En diciembre de 2007, la gente de editorial Planeta me informó que a raíz de la publicación de mi libro Historia universal del Uruguay, Omar Gutiérrez iba a entrevistarme en canal 4. Mi madre estaba en estado de coma, pero la enfermera del Casmu me dijo, “vaya, aquí la estamos cuidando, además lo vemos en televisión”. Al programa de Gutiérrez lo veían en todas partes, incluso donde salvan vidas. Llegué al canal con un cargo de conciencia, pues nunca había visto De igual a igual, aunque conocía a Gutiérrez de haberlo escuchado en CX 24 a principios de los ochenta, cuando yo trabajaba hasta bien tarde en otro matutino montevideano. Antes de salir al aire, OG me dijo: “Ta’ bueno tu libro”. Me sorprendió, de ahí que le pregunté: “Pero… ¿lo leíste?” En verdad solo había leído un capítulo, pues andaba corto de tiempo, según me dijo. El capítulo que había leído era el que tiene que ver con los uruguayos y el mate. Cuando salimos al aire, Gutiérrez habló del libro como si lo hubiera leído varias veces.
Un profesional de alta gama ante las cámaras. No improvisaba, era un artista de la improvisación. Y a los artistas hay que respetarlos en el rubro que sea. De esa entrevista tengo una anécdota genial, que queda para otra oportunidad. Al otro día, en el supermercado de la esquina de mi casa, la gente me reconocía por haberme visto con “Omar”. De todos los omares del mundo, él fue el verdadero, el mero mero, como dicen los mexicanos. Años después, con motivo de la publicación de otro libro, volvió a entrevistarme, esta vez en el canal 10. Antes de salir al aire me contó la historia del perro que había en el estudio, y al que habían rescatado de la calle. Mientras Omar hablaba, el perro lo miraba con amor incondicional, el único amor que sirve. Yo a los perros siempre les creo: saben distinguir la gente buena de la mala. Omar Gutiérrez fue capo en lo suyo. Además, fue alguien de una cordialidad sin poses, generoso con su tiempo y sus buenos modales. El secreto de su éxito estuvo basado en algo difícil de encontrar: la inteligencia práctica librada de chabacanería y con suficiente sentido común como para ser creíble. Con un rostro cuya mirada siempre me hacía recordar la impavidez de Buster Keaton, impuso un estilo de hacer radio y televisión del cual fue pionero, y también su último representante.
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