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Philip Roth, 1933-2018

A los 85 años murió el escritor estadounidense, pero su obra seguirá vigente

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24 de mayo de 2018 a las 05:00

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Joseph Heller, autor de una obra críptica y por eso altamente estimulante, dijo una vez que la literatura es "la gran frase que de pronto aparece". La escritura de Philip Roth es fascinante precisamente por eso, por ser una usina de frases memorables, con las cuales el acto de escribir se nutre de belleza autorreferente, que solo debe dar cuenta de su falta de finalidad. Pero, además, y de ahí su monumental grandeza, Roth las puso a trabajar de igual a igual con tramas poderosamente convincentes, en las cuales el alma humana es interrogada.
Varias de sus obras, cosa extraña en un escritor interesado más en producir literatura que en contar historias fácilmente comprensibles, se adaptaron bien al cambio de la página a la pantalla cinematográfica. A la memoria vienen dos recientes, La mancha humana (2000, con Anthony Hopkins y Nicole Kidman), basada en la novela homónima, y Elegy (2008, con Ben Kingsley y Penélope Cruz), basada en la novela El animal moribundo (otras citables son Goodbye Columbus, El lamento de Portnoy y La sombra del actor).

Es uno de los novelistas estadounidenses de la segunda mitad del siglo XX del que más historias fueron llevadas al cine. La obra de Roth, muerto antes de ayer a los 85 años, es notable de principio a fin. Como la de otros narradores judíos ilustres de su país, Isaac Bashevis Singer, Bernard Malamud y Saul Bellow, crece con cada nueva lectura que se haga de la misma. Incluso en momentos de altibajos, cuando las tramas resultan sobrecargadas de situaciones innecesarias, la escritura sobrevive magnífica. Las de Roth son historias líricas donde las palabras son las figuras estelares.

Dos novelas sobresalen: El profesor del deseo (1977) y Engaño (1990). Con la llegada de cada nuevo octubre y el anuncio del ganador del Nobel de literatura, el nombre de Roth solía aparecer en todas las listas de candidatos a obtener el premio. Sus lectores fieles sabíamos sin embargo que nunca lo ganaría, pues el compromiso del escritor era con la literatura, la única dama a la cual venerar, y no con el oportunismo político que tanto les gusta a los suecos. De ahí que su prolífica obra permanecerá vigente y combativa, aunque su autor se haya ido de este mundo.
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