionales, o más bien, los aproximadamente mil millones de menospreciados individuales que habían construido el país. Tiene que haber un recuerdo de las penurias para que el orgullo sea moralmente gratificante: "Empezamos de cero y ahora estamos aquí".

Les pregunté a los amigos chinos que viven en el extranjero cómo se sentían. "Hoy me desperté sintiéndome extremadamente orgullosa; recordé a mi abuelo, que luchó en las guerras", me dijo una amiga en Londres. No le entusiasmaron mucho las exhibiciones de equipamiento militar. "La gente debería ser lo principal del desfile".

Nuestra generación de clase media experimenta las penurias de forma indirecta, a través de las historias de nuestros parientes mayores. A nuestros hijos, a su vez, esos recuerdos les parecerán aún más distantes.

Quizás es por eso que el Partido le sigue recordando al pueblo chino sobre sus penurias históricas, creándolas y convirtiéndolas en armas para reforzar el nacionalismo y la xenofobia.

"No olviden nuestra humillación nacional" es un lema tan repetido que incluso me lo encontré en un monumento a los caídos en una reciente jornada de senderismo por las montañas de Pekín. No olviden a los enemigos extranjeros que una vez nos colonizaron, y cuán cerca podrían estar de volver a hacerlo hoy.

El gobierno chino, que alguna vez fue menospreciado internacionalmente, ahora ejerce su poder violentamente sobre muchos a nivel doméstico y en el extranjero. Me siento orgullosa de cuánto ha crecido el país de mi familia, pero tengo miedo del daño que ha causado o que puede causar.

En los días de ensayo en las semanas previas al Día Nacional, me quedaba dormida escuchando las explosiones sordas, como truenos o disparos. El mismo día, los cañones en la Plaza de Tiananmén hicieron exactamente 56 disparos, uno por cada una de las minorías étnicas clasificadas por el gobierno de China.

Más tarde ese día, la policía de Hong Kong confirmó que se habían hecho seis disparos con munición real durante las protestas cada vez más intensas durante ese día contra la injerencia de Pekín en la ciudad autónoma. Uno de los disparos había sido hecho a corta distancia en el pecho de un estudiante de secundaria.

El día después del Día Nacional, los habitantes de Hong Kong se lanzaron a las calles nuevamente para protestar contra el tiroteo. En el momento en que se imprimió esta historia, el estudiante seguía luchando por su vida.

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