Silvana Fernández

Olivier De Groote, el belga que vende waffles en el puerto de Punta del Este

Hace 18 años llegó al departamento esteño con su esposa uruguaya, hoy vende el postre típico de su patria

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08 de enero de 2019 a las 05:04

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Un brillante rayo de sol cae en la esquina del Yacht Club Punta del Este, la tarde está ventosa y una bandera de Bélgica flamea con fuerza. En la intersección entre la rambla del puerto y 2 de Febrero, a 45 grados de la Seccional 10 de la policía, descansa Olivier De Groote sentado bajo la sombra de una palmera. Los veraneantes o los habitantes de la zona lo conocen como el belga de los waffles. Deportistas que utilizan la rambla, comerciantes del puerto, turistas que pasean, todos conocen a Olivier. Y reconocen su icónico puesto con el cartel Sabores belgas artesanales.

Todos los días a las 17 en punto Olivier coloca su cartel, saca las cajas con waffles, abre una sombrilla amarilla y planta bandera. Con esta rutina queda armado su pequeño puesto hasta las 20 horas. Allí, siempre con una sonrisa en la cara, atiende con amabilidad y atención a todo el se acerque. Olivier llegó a Punta del Este desde Bruselas 18 años atrás junto a su esposa, uruguaya de padres belgas, que retornaba por temas familiares.

“¡Feliz Navidad!, ¿Cómo estás?, ¿Cómo pasaste con tu familia?”, saluda con mucho entusiasmo. La charla con el belga siempre se hace amena. Exactement, magnifique, voilá y otras palabras y expresiones francesas se cuelan en las conversaciones. Olivier vive en una chacra a 25 kilómetros de San Carlos junto a su esposa Jacqueline Henry y sus dos hijos (Victoria y Darío, que nacieron en Bélgica). No llegó por casualidad a Uruguay, sino por amor. Conoció a Jacqueline en Bruselas y fue amor a primera vista. Hoy llevan 32 años de casados.

Cuando su suegro, inmigrante belga radicado en Uruguay, falleció, la pareja decidió pegar la vuelta para acompañar a su madre. Jacqueline pasó su infancia junto a sus hermanos en una chacra en las cercanías de San Carlos.

Entusiasta y políglota –habla francés, alemán, inglés y flamenco– se lanzó a esa aventura sin saber español y sin pensarlo mucho más. Sin embargo, el gran problema cuando llegaron no fue el idioma –siendo políglota esa tarea la pudo sortear más fácil–, sino qué hacer para vivir. “En Bélgica tú tienes los waffles, el famoso chocolate belga y 1100 cervezas distintas”, cuenta. Como su hermano había trabajado mucho en repostería en Bélgica y algo le pudo enseñar, a su esposa se le ocurrió que podían aplicar una tradición culinaria conocida. “Vamos a hacer los típicos waffles belgas”, pensaron en aquel entonces.

El periplo comenzó en 2001, cuando Argentina se sumergía en una crisis muy profunda y, por ende, repercutía en la temporada turística uruguaya. Fue un año difícil para la familia, recuerda Olivier. Pero la Intendencia de Maldonado le dio los permisos y además le dispuso el lugar para que se pudiera ubicar. Llueva, truene o nieve, Olivier no falla nunca. Trabaja todo el año, en invierno los fines de semana de las 14.30 hasta las 17. En temporada la bandera que trajo de Bruselas flamea todos los días desde las 17 a las 20 horas hasta fines de febrero.

En marzo la familia cumple 18 años de vida en Uruguay y Olivier reconoce la aventura en la costa esteña como una experiencia fantástica y encuentra ciertas similitudes con su país de origen. La tranquilidad, la pequeñez del territorio y la naturaleza le recuerdan a su patria.

Cuando no cocina o vende waffles se dedica a enseñar idiomas. Fue profesor de francés durante dos años en el Instituto Uruguayo Argentino (IUA), un colegio privado en la parada 5 de la mansa. Ahora sigue dando clases, pero solo como profesor particular.

Con las manos en la masa

Manteca, huevos, azúcar y harina. La receta no falla. Con estos pocos ingredientes, más algún secreto de la casa, Olivier y Jacqueline preparan esa masa tan sabrosa que venden como pan caliente desde hace años. Entre las variedades de waffles tienen dos tipos de crocante: vainilla y limón. “El limón es suave”, aclara. Además, venden el waffle que es entre crocante y tierno con tres sabores: vainilla, almendras y naranja. Es una masa que se puede degustar fría o caliente, razón por la cual está entre los preferidos de la gente. Y por supuesto, también tienen para ofrecer el waffle cubierto con chocolate belga semiamargo, otra especialidad de su patria. 

Todas las bolsitas -que contienen media docena de gofres- valen $120; los bañados en chocolate cuestan $140.

Sin dudas, el más pedido es el de vainilla: “es más neutral, es más clásico” afirma. Y aconseja combinarlo con helado de vainilla o frutos del bosque, por ejemplo. Una de las ventajas del crocante-tierno que resalta el extranjero es la posibilidad de mezclarlo con variados gustos. Y enumera: ensalada de fruta, crema doble, mermelada, helado. O hacerlo agridulce acompañándolo con paté de campaña, paté de foie, con un pedacito de queso camembert o brie

Para él la venta de waffles no es solo una actividad comercial, le gusta conversar con la gente, estar rodeado de distintas personas, conocer historias, contar las propias. Y se le nota. Hay gente que se le acerca con el simple ánimo de poder hablar francés por un rato. “Oui, oui, de quoi pouvons-nous parler? (¿De qué podemos hablar?)", contesta entusiasmado. A lo largo de los años no falta el que le pregunta por la apertura de su propio salón de té. La respuesta de Olivier siempre es la misma: “No, no, no. Yo prefiero más el contacto directamente con la gente, más simpático”. 

Olivier interrumpe la charla para atender a un niño que se arrima corriendo a comprar con un billete en la mano. Luego relata que solo tenía $100 y que no se quería llevar los waffles por menos plata. “Yo le dije que estaba bien así, que volviera con el resto la próxima vez, mañana o después", comenta.

Esa confianza de las personas es lo que le atrae tanto Punta del Este. “Tengo personas que a veces no tienen suficiente dinero y me piden si pueden pagar otro día…Oui, oui, sí, sí, está bien, no hay problema. Y vienen siempre”, reafirma.

Cómo hijo de diplomático viajó y recorrió gran cantidad de países. Uruguay le atrae por muchas razones: el clima, la familia, el cariño de la gente. Y al momento de decidir si quedarse o volver a su patria de origen, que tanto extraña, reflexiona: “Hay un momento que no hay un país ideal, tienes que tomar lo bueno de cada país; cada lugar tiene algo positivo y algo negativo. Si estamos acá hace 18 años, es que nos gusta”.

Llega otro cliente.

–¡Hola!, ¿cómo estás tú? –le dice Olivier

–¿De chocolate te queda? –le pregunta el cliente. 

Olivier abre la puerta de su auto y saca varias bolsas de waffles con chocolate.

–¡Eso!, dame dos –le responde. 

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Dos ciudades, dos formas: distintos waffles
El famoso waffle de Bruselas es rectangular. Su aspecto es en honor a la Plaza Mayor de la capital belga, que tiene esa forma geométrica.
Olivier y Jacqueline no los cocinan habitualmente; los preparan para pedidos especiales, porque "es otra masa, un poquito más difícil de hacerla", explica.
El waffle de Liège, que adopta el nombre de la ciudad donde se creó, es más pequeño, más dulce y con bordes más irregulares.
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