JUNI KRISWANTO / AFP

La regla de los dos metros y los cálculos imperfectos del riesgo del coronavirus

La fijación en distancias específicas fomenta una falsa distinción binaria entre seguridad y peligro

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18 de junio de 2020 a las 14:48

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Por Anjana Ahuja

“Sólo un tonto rompe la regla de los dos metros”. Éste ha sido el mantra en el Reino Unido, donde los pavimentos pintados y la señalización en los supermercados urgen a las personas a mantener una distancia de dos metros entre sí para evitar la infección por coronavirus.

Ahora, la regla está siendo reconsiderada en el Reino Unido, para alivio de ministros y empresarios que pronostican un futuro sombrío para las industrias de la hotelería y el entretenimiento que actualmente carecen de una masa crítica de clientes. Favorecen la recomendación del distanciamiento de sólo un metro de la Organización Mundial de la Salud, que ya ha sido adoptada por China, Hong Kong y Dinamarca. En el Reino Unido se tomará una decisión a principios de julio.

La fijación en la distancia pone de manifiesto un tema persistente en la discusión pública sobre el riesgo: una falsa distinción binaria entre seguridad y peligro. Ninguna de las distancias posee poder mágico alguno: algunos países, como Australia, Bélgica y Alemania, han optado por un metro y medio mientras que EEUU recomienda "seis pies", o unos dos metros.

La decisión no es si la distancia de dos metros es segura y la de uno no, sino si queremos correr más riesgos o menos, y con qué propósito. La reapertura de la economía antes de que venzamos el virus implica que los gobiernos deben tomar decisiones difíciles sobre cómo debería funcionar la sociedad en un panorama de riesgo incierto.

Sin embargo, la incertidumbre no debe implicar que se descarte el principio de cautela, dado que el covid-19 todavía está dando sorpresas indeseables para la salud. Por ejemplo, dado que sabemos que algunas personas pueden portar el virus sin mostrar síntomas, debemos suponer que también pueden transmitirlo hasta que se demuestre lo contrario.

Éste es el argumento más convincente para ponerse mascarillas o máscaras, especialmente en interiores y en el transporte público, donde el distanciamiento puede ser difícil. Es, sobre todo, un acto de consideración hacia los demás: los recubrimientos faciales evitan la proyección de gotículas cargadas de virus hacia personas y superficies, donde otros pueden recogerlas (la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda recubrimientos de tela hechos de tres capas de diferentes materiales, en lugar de mascarillas médicas).

Los recubrimientos faciales también pueden ser importantes dado el continuo desacuerdo sobre la transmisión vía aérea (mediante partículas de aerosol que son más finas que las gotículas emitidas en la tos y los estornudos y que pueden permanecer suspendidas en el aire por más tiempo). Un artículo muy discutido publicado la semana pasada sugirió que dicha transmisión no sólo era probable, sino prevalente. Aun así, vale la pena señalar la actitud en favor de la mascarilla en países que han mantenido las tasas de infección relativamente bajas: no hay vergüenza en copiar medidas que parecen tener fundamentos.

Cuando se trata de distanciamiento social, tanto el tiempo como la distancia son críticos. Pasar seis segundos a un metro de una persona infectada conlleva aproximadamente el mismo riesgo de transmisión que pasar un minuto a dos metros, según Patrick Vallance, asesor científico principal del gobierno del Reino Unido. El riesgo continúa disminuyendo con la distancia.

En el exterior es más seguro que en interiores porque la brisa dispersa las gotículas y los aerosoles. Los casos de superpropagación se han documentado principalmente en interiores, como en clubes nocturnos, gimnasios e iglesias (gritos, respiración agitada y cantos impulsan las gotículas a mayores distancias). Evitar las reuniones en interiores también reduce la posibilidad de que un visitante infectado deje rastros del virus en las superficies y que otros lo recojan.

Estas precauciones, y otras, son importantes porque, para infectar a alguien, el virus debe ingresar físicamente al cuerpo a través de la boca, la nariz o los ojos. Cada mandato o recomendación –incluyendo el distanciamiento social, los recubrimientos faciales, las reuniones al aire libre, la ventilación interior, el lavado de manos y la etiqueta para toser– está diseñados para reducir las posibilidades de que eso suceda. Aunque las discusiones públicas suelen enfocarse en cada una de estas recomendaciones de forma individual, se deben aplicar en conjunto y junto con un fuerte sistema de vigilancia de enfermedades para detectar nuevos brotes.

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