Pedro Sánchez habla en el Foro Económico de Davos.
Fernando González

Fernando González

Director de El Observador España

Miradas > Dos modelos en pugna

Sánchez versus Milei: el único cambio cultural es mejorar la economía

El Foro Económico de Davos presentó una pulseada inédita: la que enfrentó a los presidentes de España y la Argentina. Un socialista y un libertario frente a frente.
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21 de enero de 2024 a las 08:05

El mundo nunca deja de alumbrar sorpresas.

Con los Biden, los Putin y los Xi Jinping en decadencia. Sin luminarias en Francia (no lo es Emanuel Macron), ni en Alemania (no lo es Olaf Scholz) y con Lula transitando el sedentarismo de la vejez en Brasil, el planeta asiste a un enfrentamiento de ideas y de temperamentos impensable hasta hace unos meses.

El encontronazo del socialista español Pedro Sánchez versus el libertario argentino Javier Milei. Y el Foro Económico de Davos resultó ser el primer escenario de la batalla.

Milei habló un rato antes que Sánchez. Venía precedido del vapor glamoroso de su triunfo en las elecciones y del mito global que crece en torno a sus perros, sus respaldos religiosos y al protagonismo de Karina, su hermana ahora funcionaria. Ni siquiera Kristalina Georgieva pudo permanecer indiferente a ese charme de los nuevos en el poder.

Había que verla a la búlgara esquemática, y a su inmediata colaboradora, la india Gita Gopinath, contonearse para hacerse una selfie junto al presidente de la Argentina, el país que más créditos (27) le ha pedido al Fondo Monetario Internacional.

Y claro que Milei no defraudó durante sus veinticinco minutos de discurso. Dejó en Buenos Aires las grajeas de moderación con las que intenta consolidar su gobernabilidad, y arremetió con los tips libertarios que lo convirtieron primero en un streamer mundial exitoso, y luego en presidente del país en desarrollo que no puede doblegar al desequilibrio fiscal, a la inflación y la pobreza.

“Ustedes son héroes”, les dijo a los empresarios. Y “Occidente está en peligro”, advirtió a quienes lo escuchaban y observaban. Las amenazas, las describió Milei, son el comunismo (al que a veces llama colectivismo), el feminismo y los ambientalistas a quienes (como ya lo hizo Donald Trump) demoniza bajo la bandera de la Agenda 2030. Los organismos multilaterales caen en esa misma volteada. El FMI, por ejemplo, y el Foro Económico de Davos. “Se los dijo en su propia casa, en sus propias narices”, festejaban en tiempo real los fans de Milei en las redes sociales.

¿Necesitaba Milei desafiar y dar lecciones de política al mundo a los 37 días de haber asumido como presidente? Sus detractores lo acusan de inmediato de soberbio y sus fanáticos lo consideran apenas el primer paso de un dirigente que va camino a convertirse en un líder global.

El tiempo, que todo lo aclara, tendrá esa respuesta.

A favor de su proclama, el argentino cuenta con la debacle económica que los populismos de izquierda perpetraron en la mayoría de los países de América Latina. Y con la desilusión que muchas de las líderes feministas provocaron en el planeta cuando no tuvieron la más mínima empatía con las mujeres, adolescentes y niñas atacadas, violadas y asesinadas por los terroristas de Hamas en las fronteras entre Israel y Gaza el 7 de octubre del año pasado. Milei siembra allí en territorio fértil.

En cambio, la prédica entra en un terreno mucho más pantanoso cuando Milei mezcla a las economías socialistas fracasadas en la Unión Soviética, en Cuba o en Venezuela con la de los países capitalistas europeos en los que se alternan gobiernos de derecha y de izquierda sin que la economía sufra demasiado.

Es el caso de las prósperas democracias escandinavas, el caso de Alemania, de Francia y hasta de la misma España, que gracias al Pacto de la Moncloa de hace cuarenta años y a la vigilancia estricta de la Unión Europea, ha conseguido mejorar el estándar de vida de sus habitantes hasta niveles muy parecidos al de sus vecinos que son potencias económicas, tecnológicas y militares.

Esa es la soga a la que se aferró el presidente Pedro Sánchez para convertirse en el adversario perfecto para el recién llegado Milei. 

El socialista español, dueño de un perfecto inglés y quien ha aceitado bien los contactos continentales durante los seis meses recientes en los que España fue presidenta de la Unión Europea, se mostró muy cómodo en el papel de contrincante defensor del estado de bienestar y de la cooperación público-privada entre los gobiernos y las empresas europeas. “No nos traguemos los viejos postulados neoliberales”, les pidió a los ejecutivos del Foro.

Nadie necesitó aclaración: Sánchez estaba hablando de Milei.

El salvavidas del conflicto con el argentino le vino de perlas al español para ocultar sus propias dificultades. No tuvo que hablar del rechazo que generan en su país la ley de amnistía y sus pactos con los grupos catalanes y vascos más antiespañoles para poder sancionarla.

