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Rivalidad fraterna: Amor y odio entre hermanos

Sugerencias para mejorar esta relación
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16 de marzo de 2016 a las 06:26

Cuando se habla de hermanos, hay palabras que surgen muy a menudo: "amor-odio", "celos", "rivalidad", competencia". Existe una rivalidad fraterna que es natural e inevitable. Pero también la rivalidad y competencia pueden ser fruto de una concepción errónea de que, en una familia, los padres son "proveedores" y los hijos los que se disputan el botín. En realidad, no hay limitaciones de edad ni de rol en la familia para aprender a dar, cuidar y compartir. Los padres que alimenten esta visión circular de la familia estarán formando niños conscientes de la necesidad de comunicarse, perdonar, escuchar y resolver amigablemente las disputas.


La relación fraterna tiene una cualidad particular entre todas las demás: se trata de dos personas que, en la mayoría de los casos, van a compartir su vida desde el principio hasta el final.

Si bien la rivalidad fraterna es natural e inevitable, es frecuente que las expresiones de rivalidad entre los hermanos desconcierten y decepcionen a los padres, ya que para ellos esta relación fraterna suele estar idealizada. A veces, los padres entienden que ante las peleas de sus hijos, tienen que intervenir. Estos pueden actuar más de lo necesario, o no hacerlo de la mejor manera. El que la rivalidad natural evolucione positivamente o negativamente e influya en el clima familiar y en la personalidad de los niños, depende de la actitud de los padres. Éstos deben de diferenciar esa rivalidad natural de otro tipo de rivalidad más peligrosa y duradera.

Uno de los motivos de la rivalidad fraterna es el deseo de poseer exclusivamente el amor y la atención de los padres. Un ejemplo de esto es el nacimiento de un hermanito que provoca en el primogénito la sensación de hacer sido "destronado". Este niño pierde su relación exclusiva con su madre, que debe de atender a su hermanito. Aunque el hermano mayor reciba a su hermanito con agrado y entusiasmo, seguramente no pueda disimular su enojo y celos. El niño puede alternar sus manifestaciones de afecto con las de hostilidad hacia su hermanito. Puede decir que es feo, que es mejor deshacerse de él o incluso querer «matarlo». Estas expresiones pasajeras no deben de tomarse al pie de la letra ni alarmar en exceso, ya que son un desahogo más que un deseo real. Si por el contrario se reprocha con irritación al niño, el sentimiento de culpa hará que desarrolle realmente la idea de ser un «mal hermano».

Otros motivos pueden ser: afirmar la propia individualidad, el propio "yo", dentro del grupo de hermanos; pelear por las posesiones comunes o defender las posesiones personales; marcar y defender el propio espacio o territorio; hacer valer sus propias opiniones y que sean tenidas en cuenta; el mandar por parte de unos, y el deseo de otros de rebelarse ante el dominio de los "mandones" y muchas veces, tener que compartir un espacio reducido durante un tiempo prolongado.

Los niños que no rivalizan no son más sa¬nos que los que sí lo hacen. Los conflictos breves favorecen la socialización; la relación entre her¬manos facilita el entrenamiento en la socialización de la agresividad. De esta manera el hijo único, puede tener dificultades en el manejo de su agresividad, si no se rela¬ciona con niños de su edad. El niño que se cría con sus hermanos aprende a pelear por lo que es suyo y a respetar lo de otros, y reconoce los límites pro¬pios y ajenos. Una buena interacción entre hermanos (por ejemplo: la que involucra compartir "juegos de fantasía") sienta las bases para la comprensión temprana de los sentimientos ajenos.

La rivalidad sana, natural e incluso formativa, se produce cuando los padres, con sus conductas, muestran un modelo equilibrado de justicia y serenidad, que habilita a sus hijos a resolver y a superar su rivalidad fraterna, y a evolucionar positivamente. A partir de esta rivalidad natural y espontánea, puede darse otra rivalidad excesiva y duradera, producto de ciertos errores educativos, que genere conflictos en el ambiente familiar y que deje secuelas en la personalidad adulta de los hermanos, y una relación difícil entre ellos siendo ya adultos.

Es necesario que los padres puedan ponerse en el lugar de sus hijos (no de un «preferido», sino de todos), para comprender los conflictos y sentimientos encontrados que existen en ellos. De esta manera el niño reaccionara positivamente si se lo valora y se le muestra una actitud comprensiva.

