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Ocuparse de los problemas

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22 de noviembre de 2019 a las 05:04

Finalizó la campaña electoral, que comenzó con las elecciones internas de los partidos políticos y cerró con la instancia de balotaje entre los candidatos Luis Lacalle Pou (Partido Nacional) y Daniel Martínez (Frente Amplio) que el próximo domingo se define en las urnas, y comienza un nuevo tiempo.

El próximo lunes 25, gane quien gane, empezará el tiempo de la verdad. Un período de transición –esperemos que ordenado como ya es costumbre– y en el que veremos las primeras acciones de cara a los acuerdos políticos imprescindibles para un gobierno sin mayoría propia.

Se empezará a ver la habilidad del próximo presidente para conseguir un piso mínimo de gobernabilidad y así poder liderar un conjunto de reformas tan imprescindibles como urgentes a partir del 1° de marzo. Y su capacidad para sortear el desafiante reto de encontrar soluciones multipartidarias a los problemas fundamentales del país, sobre los cuales ha habido una amplia coincidencia en la campaña electoral.

En el campo económico, hemos insistido sobre el preocupante déficit fiscal que araña el 5%, lo que no es sostenible en el tiempo, sin poner en riesgo el grado inversor, una calificación fundamental para el buen crédito del país.

¿Qué hacer? Además de aprobar medidas que apunten a una baja estructural del gasto público –reforma de la seguridad social y una baja paulatina en el número de funcionarios públicos, por ejemplo– es clave el poder de convencimiento del futuro presidente para que el sistema político –no solo una mayoría circunstancial– acuerde una regla fiscal como un mensaje contundente a favor de una gestión responsable del Estado.

El problema del mercado de trabajo es inocultable y en parte está atado al peso del Estado en la economía, un ancla para el sector privado, además de las leyes laborables que obstaculizan la flexibilidad que impone una economía moderna. No solo por el lado del desempleo, sino también en la creación de empleos de calidad, graves impedimentos que más hieren a los jóvenes. 

Concatenado a lo anterior, la crisis de la educación que tiene enormes perjuicios individuales y colectivos. Una mala formación educativa –como la que ofrece Uruguay– se refleja en una baja calidad del empleo, y en menos oportunidades para la población económicamente activa; en último término, golpea a la aguja de la productividad del país y al valor agregado de los bienes y servicios que pretendemos vender al mundo.

Y si hablamos de la caída de la enseñanza, es insoslayable mencionar las preocupaciones de los uruguayos por el aumento de la violencia y el delito en general, con consecuencias negativas para la convivencia en sociedad. 

Creemos que una clara mayoría de ciudadanos, sin ataduras ideológicas, respaldan una acción categórica en la economía, la educación y la seguridad. Se necesita un claro mensaje político de que estamos proyectando el futuro mirando bien lejos.  

Pensar “en grande”, recomendaba el filósofo español José Ortega y Gasset, así como la actitud de ocuparse de los problemas. Y hoy más que nunca, en una región en que la mayoría “silenciosa” ya no oculta su malestar con la política.

 La frase “¡a las cosas, a las cosas!” con la que Ortega y Gasset aguijoneó a la Argentina de la década de 1930, tiene una asombrosa vigencia también para nosotros.

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