Robos de ideas: el uruguayo que inventó la provolonera y no vio un peso

Proyectos enteros pueden llegar a ser hurtados pero los abogados recomiendan llegar a un acuerdo entre ambas partes, para evitar los engorrosos pasos judiciales

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04 de marzo de 2020 a las 05:04

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"Con esta idea la pego”, es una frase que alguna vez dijeron quienes ahora son empresarios cuando estaban en la etapa de tener un mero proyecto  solo plasmado sobre el papel o en su mente.  
Las ideas no se patentan, por eso es necesario que su ejecución sea rápida para lograr un estadio de autoría y evitar que haya robos. Aunque no es la regla, en el mundo emprendedor uruguayo se han dado casos de “hurtos” de modelos de negocios, ideas e incluso “clonación” de emprendimientos.

“Las ideas no se registran, por eso siempre hay que encontrarle la vuelta para sacarlas lo más rápido posible”, afirmó el abogado, socio del estudio Cikato y especializado en propiedad intelectual, Mauro Marín. Para el experto, este tipo de casos se dan de manera frecuente y hoy en día se repiten sobre todo en startups.  
Marín sostuvo que estos procesos suelen llevar muchos años y pocos de ellos terminan en la Justicia, ya que se recomienda llegar a un acuerdo extrajudicial entre ambas partes.  
“Siempre sale perdiendo el bueno de la película, porque casi nunca recibe una recompensa apropiada por los daños”, comentó al respecto.

La provolonera robada

Juan Nin estudió la carrera de Diseño Industrial y en una de las materias que cursó debía resolver un problema que tuviera en ese entonces la cocina uruguaya. Con esa premisa, ideó un objeto de cerámica que se pudiera poner en el microondas, horno o parrilla de tal manera que permitiera derretir el queso sin que el recipiente se viera dañado: la provolonera.  


“Cuando terminé la carrera, en el año 2000, (…) le vi buena posibilidad de éxito a este producto”, comentó Nin a Café y Negocios. Se anotó en una de las ferias Hecho Acá y quedó seleccionado. “Tuve que salir de apuro a buscar proveedores, porque necesitaba tener unidades en la mano para vender y presentar”, recordó.

Por temas económicos, el diseñador decidió saltearse el paso de la patente y buscó un fabricante para empezar a comercializar. Encontró una fábrica de confianza porque uno de los dueños había sido su compañero de colegio y lo conocía “de toda la vida”.
Llegó el día de la feria y Nin tenía solamente la muestra del producto: “Ya les había entregado plata pero hubo una cantidad de versos en el medio”. 

Pasó el tiempo y seguían las excusas, hasta que un día Nin estaba leyendo una revista y ve su producto de la mano de uno de esos proveedores.

Gentileza de Juan Nin
La provolonera que inventó Juan Nin en la feria Hecho Acá

“Yo la vi venir y, el día antes de ver la provolonera en la revista, decidí comenzar el trámite de patente. Evidentemente fue tarde”, reconoció.
El proceso fue muy engorroso, ya que es difícil que un trámite de patente se pueda dejar nulo y la única opción que tenía Nin era lograr que el producto estuviera a su nombre. “Cambié tres veces de abogado porque todos me decían que me convenía acordar, pero yo los quería colgar de la plaza pública”, afirmó.
Sin embargo, el empresario y diseñador decidió transar porque se dio cuenta de que ir a juicio le iba a salir muy caro y era un proceso que duraría años.

Al llegar a un acuerdo quedó establecido que la patente pasaba a su nombre y que los proveedores podían vender localmente pero no exportar las provoloneras. “Algo que igual no hicieron”, comentó.
Estas idas y vueltas duraron 15 años, mientras que la fábrica con la que se había asociado Nin seguía comercializando las provoloneras.  
“Por un tiempo no podía entrar a los supermercados. Eran góndolas y góndolas con mi invento y la gente llevándolo a dos manos, pero yo no recibí un peso. Se me hacía un nudo en la garganta”, contó.