Los padres pueden, sin darse cuenta, estimular estas causas de rivalidad excesiva entre hermanos. Esto se puede apreciar cuando suelen compararlos (por ejemplo en sus resultados escolares). Es conveniente que el niño sea estimulado y valorado por sí mismo, sin tener la presión de ser el primero o igual al otro. Las comparaciones son odiosas sobre todo entre hermanos. Es un error habitual el poner a un hermano como modelo. Así lo que se logra es fomentar una baja autoestima del menos favorecido en la comparación, y el hermano "modelo" se ganará la aversión de los otros.

Las peleas excesivas pueden ser también una manera de llamar la atención de los padres. Esto puede pasar sobre todo en familias numerosas, donde a veces se trata a todos por igual. Aquí no se considera al niño con su propia individualidad, y las peleas pueden ser un medio de destacarse. Cada niño debe sentirse tratado como un individuo distinto y con una personalidad propia, para que pueda desarrollar su sentido de identidad.

El favoritismo es la preferencia, generalmente no consciente de un hijo sobre otro. En ocasiones las preferencias pueden estar repartidas: los hijos "del padre" y los hijos "de la madre". Otra forma de favoritismo es la identificación con alguno de los hijos. Como por ejemplo: "miralo, es igual que yo" o "yo a su edad reaccionaba igual". Esta situación puede generar problemas, porque no es usual que el padre o la madre sean conscientes de tales favoritismos. El niño puede percibir la situación reaccionando con celos, caprichos, berrinches, tristeza. Es necesario que los padres estén alertas a estos favoritismos, ya que en general son poco reconocidos y las consecuencias pueden ser duraderas. Es mejor que los padres actúen de manera natural, teniendo en cuenta la personalidad y las necesidades de cada niño en cada momento; y no intenten dar a todos los hijos el mismo afecto para aliviar tensiones.

Generalmente ante la pregunta "¿a quien querés más, a mi hermano o a mí?" los padres y madres responden: "los quiero a los dos – o a todos- igual". Esto no debe implicar que se los trate a todos exactamente igual. Los padres deben tener en cuenta que cada niño es especial y único, con sus propias características como persona. No es positivo tratarlos a todos por igual ya que no favorece el desarrollo de su individualidad, única e irrepetible. Dar a cada uno lo suyo es más satisfactorio, y ayuda a combatir los celos que tratarlos a todos de la misma manera. Es positivo hacer sentir a cada niño que él es único para nosotros y que lo tenemos en cuenta como individuo. No se trata de darles a todos lo mismo, sino "a cada uno lo suyo".

Es conveniente que en vez de tratar siempre a los niños en grupo. Se les dedique algún tiempo solo para ellos, pasar algún rato a solas uno a uno. Esto último refuerza la relación de los padres con cada uno de ellos, personaliza el vínculo afectivo y hace que cada uno de ellos sepa que es especial para los padres.

¿Sugerencias parar los padres?

1. Ser conscientes de lo inevitable de la rivalidad entre hermanos, dentro de ciertos límites, y de su función socializadora. No intervenir excesivamente. Moderar la rivalidad, no reprimirla.

2. Evitar los favoritismos, comparaciones, y las etiquetas. Al reprender se debe dejar claro que se está calificando o rechazando una conducta, y no a él como persona. No es conveniente adjudicar papeles de «buenos» y «malos».

3. Valorar a cada niño por sí mismo para que sepa que es un individuo con personalidad. Aunque algunas posesiones y hasta ropas puedan compartirse o "heredarse" de los hermanos mayores, es importante que cada niño tenga pertenencias propias.

4. No cargar a los mayores con responsabilidades excesivas, ni tampoco mimar a los pequeños en demasía. La sobreprotección excesiva al primer hijo le hará especialmente dura la llegada del siguiente hermano.

5. Es necesario que, además de hermanos, los niños tengan amigos y posibilidades de jugar en un espacio amplio. Si los hermanos están juntos mucho tiempo y comparten un es¬pacio reducido es muy probable que aumenten las peleas.

6. Es conveniente que los padres desde el ambiente familiar eduquen a sus hijos en base al respeto de las diferencias y a las personas. Esto último será beneficioso en cuanto a que los hermanos aprenderán a ser más tolerantes y a que sus conflictos sean pasajeros. De lo contrario se puede generar en los niños una visión de un mundo malo en el cual se debe de desconfiar, competir y ser agresivo.

7. Una estrategia para ayudar a fortalecer la relaciones entre hermanos es alentar el cuidado y la protección entre ellos. Hay muchas actividades de cuidado en la que los hermanos pueden participar con gusto: consolar el llanto de un hermano menor, llevarle una galletita a una hermana mayor. También es buena idea que los padres extiendan los mimos a más de un hermano al mismo tiempo: "abrazos familiares".

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