The Conversation
Ante la desesperación que para muchos supuso el periodo de confinamiento surgió la necesidad de recuperar el supuesto tiempo perdido. Parece que la vuelta a la normalidad está presionando a juntarse, viajar, salir de fiesta, hacer planes en cada rato libre… Es como si se tuviera que vivir como si no hubiera un mañana, como si otra pandemia fuese a azotar.
Pero esta necesidad de relacionamiento constante después de un periodo de restricciones puede tener consecuencias psicológicas, como la ansiedad o el agotamiento total, que pueden hacer sentir destruido por completo. ¿Cómo es posible llegar a esto si socializar era lo que más se anhelaba hace unos meses?
Los humanos son, como dijo Aristóteles en su obra La Política, seres sociales por naturaleza. Sin embargo, existen grados en esta necesidad de relacionarnos, es decir, no es igual para todas las personas.
Las personas extrovertidas lo necesitan más, a diferencia de lo que les sucede a las más introvertidas. Por tanto, sociales son todos, pero la necesidad de relacionarnos en cada momento (y las reacciones y conductas individuales derivadas) pueden diferir. Además, el contexto puede interferir, tal y como recogió el psicólogo Elliot Aronson en su libro El animal social: introducción a la psicología social. Y en este caso lo ha hecho con creces, pero esto puede tener grandes consecuencias.
En el último año y medio se ha vivido un contexto diferente al habitual. Se produjo una pausa obligada en los contactos sociales (excepto el online) y en este escenario la afectación psicológica ha pasado por distintas fases de afrontamiento.
Es posible que las personas introvertidas lo hayan pasado algo mejor debido a que no necesitaban relacionarse tanto como las extrovertidas. Antes del confinamiento, el psicólogo Arnie Kozak proponía que la resaca social caracterizaba a estas personas cuyo desgaste emocional y psicológico era alto por el esfuerzo de relacionarse con otras personas.
Sin embargo, este término se ha popularizado después de la pandemia debido a que la progresiva vuelta a la normalidad hace que todos volvamos a relacionarnos, pero de una forma excesiva, distinta a la habitual, para recuperar el supuesto tiempo perdido. Y así es como, sin darse cuenta, un día se puede levantar como si de una resaca se tratara.
Cuando socializamos invertimos muchos recursos cognitivos. Se piensa lo que se dice, lo que se hace, se escucha atentamente lo que otros dicen, se perciben las señales no verbales en todo el entorno… Y esto puede ser agotador.
En realidad, la "resaca social" es un término popular, no diagnóstico, si bien sí que se relaciona con constructos diagnósticos.
En psicología se habla de burnout o síndrome de estar quemado. Habitualmente se refiere a una manifestación o respuesta al estrés crónico que suele asociarse a entornos laborales. Sin embargo, también puede producirse en otros contextos si se dan dos factores fundamentales.
El primero es el agotamiento emocional, es decir, el consumo extremo de los recursos emocionales propios.
El segundo, la despersonalización, que se manifiesta por actitudes negativas con el entorno. Y esto es lo que ocurre cuando sentimos saturación ante la actividad social.
Pero ¿cómo se reconoce una situación de resaca social? Pues bien, esta experiencia emocional puede ocurrir en contextos en los que nuestra actividad social crece exponencialmente.
Pongamos como ejemplo las fiestas, si se visitan todos los amigos, familia y demás compromisos, es posible que acabar exhausto y necesitar un tiempo en soledad.
Esta situación puede ser normal. Sin embargo, se producirá una afectación psicológica si se termina sintiendo de mal humor, agotado y con dificultad para concentrarse; falta de energía, cuerpo y mente "pesadas" y lentas, sin ganas de hablar con nadie ni de juntarse ni de salir.
Para afrontar esta situación no se debe simplemente dejar de socializar pues somos seres sociales. No obstante, sí un tiempo de reajuste hasta encontrar nuestro equilibrio.
Para ello es necesario aprender a decir que “no” a determinadas actividades. Esto es necesario porque una de las principales causas de este tipo de resaca es no saber negar. En muchos casos se termina aceptando para no disgustar a nadie, a pesar de que en ese momento no se tengan las fuerzas suficientes para disfrutarlo.
Por ello, hay que fomentar la asertividad, que permita expresar con sinceridad sin enturbiar relaciones sociales.
La resaca social aparece por mantener una actividad social muy alta y, por tanto, se puede regular las interacciones, del mismo modo que se hace con las emociones. De hecho, al no tratarse de un síndrome, el ajuste es más sencillo.
La recuperación puede ser diaria intentando mantener el espacio propio en momentos concretos. Por ejemplo, echar una siesta, dedicar tiempo para hacer cosas que gustan como leer, hacer ejercicio, etc. Otra opción es hacer planes que incluyan parte de relación social y parte de tiempo de descanso.
La clave está en seleccionar lo que en función de las características psicosociales y necesidades. De este modo se puede distribuir el tiempo para disfrutar con los demás y tener tiempo de recuperación.
El fomento de la autoestima y la asertividad es especialmente importante en los jóvenes y adolescentes, a quienes se ha prestado menos atención y apoyo social durante el confinamiento. Este grupo puede sufrir mayor afectación psicológica de la resaca social por sentir más intensamente la necesidad de recuperar este tiempo perdido.
De esta forma se puede disfrutar sin necesidad de atender a todas las demandas que nos rodean, sin vivir como si no hubiera un mañana.
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