En el medio del proceso Nin intentó vender por su cuenta con un proveedor más chico, pero fue inviable económicamente dado que nunca pudo cubrir los costos de producción.
Fue así que tomó la decisión de buscar otro trabajo para poder paliar su situación económica; “yo era un estudiante que recién arrancaba y ellos estaban dedicados todo el día a lo mismo”.

Hoy en día el diseñador lo mira en perspectiva y opina que su realidad hubiera sido otra si no se hubiera cruzado con esa fábrica. “Ya de por sí es muy difícil trabajar de diseñador industrial y una de las alternativas es meter un producto que despegue solo como este (…) hubiera sido otra la historia, sin dudas”, comenta.



Actualmente, Nin está trabajando con una importadora de productos  de bazar –Marcal- que produce las provoloneras en China mientras él se dedica a la gestión de la marca. Pero el diseñador no se olvida de lo que le pasó hace ya 20 años.
Luego de entrar a trabajar con Marcal, la provolonera de Nin tuvo un éxito relativo y hoy está en un “meseta de ventas”.  
Agregó que cuando el producto se lanzó habían cabeceras de góndolas “enteras” con las provoloneras pero hoy en día es un producto de bazar más como “un vaso o un plato”.

Vinilos con origen uruguayo

En el caso de Nin, la apropiación del proyecto se dio en una etapa incipiente y dentro del territorio uruguayo lo que le permitió actuar rápido. Sin embargo, hay casos que, gracias a las redes sociales, han llegado a traspasar fronteras a través de personas que aprovechan la oportunidad para sacar una tajada en su país.
Agustina Boni –propietaria de los vinilos Linda Wall- recibió una llamada en enero de 2019 donde una peruana le solicitó vender sus productos “como ya lo estaba haciendo otra de sus compatriotas a través de un grupo de Facebook”. Esto causó sospechas en Wall ya que, si bien exporta algunos de los vinilos, no tenía a Perú como uno de sus destinos.  
Cuando esta persona la agregó al grupo de Facebook, la uruguaya se sorprendió ver cómo alguien posteaba todos los trabajos de Linda Wall como si fueran propios.

Gentileza de Agustina Wall
Página de Facebook donde vendían los artículos de Linda Wall

La emprendedora decidió ir un poco más a fondo y vio que en la fanpage de la peruana había fotos de Boni –en donde no se le veía la cara- y con la leyenda “haciendo nuevas creaciones”.
“Tenía fotos mías pegando vinilos y ponía ´pegando vinilos con mi equipo´”, contó a Café y Negocios.
Algunos de los dibujos habían sido adulterados y se vendían en almohadones, incluso publicaba fotos de la hija Boni y le cambiaba el nombre para decir “qué lindo queda este mural con Sofía”.

“No solo que fue un plagio, sino que fue un robo de identidad. Robó toda mi empresa y la imprimió durante dos años”, subrayó Boni.
Si bien Linda Wall es una marca registrada, la emprendedora no pudo obtener un resarcimiento económico porque la otra parte no era una empresa “importante”, que tuviera un caudal financiero suficiente como para afrontar un reclamo de este tipo.

Gentileza de Agustina Wall
La hija de Agustina Wall en uno de los posteos fraudulentos


“Era una mujer de 30 años, que lo único que ofreció fue US$ 50. No me valía la pena ir a juicio”, rememoró Boni.  
A sabiendas de que la vía civil era imposible, el equipo de abogados envió una carta intimidatoria a la implicada; mientras que Wall se dedicó a comunicar la situación  en sus redes.

Como resultado, la peruana  bajó la página en Facebook,  perola creadora de los vinilos no tiene la seguridad de que no vuelva a pasar.
“Yo no gané nada, lo único que hice fue perder porque no solo me estafaron sino que no cobré nada por todo el daño que me hicieron”, apuntó.

