Saúl Gilvich

Saúl Gilvich

Vicepresidente del Congreso Judío Mundial

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Rosh Hashaná y sus valores

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14 de septiembre de 2023 a las 17:00

El próximo viernes por la noche, con la salida de la primera estrella, las comunidades judías de todo el mundo celebraremos Rosh Hashaná, el año nuevo de acuerdo con el calendario hebreo.

En las mesas familias habrá variedad de comidas típicas, desde la tradicional manzana con miel para desear un año bueno y dulce, hasta la jalá agulá, un pan trenzado de forma circular que simboliza el año que concluye y el nuevo que inmediatamente está por comenzar. Como todo “año nuevo”, sea en septiembre o diciembre, las celebraciones con familia y amigos estarán a la orden del día. Y será también momento propicio para las resoluciones y la reflexión.

Lo cierto es que todos tenemos rituales en estas fechas. Cada 31 de diciembre, a las 00hs en punto, algunos comen doce uvas en un minuto y otros corren con una valija alrededor de una manzana en busca de buenos augurios. Los chinos celebran cada nuevo ciclo desfilando por las calles con imponentes dragones y leones, y los hindúes pintan de colores el mundo que los rodea en cada Diwali. Los rituales nos invitan a conectar con cada fecha desde la propia identidad, a veces transmitiendo tradiciones milenarias y otras tantas creando nuevas costumbres, para nuevos tiempos, desafíos y anhelos.

Pero Rosh Hashaná, como tantas celebraciones, es mucho más que rituales. Como una de las fechas más importantes de nuestro calendario (unas de las “altas fiestas”, como se la describe habitualmente) está cargada de simbolismo y significación. De acuerdo con la tradición judía, Rosh Hashaná está atravesado por tres pilares o conceptos fundamentales.

En primer lugar, se trata de un momento, por su naturaleza religiosa, de tefilá o rezo. Y como anticipamos, es también tiempo de introspección. Así, esta fiesta (y los días que la prosiguen hasta Iom Kipur, el Día del Perdón) nos invita a pensar en nuestras acciones pasadas, a pedir perdón por nuestros errores y a comprometernos a ser mejores personas en el futuro. Es un recordatorio de que el cambio positivo comienza desde adentro. A esto último lo llamamos teshuvá, arrepentimiento. Esta no es sólo una apelación al perdón divino ante los errores que cometimos, sino el deber de arrepentimiento y disculpa activa ante el prójimo. Debemos rever nuestro accionar, reconocer nuestros errores, y obrar para reparar el daño que hemos causado con un acto tan poderoso como sencillo: pedir perdón.

Y en este camino, el mandato nos recuerda que hay que ir un paso más allá: reconocer también las oportunidades perdidas, aquellos momentos donde pudiendo hacer un bien, pecamos por omisión. Desde los hechos más pequeños y cotidianos, como la persona que no ayudamos a cruzar la calle en una esquina porque estábamos apurados, o el asiento que no cedimos en el transporte público por estar demasiado ocupados mirado la pantalla del celular; hasta otros más grandes, como cuando no reaccionamos ante un hecho de discriminación. Porque, aunque no seamos los autores materiales de un daño, está prohibido “mirar para otro lado”.

Así llegamos, finalmente, al tercer pilar: la tzedaká. A diferencia de los anteriores, esta palabra no tiene traducción literal al español. Apelar al concepto de solidaridad o caridad sería un reduccionismo, pues deja de lado un aspecto fundamental de su etimología. Porque la palabra tzedaká proviene del término tzedek, justicia. Por ende, la tzedaká es un acto de justicia social. No se trata de un acto espontáneo e individual de generosidad, sino de un deber fundamental de la tradición judía. Es, a su vez, un hecho social, que nos obliga a contrastar nuestra realidad con la de la sociedad en su conjunto. Y aunque hasta la ciencia y los impuestos confirmen que existe el beneficio personal en la ayuda al prójimo, no es este beneficio su principal motor. Ayudar es, lisa y llanamente, hacer justicia por el prójimo.

En un mundo donde, tristemente, abundan las injusticias, la festividad de Rosh Hashaná nos obliga a pensarnos no solamente como individuos, sino como sociedad. A reconocer nuestros errores y limitaciones, a pedir perdón. Y ante todo, a trabajar activamente en la construcción de un mundo más justo. Tal vez así la dulzura de esta festividad llegue a cada mesa, y el deseo milenario con el que millones de judíos saludamos en estas fiestas se convierta en una realidad común: Shaná tová umetuká – por un año bueno y dulce para todos.

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