Y tampoco debió dar explicaciones de la intromisión creciente del Gobierno en el directorio de Telefónica y en otras empresas de menor volumen, poniendo a cocinar a fuego lento aquello de la cooperación entre el Estado y el capital privado.

Sánchez ya había zarandeado el nombre de Milei en el tramo final de su campaña electoral y en el primero de sus discursos una vez que consiguió los votos suficientes del Congreso para poner en marcha un nuevo período presidencial.

Siempre asoció al argentino a sus enemigos de Vox y a un eje internacional de la derecha extrema en el que incluye a Trump y al brasileño Jair Bolsonaro.

En la visión esquemática de cierta izquierda española, todos ellos serían los herederos del dictador Francisco Franco para intentar asociarlos al concepto acusatorio de fascismo.

Sin embargo, y aunque Milei participó en octubre de 2022 del festival político de Vox en Madrid y el propio Santiago Abascal asistió en Buenos Aires a su asunción como presidente, el perfil político del libertario argentino quizás sea más cercano al de los dirigentes del Partido Popular.

La Libertad Avanza nace de un vientre económico (el liberalismo) y no de uno identitario como les sucede a los ultranacionalistas de Vox. Habrá que ver cómo evoluciona el partido de Milei para confirmar esa dirección.

La ventaja de estos días que Milei les saca tanto a Vox como al Partido Popular es que él sí pudo llegar al poder. Y vaya si lo hizo a toda velocidad: lo logró en menos de cuatro años.

Vox siempre ha estado muy lejos de arribar a la Moncloa y Alberto Núñez Feijóo no pudo romper la base de los votos tradicionales del PP en la elección general para poder destronar al socialista Sánchez.

Tal vez la única dirigente en condiciones de destrozar ese caparazón electoral sea la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.

Milei y la dama de Chamberí comparten una cualidad que los llevó a ambos a la victoria. Generaron una revolución de derechas que recogió miles de votos entre los jóvenes y los sectores de clase media baja. Díaz Ayuso debería repetir ese fenómeno fuera de Madrid, en distritos hostiles como Cataluña y el País Vasco, si quiere llegar al sitio máximo del poder español.

En tanto, Milei tiene ahora el desafío enorme de cambiar el destino de miseria que convirtió a la Argentina en un país con la mitad de su población bajo la línea de pobreza.

En el ballotage que lo convirtió en presidente, una mayoría sorprendente le dio el mandato para que lo intente aún a costa de un ajuste que le haga vivir a los argentinos un sufrimiento extenso e inédito.

Porque están muy bien para construir la imagen ganadora la mitología de la libertad sin reglas, o el de las fuerzas del cielo que llegarán para ayudar al país que no aprende de sus errores. 

Pero lo cierto es que el único cambio cultural que esperan los argentinos es que mejore su economía personal. Que cambie la ecuación de sus ingresos; que la evolución de su moneda no sea un festival de la incertidumbre y que en el horizonte de sus años próximos aparezcan las oportunidades que lo lleven al futuro.

Todo lo demás son fotografías que mejoran el paisaje, pero que no convencen a quienes llevan medio siglo de padecimientos económicos y financieros.

Raúl Alfonsín creyó que el cambio cultural era solo la vigencia plena del estado de derecho. Y terminó ahogado y derrotado por la crisis de la hiperinflación.

La alianza de la UCR y el Frepaso también creyó que bastaba con demonizar la corrupción menemista. Alcanzaron dos años para que todo terminara en un estallido económico y social como no se había visto hasta entonces.

No ir a fondo con las reformas de la economía también le cortó las alas a Mauricio Macri, bajo cuyo mandato terminaron presos sindicalistas y hasta empresarios.

La mayor responsabilidad, claro está, le corresponde al peronismo. Porque gobernó 28 de estos 40 años de democracia sin que los períodos de estabilidad financiera que lograron Carlos Menem y Néstor Kirchner trocaran la decadencia del país en emergencia por el desarrollo de las economías que despegan para cambiar.

El cambio cultural que convertiría a Milei en un líder recordado a lo largo de la historia argentina sería llevar la inflación a un 3% anual; transformar el mapa laboral hasta lograr una situación de pleno empleo y proyectar curvas de crecimiento para la economía que partan desde un piso del 2%.

Esas cifras, por ejemplo, son las que muestran hoy la España gobernada durante cuatro décadas por socialistas como Felipe González, Rodríguez Zapatero y Sánchez. Y por derechistas como Mariano Rajoy y José María Aznar. Cada uno con sus aciertos y sus errores garrafales.

Castigada por tantas décadas de retroceso y decadencia, la sociedad argentina gritará también viva la libertad carajo cuando la mejora en el bolsillo le permita disfrutar el presente y observar el futuro con el optimismo que ha perdido hace mucho tiempo.

 

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