Diego Battiste

Sobre el rol y las competencias de los educadores

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25 de febrero de 2021 a las 05:01

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La evidencia comparada mundial nos indica con claridad que los sistemas educativos más efectivos son aquellos que logran gestionar sus diversos componentes para que los educadores, entendidos y jerarquizados como profesionales, puedan tomar las mejores decisiones para que los alumnos efectivamente aprendan (Opertti, 2019). Se concibe al educador como el principal tomador de decisiones del sistema educativo en el aula. Veamos algunos aspectos en torno a lo que esto implica.

En primer lugar, la premisa fundamental del educador tomador de decisiones yace en que el sistema educativo se organice y funcione de manera que esto sea posible. Algunas de las condiciones necesarias refieren a disponer de una propuesta educativa sólida en sus fines y contenidos, así como en las maneras de enseñar, aprender y evaluar para atender la diversidad de perfiles de cada alumno. Asimismo, se requiere apoyar al centro educativo y al educador en particular, desde las diferentes estructuras y estamentos del sistema educativo, para que el educador sea orientado, formado y apoyado para procesar y tomar decisiones haciéndose responsable por las mismas. 

En segundo lugar, el rol del educador como tomador de decisiones se compone de tres aspectos fundamentales que están inequívocamente entrelazados. Por un lado, el educador es un referente y orientador del alumno, así como un facilitador de oportunidades y procesos de aprendizaje cualquiera sean las cirscuntancias, los contextos, las capacidades y las motivaciones de cada alumno. Esto es, la orientación y la facilitación van de la mano en orden a fortalecer las oportunidades de aprendizaje. 

Por otro lado, el educador entendido como un gestor de ambientes estimulantes de aprendizaje en donde se retroalimentan e integran instancias sincrónicas y asincrónicas de enseñanza, de aprendizaje y de evaluación. Esto implica lo que crecientemente se conocen como  modos híbridos en educación – véase columna del 10/2/21 – donde la formación presencial y distancia se complementan e integran. Finalmente, el educador es visto como un generador y sostén de trayectorias personalizadas de aprendizaje basado en un conocimiento profundo de las necesidades de los estudiantes que le permite direccionar enfoques, contenidos e intervenciones a medida de cada alumno – comúnmente conocido como proceso de personalización de la educación . 

Los tres roles mencionados nos permite visualizar el carácter altamente versaltil del rol docente así como el desafío de congeniar diversidad de atributos para que efectivamente impacte positivamente en los alumnos y en sus procesos de aprendizaje. También esto nos indica la necesidad que el sistema educativo aliñe la formación y el desarrollo profesional docente al objetivo de formar docente versátiles con capacidad de encarar diversidad de desafíos en torno a estimular y fortalecer los aprendizajes de todos los alumnos. 

En tercer lugar, el desempeño del rol del educador se sustenta en un conjunto articulado de conocimientos y competencias que orientan su desarrollo y su práctica profesional. Las competencias de los educadores pueden ser entendidas como la voluntad y las capacidades que desarrolla y evidencia el mismo en cuanto a movilizar valores, actitudes, emociones, conocimientos y saberes para apuntalar al alumno, así como la progresión, fluidez y completitud de sus aprendizajes. El educador tiene, por tanto, que seleccionar los marcos de referencia, así como las estrategias e intervenciones que estima como requeridas para lograr generar condiciones y procesos conducentes a aprendizajes efectivos, relevantes y sostenibles en el tiempo. 

Cabe señalar que, a nivel de la región latinoamericana, la discusión sobre las competencias de los educadores constituye un eje fundamental de las transformaciones educativas (Coalición Latinoamericana para la Excelencia Docente, 2020). Los cambios curriculares en la educación básica y media, principalmente sustentados en enfoques por competencias, requiere de repensar el perfil, el rol, la formación y el desarrollo profesional docente como sustento de los mismos. Asimismo, dichas competencias constituyen un componente fundamental de la evaluación y la progresión en la carrera docente que premie la formación, así como la capacidad de propuesta, de implementar y de evidenciar prácticas docentes transformacionales.

