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Si la burbuja estalla

Caen las bolsas en el mundo, en tanto el dólar debería fortalecerse
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10 de febrero de 2018 a las 05:00
Un fantasma recorre el mundo: el de un derrumbe bursátil integral, que ponga a los avariciosos operadores en fuga. Desde Wall Street a Hong Kong, pasando por Tokio, San Pablo y Fráncfort, los índices bursátiles caen y centenares de millones de inversionistas de todo el mundo, grandes y pequeños, contienen el aliento. Parte de su capital se ha esfumado, aunque han ganado mucho más en la loca cabalgata del último año.

Desde que Donald Trump asumió la Presidencia de Estados Unidos, el 20 de enero del año pasado, la bolsa de Wall Street subió 33%, una cifra ridículamente elevada, antes de empezar a caer. ¿Por qué? Nadie lo sabe bien. Una mezcla de optimismo, buenos resultados económicos y codicia. Pero también hay demasiado dinero en el mundo y muy pocas opciones atractivas de inversión. Hasta los modestos bonos uruguayos en dólares, que pagan una tasa de 5% o más, se revalorizaron arriba de 20% en 2017.

Parece que ahora muchos en el mundo concluyeron que era hora de vender y huir.
Las bolsas son mercados de capitales en el que operan directa o indirectamente decenas o tal vez miles de millones de personas, muchas veces sin saberlo. Así, por ejemplo, quien tiene una AFAP en Uruguay opera en bolsa mediante la compra-venta de bonos, letras y otros papeles del gobierno.

Las empresas y los Estados obtienen dinero a través de instrumentos financieros que pagan una tasa de interés a los prestamistas. A mayor riesgo, mayor tasa, pues no es lo mismo prestarle dinero a Japón que a Venezuela. Las bolsas de valores financian el desarrollo del capitalismo a escala global, premian a los ahorristas —y sacian parte de la compulsión social por el juego.

La ola de miedo empezó a fines de enero. Demasiadas buenas noticias en la economía de Estados Unidos provocaron, paradójicamente, temor a un rebrote inflacionario. Los bonos del Tesoro estadounidenses comenzaron a pagar más intereses, cercanos a 3%, y muchos inversores vendieron sus acciones y se pasaron a bonos.

Esta semana la caída de los índices accionarios de Wall Street fueron todavía más fuertes, lo que contagió las bolsas asiáticas y europeas, que parecían al borde de un ataque. Hasta el bitcoin, una moneda virtual de supermoda que nadie sabe bien hasta dónde llegará, se cae a pedazos. Muchos se refugiaron en papeles sólidos, como el Bund alemán, que paga apenas 0,7% de interés anual.

Existe cierto consenso entre los técnicos de que la Reserva Federal –el banco central estadounidense– podría elevar las tasas de interés a corto plazo. Una política monetaria contractiva, unida a la baja de impuestos, debería fortalecer al dólar en el mercado internacional.

Otra causa de las turbulencias bursátiles podrían ser "posibles problemas técnicos relacionados con los programas de trading algorítmico, posiblemente provocada por las órdenes de stop loss y/o margin calls potencialmente relacionados con posiciones muy grandes", dijo el jueves un informe a sus clientes de la firma de inversiones Charles Schwab.

Este último punto es muy interesante: las órdenes automáticas de compras o ventas pueden acelerar las corrientes del mercado, hacia arriba o hacia abajo.

La pregunta de todo el mundo —la del millón— es si se está ante una caída temporal, un pequeño pánico colectivo, o si es un fenómeno más profundo y significativo: el estallido de la burbuja que tanto se ha pronosticado.

Es normal que cada tanto las bolsas caigan. Todo el mundo conoce el crack de octubre de 1929, pero ha habido muchos otros altibajos en la historia, aunque con efectos menos dramáticos y duraderos.
Los mercados son ciclotímicos, como sus agentes: eufóricos, depresivos, cobardes, noveleros, por más programas de computadoras que se agreguen. El comportamiento de rebaño explica en parte los grandes altibajos históricos.

Se supone que en el largo plazo las bolsas siguen a la economía real. Pero en los últimos tiempos los mercados no estaban reflejando las ganancias de las empresas, sino las expectativas de lo que podían llegar a ganar. Así, por ejemplo, la bolsa de San Pablo, en un mercado emergente que venía de años de fuertes golpes, tuvo ganancias cercanas a 30% en 2017, un año todavía depresivo en materia económica y volátil en el frente político. En enero, después que la corte de apelaciones de Porto Alegre confirmara la condena contra el expresidente Lula, la bolsa de San Pablo dio un salto extra de más de 10%. Ahora cae junto a las otras del mundo.

Aunque las bolsas se estabilicen en los próximos días, es muy probable que veamos inversores mucho más timoratos, proclives a vender y hacerse de sus grandes ganancias del último año. Luego, de a poco, en algún momento la confianza y el optimismo regresarán, y vuelta a empezar la rueda.

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