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Sin límites: un mundo fantástico de arte y tecnología

El Museo de Arte Digital Mori en Tokio es diferente a cualquier museo que hayas visto: utiliza 520 computadoras y 470 proyectores para crear una experiencia que estimula los cinco sentidos
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16 de febrero de 2019 a las 05:02

Todo empezó hace menos de un año con un video viral en Facebook. Mostraba una exposición llamada Borderless, (sin límites), en Tokio, en la que los visitantes se sumergían entre proyecciones e instalaciones multimedia que parecían de otro mundo. La muestra, que ocupa algo más de 10 mil metros cuadrados, se inauguró meses después, y la experiencia de visitar ese trabajo del colectivo Teamlab demostró que, aunque la unión de tecnología y arte es cosa ya vieja, ambas también pueden cruzarse con el espectáculo.

Entrar a Borderless significa dar un paso hacia un laberinto y dejar atrás el mundo real y diurno. Apenas se cruzan las puertas, se abren tres caminos algo difíciles de distinguir a simple vista, ya que los ojos todavía no se habitúan a un espacio que solo es iluminado con los mappings animados (proyecciones creadas específicamente para ciertas superficies y sus irregularidades). Así que lo primero que cabe es la sorpresa, luego viene el intento por razonar. 

Magia digital en equipo

Una vez que se supera la impresión por las paredes y rincones con proyecciones, se empiezan a distinguir estructuras. Hacia un lado se abre un largo pasillo, también con proyecciones (uno empieza a prestar más atención para interpretar la profundidad y la distancia en esos espacios). De frente hay una pared que tiene detrás algo que parece ser una habitación. Y al otro costado hay una puerta medio escondida tras una vuelta de otra pared. Las imágenes abstractas animadas recorren todas las superficies y el sonido ambiente ocupa el espacio. Para empezar el recorrido queda decidir por dónde ir y abandonar la idea de que debería haber un circuito preestablecido.

Tampoco hay títulos de obras, como en una exposición tradicional, ni mucho menos distinción de autores de cada proyección. Todo lo que se ve en Borderless corresponde a Teamlab, un colectivo japonés que trabaja al menos desde 2001 y que está formado por artistas, programadores, ingenieros, animadores digitales, editores de video, diseñadores gráficos y también arquitectos y matemáticos. Según una nota del New York Times, el equipo ha llegado a tener 400 integrantes, todos definidos como “ultra tecnólogos”.

El eslogan de Teamlab es “el dominio digital puede expandir el arte”. Tal como muestra la composición del grupo, se proponen cruzar los terrenos con la ciencia y la tecnología. Otra vez, la búsqueda por la combinación de las tres no es nueva. Lo que tal vez sea nuevo es el despliegue gigantesco que se abre ante el visitante y el largo paseo que puede tomar seis horas o más. 

Esto, a su vez, es posible por otros tres factores, que son la locación, la inversión millonaria y el entorno. La sede es uno de los varios edificios Mori, que pertenecen a la corporación inmobiliaria del mismo nombre. Está en Odaiba, una isla artificial en la bahía de Tokio a la que se accede principalmente mediante un tren aéreo cuyo recorrido parece un paseo por el futuro.

Naturaleza tecnológica

Entre toda esa selva urbana que se atraviesa, formada por arquitectura apabullante, modernidad, consumismo e inversiones millonarias, aparece uno de los aspectos fundamentales de la cultura japonesa. Se trata de la religión sintoísta por la cual la conexión con la naturaleza está presente de forma cotidiana.

Por eso, la naturaleza es el gran tema de la exposición. La primera obra que se ve es una proyección de mariposas volando contra una pared negra. El espectador puede dejarlas o tocarlas con la punta del dedo y aplastarlas. Esto ocurre en una antecámara, luego de la que se pasa al primer espacio, donde se abren varios caminos. Así que funciona como presentación y una suerte de tutorial para entender un poco de lo que vendrá.

En un larguísimo pasillo que se descubre cuando ya se recorrió bastante, el espectador sigue e interactúa con un desfile de seres fantásticos. Proyectados contra las paredes, campesinos japoneses avanzan junto a sapos gigantes y otros animales, tanto a pie como en carros, mientras lanzan una especie de cántico. Las figuras animadas se proyectan contra las paredes del pasillo, sobre una avanzan y regresan por la otra.

Pero hay más, porque si se toca a alguno de los personajes mientras va caminando, el dibujo lanzará una exclamación y saludará al espectador. A la mitad de su trayecto, el pasillo se abre hacia una sala de formas irregulares. Cuando los personajes del desfile llegan hasta esa sala, pierden la gravedad y flotan por un cielo artificial, de modo que ya no son proyectados sobre una pared vertical sino en todas las caras de esa sala para luego continuar el desfile al otro lado.

Es difícil diferenciar entre la obra y el mismo espacio. Estos sí llevan nombre. Uno de ellos es la “Espiral de lámparas que resuenan”, una habitación en la que cuelgan cientos de lámparas de cristal de Murano. Cuando el visitante se acerca a una de ellas, la lámpara brilla y su brillo se contagia hacia otras dos, que hacen brillar cuatro más y así sucesivamente. Si hay varios visitantes las lámparas se van encendiendo en ondas como las del agua cuando cae una piedra, pero cuando se cruzan estas ondas, las lámparas se encienden en nuevos colores.