Otro ejemplo a escala internacional es el esquema de competencias propuesto por la Fundación Siglo 22 (España, 2020), que vincula el rol del educador a planificar y actuar, así como relacionados al centro educativo y los entornos, y al bienestar profesional. Claramente componentes individuales y colectivos, de intersección entre la persona, la profesión, el sistema educativo y la sociedad en su conjunto, están implicados en lograr un desempeño docente competente. 

En tercer lugar, proponemos que las competencias de los educadores se agrupen en cuatro grandes bloques que den cuenta del carácter versátil de su rol. Precisamente los cuatro bloques abarcan diversidad de atributos que pueden entenderse como necesarios para que el educador pueda procesar y tomar las decisiones más oportunas y fundadas para apuntalar al alumno y sus procesos de aprendizaje.

El primer bloque se refiere a las sinergias y a la integración entre los saberes disciplinares y pedagógicos/didácticos en el encare de la formación docente, así como en la práctica profesional. Un educador competente articula fluidamente el para qué y en qué educar, aprender y evaluar con el cómo. Resulta necesario jerarquizar la dimensión pedagógica / didáctica en un sentido amplio que incluya la integración de conocimientos sobre las neurociencias de los aprendizajes y de ciencias de la educación en sus vertientes y ramas, las diversas etapas del desarrollo cognitivo y emocional del estudiante, trabajo en equipo o colaborativo, redes de trabajo y comunidades de práctica. Esto ciertamente va a contribuir a que la formación en los saberes disciplinares dialogue más fluidamente con las necesidades y las oportunidades de aprendizaje de los alumnos. 

El segundo bloque comprende lo que podrían denominarse como competencias transversales al ejercicio docente que están asociadas a la investigación sobre las prácticas como fuente de reflexión y de acción individual y colectiva; al manejo solvente de plataformas digitales y a la producción de recursos de enseñanza y de aprendizaje que sirvan de sostén de modos híbridos de enseñar, aprender y evaluar. Esto implicaría jerarquizar el rol del educador como generador, discutidor y diseminador de recursos educativos, así como generador de evidencia sobre la efectividad de sus prácticas.

El tercer bloque abarca las competencias personales e interpersonales que, por un lado, engloban principios y normas de integridad ética atinentes a la persona y que guían el comportamiento de los educadores; y, por otro lado, el reconocimiento de las intrincadas relaciones entre cogniciones, emociones y representaciones en alumnos y docentes, y sus contextos de referencia y pertenencia. Lo que hoy se conoce como el aprendizaje socio-emocional (UNESCO, 2021), es un ida y vuelta entre el bienestar de los alumnos y los educadores. Esto supondría fortalecer la capacidad de entender, empatizar y comunicar con todos los alumnos por igual apreciando la singularidad de cada uno de ellos y apuntalando su potencial de aprendizaje. 

El cuatro bloque tiene que ver con la organización, gestión y evaluación de los aprendizajes de los alumnos que comprende componentes institucionales de la gestión propia del centro educativo, así como curriculares, pedagógicos y docentes. Crecientemente se habla de la capacidad de los educadores de administrar o gerenciar una clase lo cual implica, entre otras cosas fundamentales, que la diversidad de perfiles de alumnos en una clase sea considerada un activo de los aprendizajes más que una barrera.

En resumen, los sistemas educativos tendrían que fortalecerse en su capacidad de generar condiciones y procesos para que los educadores puedan tomar las decisiones más fundadas sobre las necesidades y las oportunidades de aprendizaje de cada alumno. 

Por un lado, esto implica fortalecer el rol versátil del educador en su condición de referente y orientador del alumno, facilitador de sus procesos de aprendizaje, gestor de ambientes estimulantes de aprendizaje y sostén de una educación personalizada. 

Por otro lado, se requiere que la formación y el desarrollo profesional docente, así como la progresión en la carrera docente, se sustente en un conjunto interconectado de competencias personales, interpersonales, profesionales y de gestión que los educadores tendrían que desarrollar y evidenciar en sus prácticas. 

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