Diego Battiste

Sobre la educación en el mundo poscovid (9)

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09 de diciembre de 2020 a las 05:00

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Como se ha mencionado en las ocho columnas anteriores, la Unesco publicó un documento seminal que lleva por nombre “La educación en un mundo tras la covid: Nueve ideas para la acción pública”. El mismo alienta el debate de ideas y propuestas sobre la perentoriedad de repensar la educación y los sistemas educativos a escala planetaria como un componente insoslayable de una nueva generación de políticas públicas que fortalezcan sus propósitos transformacionales y progresistas. Entre las ideas fuerza, se solicita a los gobiernos renovar “su compromiso con el multilateralismo y a todos los interesados de la educación que revitalicen la cooperación internacional y la solidaridad mundial, con empatía y dando a nuestra humanidad común su lugar central”. Veamos algunas de sus implicancias.

En primer lugar, la Unesco argumenta en torno a la necesidad de un multilateralismo proactivo y propositivo que se sustente en el hecho irrefutable que “biológicamente todos somos ciudadanos de un solo planeta”. Tal cual señala la pensadora universal Hannah Arendt en su libro La condición humana (1958), “lo único que nos permite reconocer y medir la realidad del mundo es que nos es común a todos”. No debiera haber escapatoria ni atajos frente al desafío de entenderse, colaborar y actuar como humanidad en asegurar la sostenibilidad y la solidaridad planetaria.

Lamentablemente, se intenta resquebrajar el multilateralismo desde posicionamientos que alimentan y se nutren del aislacionismo, y que “explotan” desencantos y miedos de comunidades, ciudadanos y personas. Por un lado, dichas posturas son indicativas de egoísmo y de exacerbación de unos niveles de competencia cruel e injusta entre países. Pero concomitantemente puede reflejar “un extremismo político y un desprecio autárquico por los principios democráticos, cuando, en cambio, son la solidaridad y la cooperación las que mejor nos permitirán superar la crisis” como claramente señala la Unesco. En gran medida, son un recordatorio que los temas relativos al pensamiento autónomo, la libertad y la democracia tendrían que fortalecerse en las propuestas educativas de todos los niveles como los cimientos de abordajes que pongan el énfasis en sostenibilidad y estilos de vida saludables.

En segundo lugar, no obstante, los embates al multilateralismo, el mismo se ha visto en gran medida fortalecido a dos grandes frentes. Primeramente, la cooperación nacional e internacional han contribuido a suplir carencias en la provisión de servicios sociales básicos reafirmando, a la vez, la relevancia del estado garante como igualador de oportunidades y mitigador de desigualdades.

Asimismo, se constata, como arguye la Unesco, que “la comunidad científica mundial está colaborando más allá de las fronteras nacionales a una escala nunca antes vista”. Nuevamente se corrobora que la producción, discusión y validación de los conocimientos que sirven al propósito de mejorar la calidad de vida de las comunidades y personas, no conoce de fronteras ni de barreras de la índole que sean. Quizás sirva de lección aprendida para que los sistemas educativos redoblen las iniciativas con el objetivo de promover la ampliación y la democratización de las oportunidades educativas desde diversidad de espacios y ambientes de aprendizaje a lo largo y ancho de toda la vida, mancomunados en la idea de fortalecer la educación como bien común global.

En tercer lugar, el renovado impulso asumido por el multilateralismo a partir de los desafíos que plantea el covid-19, tendría que acompañarse de una revisión profunda de los propósitos y los mecanismos de gobernanza, y de la articulación de la cooperación para aumentar sus niveles de eficiencia y eficacia, así como robustecer la capacidad programática y de implementación de propuestas más orientadas a resaltar la integralidad de los enfoques y las intervenciones. Hay mucho de “chacra” institucional, sectorial y temática en las agendas nacionales e internacionales que no coadyuva a un entendimiento profundo y a acciones eficaces en el abordaje de desafíos que son esencialmente multidimensionales.

