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29 de abril 2024 - 5:00hs

Una de las puntas fundamentales de una renovada esperanza y construcción en torno a la transformación de la educación yace en repensar los propósitos de la educación tal como señala el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, en su declaración de visión con motivo de la Cumbre Transformación de la Educación (Nueva York, 16-17 y 19 de setiembre 2022; Naciones Unidas, 2022). 

En una similar línea argumental, el destacado académico, Aaron Benavot, asevera que repensar los propósitos de la educación supone tanto garantizar calidad de los resultados de aprendizaje bajo perspectivas de formación a lo largo y ancho de la vida así como fortalecer una visión más integral de la formación de impronta humanística y de preocupación por temáticas globales y locales como el cambio climático. Tales afirmaciones las realizó en el marco del webinario «Fortaleciendo el aprendizaje social y emocional en modos educativos híbridos: construyendo apoyo para estudiantes, escuelas, docentes y familias», organizado en el 2023 por la Oficina Internacional de Educación  y por la red de especialistas en temas de educación para el desarrollo sostenible y formación ciudadana nucleados en NISSEM.

Dicho repienso supondría, por un lado, hurgar en los para qué y que de la educación como un asunto que engloba al sistema educativo en su conjunto y que resulta transversal a niveles y ofertas educativas, y ambientes de aprendizaje desde la educación de primera infancia en adelante; y por otro lado, enlazarlo con el cómo legitimarlo, sustanciarlo y concretarlo sustentado en el involucramiento de diversidad de actores e instituciones de dentro y fuera del sistema educativo. Los procesos de transformación son tan educativos como societales, así como tan políticos y de política educativa como técnicos, y se enmarcan en ideas fuerza en torno a qué imaginarios societales se aspira forjar. 

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La búsqueda de equilibrios sabios y convincentes entre la política y la técnica nos tiene que advertir sobre evitar las tentaciones y los dogmatismos de un tecnicismo exacerbado, soberbio, auto referenciado y descontextualizado así como una politización omnipresente, discriminadora y devaluadora de la experticia y la profesionalización. En gran medida las transformaciones que se impulsan dan cuenta de la calidad democrática de la política y de las políticas públicas.

Partimos del supuesto que la primera tarea prioritaria e insoslayable de repensar la educación radica en tener claridad y robustez en los propósitos que la misma persigue. Un texto reciente, elaborado por las investigadoras Emily Markovich Morris y Rebecca Winthrop, y por el investigador Ghulam Omar Qargha, pertenecientes al think tank “The Brookings Institution” (2023), nos comparten una serie de puntas para hurgar, en clave histórica, en torno a los propósitos de la educación a la luz del espíritu que permea la consecución del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS4), a saber, “Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todas y todos” (Morris, Qargha & Winthrop, 2023). 

El ODS4 forma parte de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que se estructura en torno a 17 objetivos con sus respectivas metas e indicadores al 2030, que los estados miembros de Naciones Unidas se comprometen a cumplir. En particular, la Agenda de Educación 2030 puede visualizarse como una ventana de oportunidades para promover una visión transformadora, humanista, progresista, holística y sostenible de la educación y de los sistemas educativos (Opertti, 2016). Esta visión multidimensional adquiere aún más relevancia en la medida en que las políticas públicas valorizan el rol de la educación en forjar futuros mejores, más sostenibles y justos para las nuevas generaciones.

Ghulam, Qargha y Winthrop ponen hincapié en que las iniciativas de transformación de la educación tienen que enmarcarse en fundamentos filosóficos, históricos y epistemológicos que resultan cruciales para el desarrollo de propósitos compartidos sobre la educación. La omisión o subvaloración o descuido de dichos fundamentos deja vacuas a las transformaciones de las referencias necesarias para orientar su foco programático así como los soportes necesarios en gobernanza, gestión y financiamiento, entre otros fundamentales.

No se trata solo de abrigar una visión instrumental y por así decirlo pragmática de las transformaciones, que pueda plasmarse en un conjunto de acciones a implementar, generalmente explicitado en un decálogo de iniciativas, sino de antecederlo de la discusión sobre el trasfondo de concepciones políticas, educativas y societales que orientan las decisiones sobre para qué y en qué educar. Los conocimientos y las competencias que se priorizan en las propuestas educativas, curriculares y pedagógicas, responden a ideas fuerza acerca del sentido último de la educación y su articulación con visiones de conjunto sobre los imaginarios de sociedad perseguidos. 

Los autores del artículo, Ghulam, Qargha y Winthrop, identifican cinco propósitos superpuestos en educación a la luz de la lectura histórica a escala global que realizan. Dicha identificación constituye una referencia por lo demás pertinente para reflexionar sobre la educación de cara a un presente que evidencia signos de insostenibilidad civilizatoria así como de futuros sombríos para las nuevas generaciones de no mediar cambios significativos en los estilos de vida y comportamientos predominantes hoy día. Como claramente aseveran los autores, el propósito de la educación no tiene que ver primariamente con la formación en un conjunto de habilidades, o más globalmente de competencias, sino sobre las creencias, los supuestos, los valores y las historias que guían nuestras decisiones en qué y cómo educamos, y las maneras en que se conforman los sistemas educativos para alcanzar los propósitos definidos como más amplios. 

