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Revolución y reacción: Cuba y las dictaduras

La estrategia de la violencia revolucionaria de la década de 1960 alimentó la no menos real violencia reaccionaria

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17 de julio de 2021 a las 05:04

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El debate público sobre el régimen político cubano se ha vuelto cada vez más intenso. No hace falta argumentar acá por qué Cuba es una dictadura que viola los derechos humanos más elementales. Mis colegas y yo solemos explicar esto, año tras año, en los cursos de ciencia política. No hace falta tampoco señalar que cuanto más tiempo demore la izquierda uruguaya en llamarle al pan, pan, y al vino, vino, más le costará recuperar la confianza de la mayoría del electorado. Por otro lado, considero evidente que el bloqueo norteamericano, como estrategia es un gran error: no hace más que darle argumentos al régimen cubano para calafatear su crecientemente resquebrajada legitimidad. Por eso, más que discutir sobre Cuba como dictadura me interesa aportar otro eje al debate: el de la posible relación causal entre la revolución cubana y las dictaduras de América Latina.

Kurt Weyland es un politólogo alemán, que hizo su doctorado y trabaja en EEUU. Se ha especializado en lo que en la jerga de las ciencias sociales conocemos como “teoría de difusión”, es decir, en el estudio del proceso por el cual ciertos dispositivos (desde paradigmas de políticas públicas a sistemas electorales) circulan a través de las fronteras nacionales. Su trayectoria intelectual es muy interesante: pasó de estudiar la difusión de políticas sociales (v.g. cómo el modelo de seguridad social de los chilenos fue siendo adoptado por otros países) a investigar sobre la difusión de cambios de régimen político. Luego de estudiar la ola democrática generada por la revolución de 1848 en Europa (en su obra Making Waves, de 2014), estudió la difusión del autoritarismo en América Latina durante los sesenta y setenta. El libro se titula Revolution and Reaction (Cambridge University Press, 2019) y vale la pena comentarlo brevemente porque, como se verá, la revolución cubana juega un papel importante en el mecanismo causal propuesto.

La mayoría de las investigaciones académicas sobre el autoritarismo en la región omiten la dimensión internacional, es decir, soslayan que realmente hubo una “ola” de dictaduras cuyo inicio podría señalarse en el golpe de 1964 en Brasil. Los análisis del autoritarismo se concentran habitualmente en causas domésticas, desde la restructuración del capitalismo (como propusiera hace años Guillermo O’Donnell) a los problemas de gobernabilidad generados por diseños institucionales defectuosos (argumento inspirado en la crítica al presidencialismo de Juan José Linz). Weyland, fiel a su teoría, elige un camino analítico distinto. Para él, no pueden analizarse las dictaduras de la región por separado porque forman parte de un proceso político común: la difusión del autoritarismo. Este argumento suele ser usado en el debate político por los partidos de izquierda para responsabilizar al Departamento de Estado de EEUU. La ola de dictaduras habría sido impuesta por el “imperialismo norteamericano”. Para Weyland, en cambio, la difusión del autoritarismo no fue una imposición de los EEUU sino una reacción autoritaria en cadena frente a la ola revolucionaria inspirada por la revolución cubana.

Paso a citar al autor (la traducción me corresponde): “La gran potencia del hemisferio occidental, Estados Unidos, no impuso las dictaduras, sino que su influencia en la ruptura democrática fue limitada (...). Del mismo modo, el atractivo normativo del autoritarismo era escaso; el gobierno militar se consideraba el mal menor para evitar un descenso al desorden y al caos. (...). Así, el mecanismo central que produjo la proliferación de regímenes autocráticos fue un efecto de reacción (...). La difusión radical, que se inició con una racha de movimientos guerrilleros, provocó la contradifusión reaccionaria, que condujo a la instalación de dictaduras militares en un país tras otro”. Dicho de otro modo. Así como resulta simplista y erróneo considerar que la ola de guerrillas en la región y la polarización política subsecuente fue impuesta por las autoridades soviéticas, chinas o cubanas, es igualmente simplista y erróneo pensar que la ola de dictaduras fue impuesta por los gobiernos de EEUU. La revolución cubana, que terminó convirtiéndose en la dictadura más extensa de América Latina, alimentó el giro autoritario posterior.

La revolución cubana trajo a la región la ilusión de la revolución socialista. Según los datos de Alberto Martín Álvarez y Eduardo Rey Tristán, entre 1960 y 1990, inspirándose en la estrategia foquista de los revolucionarios cubanos, se crearon en nuestra región más de ochenta organizaciones guerrilleras. La actividad de las guerrillas radicalizó el escenario político. Con la radicalización política vino la demanda autoritaria desde la sociedad civil (en general, la gente prefiere vivir tranquila) y la oferta de “mano dura” desde las fuerzas armadas y sectores de los partidos políticos. En suma, un exceso condujo al otro, la estrategia de la violencia revolucionaria alimentó la no menos real violencia reaccionaria.

Desde las ciencias sociales tratamos de evitar los anacronismos. Weyland no escribió Revolution and Reaction para juzgar las decisiones políticas adoptadas hace medio siglo por unos y otros. Su único propósito es ayudar a la comprensión de un proceso histórico muy relevante, aplicando una teoría novedosa. No me corresponde a mí tampoco hacer juicios de valor. Me limito a compartir un argumento politológico muy actual que me parece valioso. Creo que es necesario hablar sobre la naturaleza del régimen político de Cuba. Pero, a la hora de discutir sobre la revolución cubana y su legado, me parece importante que se tenga en cuenta esta otra dimensión del problema, que suele ser soslayada.

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