Un daño moral y sentimental

Para Boni, más allá de que esta situación afectó al negocio, también le causó daños desde el punto de vista moral “porque no es nada lindo ver las fotos de tu hija en una página que no tenés ni idea quién la ve”.
Añadió que considera que el daño sigue presente, porque el dinero que la implicada hizo con sus dibujos no lo podrá recuperar.

Además de que muchas de las personas que vieron los posteos siguen creyendo que fue ella quien elaboró los productos y no Boni.
De igual modo, rescató que el ámbito emprendedor local la contuvo mucho durante todo el proceso y siempre le prestaron un oído para escucharla.
“Fue realmente complicado, porque parecía que aquello no tenía fin”, dijo Wall.

Falta de enseñanza

Para el abogado Marín, muchos de los casos se dan por un tema de falta de educación en la materia y los emprendedores se terminan fiando.

 A su vez rescató que siempre pueden haber dos o más personas que piensen lo mismo en momentos similares, por eso el robo de ideas es algo muy difícil de comprobar ante la Justicia.

Al igual que Marín, para el director ejecutivo de Endeavor, Joaquín Morixe, en estas situaciones siempre “hay una pata ética que atender y generalmente falta educación para hacerlo”.
En este sentido explicó que cree que el robo de ideas como tal “no existe”, porque se dan en el mismo momento y alrededor del mismo lugar “ya que vamos generando más o menos lo mismo”.

Para Morixe la idea es el 5% del negocio, el resto del diferencial es cómo las personas la plasman en la realidad.

¿Blindar la idea?

El director ejecutivo de Endeavor recomendó a los emprendedores que sufran este tipo de situaciones “que sigan adelante” tratando de diferenciarse en cuanto a cómo llevan adelante el negocio.
“Hasta el momento que no ejecutás, tu idea no vale mucho”, dijo Morixe.

“En el papel cierra todo, pero en el camino hay cosas que no funcionan, por eso las ideas se ganan en la cancha”, sentenció.
A su vez para Morixe, y en contraposición a lo que recomienda Marín, la solución nunca debería ser “blindar la idea y no contarla”.
Reconoció también que en el mundo empresarial uruguayo hay una especie “de paranoia que hace que todos se callen cuando tienen un proyecto entre manos”. “Está bien no contar la salsa secreta del negocio pero sí transmitir el modelo de negocio alrededor de esa salsa”, rescató.

Para Marín, por su parte, un modo de evitar estos malos ratos es firmar un acuerdo de confidencialidad, sobre todo cuando el proyecto “está buenísimo pero no es realmente innovador”.  

A modo de ejemplo, el abogado contó el caso de unos alumnos de facultad que querían hacer un desfile de modas en un shopping y el centro comercial rechazó la idea pero después sus directivos la ejecutaron como si se les hubiese ocurrido a ellos. “Ahí no tenés cómo defenderte”, lamentó el abogado. 

"Lo negaron todo"
Un día Juan –nombre ficticio- llamó a su jefe para contarle una idea sobre una posible campaña publicitaria. En ese momento, el superior no le dio mayor importancia a lo que su colaborador manifestó y la iniciativa quedó en la nada. Tiempo después Juan renunció a la agencia –que por razones legales prefirió no nombrar. “La idea era bastante original, no era algo normal que pudiera pasar desapercibido y ser de cualquiera”, dijo a Café y Negocios.
Un día el publicista vio cómo su idea se plasmó, en conjunto con otra empresa, en una campaña televisiva. Decidió iniciar acciones legales pero no consiguió un resarcimiento y tampoco un pedido de disculpas, porque sus exdirectivos “lo negaron todo”. “Tuve un par de idas al juzgado pero quedó por esa”, comentó. Además rememoró que se ha encontrado con “esa persona pero me dijo que hubo ´cierto mal entendido´”.   

 

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