Si otrora las discusiones, más orientadas a procesos de reformas que a transformaciones, se centraban fuertemente en torno a los énfasis dados a las nociones de equidad, calidad, inclusión y competitividad, parecería existir hoy día la necesidad de centrar la discusión de dichas nociones, que se enmarcan en el ODS4 ya mencionado, vinculándolas más clara y potentemente a los sentidos y propósitos de la educación. Se trataría de hurgar en las ideas fuerza que proporcionan una visión de conjunto sobre qué educación necesitamos para formar en las propósitos relacionados a las personas, a la ciudadanía, a las comunidades y a las sociedades, y a través de conectar expectativas y realidades globales y locales. 

El primero de los propósitos refiere a entender el rol de educación como sostén del desarrollo económico basado en el supuesto que conforme mayor es el nivel de escolarización de la persona, más altos son sus ingresos, salarios y productividad, y mayor es el crecimiento económico de su comunidad y país (referencia a Berman, 2022). Este planteamiento tiene como sustento la teoría del capital humano que a grandes rasgos, implica que las personas, entendidas como actores racionales, buscan realizar las inversiones que optimizan sus posibilidades económicas y sociales a futuro. 

Nos parece que esta visión de la educación es por lo demás estrecha en varios sentidos. Por un lado, la presunción que la persona procesa y toma decisiones racionales, y que tiene “pleno” acceso a las referencias y las informaciones requeridas para hacerlo, dista mucho de cómo las personas efectivamente toman decisiones así como no toma suficientemente en cuenta el acceso fragmentado e incompleto a la información. Por otro lado, la valorización del desarrollo económico per se, descontextualizado de sentido y propósito, le otorgaría un valor positivo prima facie sin preguntarse sobre los impactos del mismo a la luz de los principios de sostenibilidad, justicia, equidad e inclusión. Asimismo, la idea de asociar la educación a la movilidad social ascendente intergeneracional no parece ocurrir en virtud de los impactos que las crisis económicas y sociales de las dos últimas décadas han tenido en los cuadros de aspiraciones y condiciones de vida de las generaciones más jóvenes.   

Nos parece que alternativamente a entender a la educación como directamente funcional al desarrollo económico, se podría referirse a la misma como sostén de desarrollo y estilos de vida sostenibles, que incluyen el desarrollo económico así como otras dimensiones, a la luz de aspiraciones sociales plasmadas en acciones de gobierno y estado así como impulsadas por otros actores e instituciones. No solo basta con que la educación forme parte de los planes y programas de desarrollo social y económico sino que se debe precisar cuáles son las formaciones y los aprendizajes requeridos para lograr los objetivos y las metas sobre bienestar, inclusividad y sostenibilidad que puedan plantearse en horizontes de mediano y largo plazo. 

El segundo de los propósitos, mencionada por los autores, refiere al rol en el pasado y actual de la educación en la construcción de identidades nacionales y comunitarias así como el compromiso ciudadano en torno a valores cívicos. Históricamente la educación ha sido entendida como canal de integración cultural y social que contribuye a la conformación y al desarrollo de los estados nación y sustentado en visiones que buscan resaltar lo que une y uniformiza. Bajo esta perspectiva, la educación forja nación y ciudadanía sobre la base más de homogeneizar que de reconocer diversidades y diferencias a su interior.  

Asimismo, Ghulam, Qargha y Winthrop remarcan que el rol de la educación asociado a las identidades nacionales implica abordar temas atinentes a la formación ciudadana y cívica que resulta, asimismo, fundamental como sostén de la educación en derechos humanos y educación para la paz (referencia a Bajaj & Hantzopoulos, 2016). Uno de los mayores desafíos de la educación radica en conectar estos temas bajo una visión unitaria y convincente, de mutuas implicancias entre los mismos, y de asumir la imposibilidad de su fragmentación y consideración aislada. 

En la línea precisamente de reforzar una visión unitaria de la educación, la “Recomendación sobre la Educación para la Paz, los Derechos Humanos y el Desarrollo Sostenible”, aprobada por los estados miembros en el marco de las deliberaciones de la 42a reunión de la Conferencia General de UNESCO (noviembre 2023; UNESCO 2023; UNESCO, 2024), reconoce la interconexión entre los temas vinculados a la  paz, la libertad, el bienestar, el desarrollo, la educación, la convivencia y la seguridad de las personas y las comunidades, así como la promoción de una ciudadanía mundial activa. 