El centro de la muestra, o al menos el lugar más filmado, se llama “Universo de agua, Partículas en la roca sobre la que la gente se reúne”. Es un gran salón al que se puede acceder desde varias entradas y que incluso se puede ver desde un balcón (si en este laberinto se acertó a dar con la parte del recorrido que lleva hasta él).

Este es uno de los espacios donde la gente permanece más tiempo. Las proyecciones están por todas partes acompañadas de un hipnótico sonido ambiente. Plantas transparentes, siluetas de árboles, hojas al viento, flores, pétalos, cascadas de agua y hasta ondas de viento se dibujan por todas partes. En el centro hay una gran elevación irregular que imita un conjunto de rocas, por la que se puede trepar para sentarse y contemplar. La contemplación es la clave. El sentirse fascinado por la belleza de las imágenes y el despliegue técnico contribuyen a que el visitante quiera quedarse.

Espacios y hologramas

Toshiyuki Inoko, el fundador de Teamlab, ha promovido con esta muestra y otras de su equipo el concepto de espacio ultra subjetivo. Esto implica que el espectador tiene que, literalmente, arrojarse a la obra, para que desaparezca el límite entre esta y su propio yo.

Los espacios llamados “Memoria de topografía” invitan a eso con un terreno cambiante cubierto por plantas, o más bien estructuras de plástico que parecen plantas gracias a las proyecciones. El visitante primero va pasando por debajo de ellas, ya que el suelo es bajo y los tallos son altos, pero luego va ascendiendo mientras que los tallos se hacen cada vez más cortos y complican la caminata pero invitan a jugar entre ellos.

La “Selva atlética” es un gran salón que tiene pisos y paredes acolchonados con varios niveles, como para subir, bajar y rebotar como niños. En una sala lateral hay gigantescos globos a la altura del piso sobre un suelo acolchonado y el espectador camina apretándose entre ellos.

La poca tecnología de esos dos espacios contrasta con las salas llamadas “El camino del mar en el mundo de cristal”. El techo es altísimo y de él cuelgan miles de caireles. El suelo es un espejo. El lugar se oscurece hasta que los caireles se encienden en secuencia y simulan una lluvia de luz de arriba hacia abajo (y a veces a la inversa), ráfagas de luz que van de un lado a otro o explosiones que sumergen al espectador. El visitante está todo el tiempo entre esos caireles e intenta esquivarlos mientras camina y se confunde para recorrer y volver a la salida.

Hay más. Una sala de suelo espejado tiene olas doradas y animadas que circulan por las cuatro paredes en un continuo. Otra tiene decenas de cristales verticales con proyecciones holográficas tamaño humano que reaccionan cuando el espectador se para frente a ellas. El recorrido sigue y se puede pasar una y otra vez por muchos de los demás espacios para descubrir siempre algo nuevo.

En la web del equipo se hace la siguiente declaración: “La tecnología digital ha permitido que el arte se libere de lo físico y que trascienda barreras. Para Teamlab no hay barreras entre los humanos y la naturaleza; uno está en el otro y el otro está en uno. Todo existe en una larga, frágil y milagrosa continuidad de vida”.

Su manifiesto retoma postulados de varias corrientes artísticas del siglo XX, incluso ideas del net art, las digiere y las presenta a su manera. “Antes de que la gente aceptase la tecnología digital, la información y la expresión artística debían ser presentadas en algún formato físico. Pero la expresión creativa ha existido en medios estáticos durante casi toda la historia de la humanidad, usando a menudo objetos físicos como lienzos y pintura. El advenimiento de la tecnología digital permite que la expresión se libere de esos límites y que exista con independencia y evolucione con libertad”, se asegura en su web.

Si bien lo que ha hecho Teamlab hasta ahora indaga más en la experiencia del visitante, se hace inevitable pensar en otras experiencias. En otros lugares, por ejemplo, se han hecho obras de arte creadas a partir de algoritmos y otras que son controladas por inteligencia artificial y que tienen una suerte de vida propia. El valor artístico que se le atribuya a trabajos de ese estilo, incluyendo al del equipo japonés, variará según las subjetividades e intereses de quien las observe o interactúe con ellas, como sucede con la inmensa mayoría del arte.

Lo que pretende Teamlab es, a su manera y con sus grandes recursos, romper con el esquema de la perspectiva única que pone al espectador frente a la obra y que se aplica ante una pintura o una fotografía (que convierte espacios tridimensionales en planos). Inoko dijo en una entrevista que “no podemos existir en el espacio plano creado por la lente de la cámara, por eso hay un límite inviolable entre la obra y nosotros”.

Y agregó: “Fundé Teamlab con la intención de crear un equipo, es decir, un lugar experimental de creación colectiva en la que uno pueda insertarse”. Ese concepto del colectivo por sobre el individuo es, al igual que el espíritu sintoísta del proyecto, algo muy japonés.

Consejos para una visita
- Usar ropa blanca o de colores claros: crea una experiencia mucho más envolvente.
- Usar zapatos bajos y cómodos: En algunas áreas no se permiten sandalias ni tacones. En el espacio “Universo de múltiples saltos” hay trampolines.
- Usar pantalones: Hay muchos pisos con espejos.
- Disfrutar de una ceremonia del té: La experiencia es completamente diferente en la Tea House del museo.
- Tocar todo: Si tocas las imágenes en las paredes a tu alrededor mientras caminas, las imágenes reaccionarán a tus movimientos.
- Descargar la aplicación: TeamLab tiene una serie de espectáculos de luces que pueden ser manipulados por los visitantes desde la herramienta gratuita. 

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