Particularmente en educación esto implicaría asumir el desafío de avanzar hacia una educación glo-local que reconozca la necesaria y saludable interdependencia entre países para encarar temas que hacen a la sostenibilidad planetaria congeniando una mirada universal con un aterrizaje local pertinente. Entre otras cosas, esto implicaría priorizar la formación en conocimientos y competencias que de manera transversal a los diversos niveles y concatenando espacios de formación presenciales y a distancia, encare los temas relativos a renovados modos de convivencia, protección y desarrollo social, prevención y cuidados en salud, trabajo, comercio, desarrollo, movilidad, recreación y bienestar.

En cuarto lugar, los impactos del covid-19 pone en discusión la normalidad a la cual estábamos acostumbrados y de una forma u otra, asumíamos como dada. Como argumenta la Unesco, “al confinar a niños y familias enteras en sus hogares, ha resultado evidente cómo las expectativas de género respecto a la crianza de los hijos limitan con frecuencia las oportunidades de las mujeres”. Por un lado, las desigualdades de género se han visibilizado y acrecentado aun más evidenciando patrones de reproducción culturales y sociales que cuesta mucho transparentar, cuestionar y cambiar. Por otro lado, se ha abierto un poco más la discusión acerca del rol de las familias, y en particular de madres y padres, en sostener los procesos de enseñanza y de aprendizajes de sus hijas e hijos, y que podría tener un efecto positivo en promover relaciones más empáticas y complementarias entre comunidades, familias y educación.

En quinto lugar, la Unesco señala claramente que “no podemos tolerar los niveles de desigualdad que hemos dejado surgir en nuestro planeta”, lo cual es un fuerte signo de advertencia sobre un derrotero de mundo que nos llevaría a su descomposición y destrucción sin imaginarios comunes. El multilateralismo tiene que fortalecer su capacidad de respuesta frente a la desigualdad congeniando argumentaciones éticas insoslayables con maneras posibles de avanzar hacia mayores niveles de igualdad evitando reduccionismos, simplismos e ingenuidades en su abordaje. El tratamiento sin ambages de la desigualdad es una cuestión esencialmente política enraizada en consideraciones filosóficas, pero no debiera ser politizada ni manipulada en ningún sentido.

La transformación de la educación es esencial para buscar respuestas sólidas y sostenibles frente a la desigualdad. Se trata de afinar la mirada sobre cómo la constelación de factores que hacen a la desigualdad surge de la interacción y yuxtaposición de factores culturales, sociales, económicos, comunitarios y familiares que cuestionan determinismos o monismos explicativos. Precisamente los impactos del covid-19 nos permite ver con mayor claridad cuán relevante resulta la complementariedad entre las políticas familiares, de salud, educativas, y las políticas sociales en su conjunto para garantizar igualdad de oportunidades para alumnas y alumnos por igual. Pero igualmente nos ilustra sobre las disfuncionalidades de propuestas educativas que no forman sustancialmente a las nuevas generaciones para abordar un mundo de cambios exponenciales, de oportunidades “fuera de la caja”, de roles polivalentes, de incertidumbre sistémica y de crisis recurrentes.

Particularmente el currículo y la pedagogía, esto es, congeniar el para qué, el qué, cómo, cuándo y dónde de educar y de aprender, está siendo crecientemente analizado como asunto prioritario para reimaginar la educación de cara a sostener un mundo mejor, sostenible y justo. Dejar congeladas o tangencialmente abordadas, las discusiones sobre los contenidos educativos no sólo torna a la educación crecientemente irrelevante penalizando en mayor medida a los alumnos más vulnerables, sino también dejaría a las generaciones más jóvenes privadas de marcos de referencia y de instrumentos para liderar sus propias vidas en el futuro.

En resumidas cuentas, estamos ante la perentoriedad de revisitar y reinventar el multilateralismo para cimentar un nuevo orden planetario que no quede atrapado en exceso de declaraciones, así como evitar el riesgo o si se quiere la tentación, de retornar a prácticas fragmentadas de cada uno con su propia “agenda”.

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