Por Sheina Leoni
La llegada del nuevo gobierno ha dado señales inequívocas de importantes modificaciones en el sistema educativo actual. Cambios que presumimos sustanciales, ya que el ritmo vertiginoso que tienen las sociedades no podrían mantenerse sin una equivalencia en la educación.
No podemos determinar en este momento si las innovaciones serán positivas o negativas, ya que todo cambio social supone una trasformación de la estructura social de un modo más o menos permanente, y no es simplemente algo que se vislumbre en forma espontánea.
Ni el vidente más experto podría vaticinar que puede ocurrir en un fenómeno social tan complejo como es la educación. Confiemos en que será positivo
Sin embargo, en este ámbito, hay ciertas situaciones que no toleran más demora por la gravedad creciente que en cada año se vislumbra; y que la sociedad, lamentablemente, desconoce.
En general, el trabajo docente en el ámbito público es visto como algo seguro, con escaso tiempo de dedicación —muchas personas no tienen en cuenta el tiempo que insume la preparación de las clases— y varios meses de vacaciones —aunque este año se reflejó diferente por el tema del coronavirus—. Nada más disparatado que esa visión. Los docentes, la mayoría por lo menos, enfrentamos dos caóticas realidades que, por algún motivo, no se han podido subsanar hasta el día de hoy y que juegan con nuestra estabilidad laboral y mental.
Veamos: a) elección de horas. Todos los años, cada uno de nosotros debe elegir la carga horaria correspondiente y la institución en la que se va a desempeñar ese año lectivo. Esas horas pueden estar o no —quizá hay menos o las toma otro docente—, al igual que los centros educativos que preferimos. Y si las condiciones esperadas no se dan, comienza un corrimiento interminable de colegas que viven esa oportunidad con una angustia insoportable.
Períodos atrás, cuando recién egresé, tuve la oportunidad de elegir por tres años, mecanismo que no solo afirmó mi afinidad con el centro educativo, sino que también me dio seguridad en el campo laboral. Hace tiempo escucho que se tomaría esa medida, pero la realidad es que aún no se ha llevado a cabo .Soplan nuevos vientos. Esperemos que, finalmente, se pueda concretar.
B) horarios. Todos los años estos son modificados y allí nos enfrentamos a un puzle sin pie ni cabeza: nos chocan entre instituciones, no llegamos a tiempo por la distancia, se organizan primero los que tienen mayor grado, o los encargados del tema no tienen la habilidad necesaria para realizarlos, ya que no es una tarea fácil. Otra dificultad a subsanar en nuestra actividad docente.
Como verán, estas condicionantes que he mencionado hacen que el desempeño docente no sea, como piensa el imaginario colectivo, “ni tan estable ni tan seguro”. Y como consecuencia, podría aparejar un triste resquebrajamiento en la solidaridad entre compañeros, tan necesaria en estos tiempos que corren.
Por último, recordemos que la carrera de docente lleva, con suerte, cuatro años de dedicación y muy difícilmente es respetada como tantas profesiones.
Solo nos queda aguardar que la educación comience el verdadero camino hacia la calidad que estamos necesitando y que todos sus actores sean contemplados. Es ahora.
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