Asimismo, el rol clave que cumple la educación en cimentar nación y ciudadanía podría asentarse en reconocer una justa interdependencia entre referencias universales, vinculantes para el colectivo social en su conjunto, con apreciar los particularismos. Se trataría de forjar un universalismo garantista de bases comunes e incluyente de diversidad de credos.

El tercero de los propósitos, desarrollado por Ghulam, Qargha y Winthrop, tiene que ver con posicionar la educación como esencial al desarrollo de una conciencia crítica y la toma de conciencia de las raíces de la opresión, y en cuestionar dicha opresión través de la acción (referencia a Freire, 1973; King Jr, 1947). Varias puntas se derivan de una visión de la educación más explícitamente ideológica e inscripta en imaginarios de sociedad progresistas.

Los autores aluden a las maneras en que la enseñanza y el aprendizaje reproducen las subordinaciones múltiples e interseccionales – vinculados a prejuicios y discriminaciones, así como a los discursos y las prácticas clasistas, racistas y de odio - pero a la vez, ponen el foco en como la educación tiene el poder de contrarrestar la opresión (referencia a Mellor, 2013; Harris & Leonardo, 2018). Esta visión se asienta en la convicción y la confianza en el poder transformacional de la educación, y en jerarquizar, lo que los propios autores denominan una educación para la justicia social, como sostén del propósito de la educación, y que incluye temas tales como equidad de género y alfabetización racial – esto es, tener los conocimientos, las habilidades y la toma de conciencia requeridas para hablar pensativamente sobre la raza y el racismo. La revitalización de la noción de justicia social asociada a la educación daría mayor fuerza argumental a las ideas fuerza de la Agenda de Educación 2030 y a la consecución del ODS4 vinculados a la inclusión entendida como la simbiosis entre equidad y calidad.

El cuarto de los propósitos, mencionado por los autores, alude al rol de la educación en generar oportunidades y experiencias de aprendizaje que contribuyan al desarrollo de las personas y de las comunidades. Se trata de fortalecer una visión comprehensiva del bienestar que abarque componentes sociales, económicos, físicos, emocionales, mentales y espirituales, inextricablemente vinculados al soporte social y emocional de los aprendizajes, a la salud mental, a la confianza en sí mismo y a las relaciones interpersonales, entre otros aspectos fundamentales (referencia a CASEL, 2018; Jones, Kahn, Bailey & Barnes, 2019).

En la línea mencionada por Ghulam, Qargha y Winthrop, el concepto de bienestar refuerza una visión holística de la educación, centrada en la consideración del alumno como persona y un todo indivisible, y que reconoce la interacción evolvente entre la naturaleza emocional de la cognición y la naturaleza cognitiva de las emociones (Pons, de Rosnay & Cuisinier, 2010). Los aprendizajes sociales y emocionales (SEL por su sigla en inglés) son condición sine qua non de aprendizajes que aspiren a ser transformacionales, relevantes y sostenibles. Un abordaje integral de SEL como palanca de cambio podría enfocarse en fortalecer el desarrollo de competencias personales, interpersonales, sociales y ciudadanas en educadores y alumnos como procesos concatenados y orientados a generar oportunidades y espacios para fortalecer las empatías intergeneracionales. 

El quinto de los propósitos, esbozado por los autores, resalta los sustratos culturales y espirituales de la educación orientados a desarrollar las relaciones con uno mismo juntamente con su tierra y ambiente, comunidad, cultura y fe (referencia a Tuhiwai Smith, 1999). Esta visión de la educación implica reforzar las conexiones entre el cerebro, la mente y el cuerpo mediado por los sentimientos que fluyen, entre otros aspectos, de las motivaciones y las emociones (Damasio, 2023). 

Una educación de impronta espiritual y cultural supone el desarrollo de un currículo localizado y contextualizado, abierto al mundo, y sustentado en pedagogías que valoricen la jerarquización y apropiación de conocimientos nativos. Tal cual Ghulam, Qargha y Winthrop aseveran, el propósito de la enseñanza y el aprendizaje es conectar y mancomunar las prácticas de aprendizaje que tienen lugar en la escuela, el hogar y la comunidad (referencia a Paris, 2012) que implica remover las barreras que se interponen entre múltiples espacios y formas de aprender.

Una educación abierta a las culturas supone entrelazar la diversidad de espacios de aprendizajes – formales, no formales e informales – a efectos que los alumnos puedan gozar de múltiples expresiones culturales que conectan con sus aspiraciones y motivaciones, así como con sus contextos y circunstancias de vida. Asimismo, la apertura a la espiritualidad de las personas guarda relación con el bienestar social y emocional y con una educación liberadora de opresiones, que ya fueron mencionados como propósitos de la educación. 

Las cinco perspectivas sobre los propósitos de la educación desarrolladas por Ghulam, Qargha y Winthrop, son una fuente valiosa para repensar la educación en clave de conectarlas más que en optar por una de ellas. Precisamente, uno de los más delicados desafíos que enfrentan los procesos de transformación educativa, yace en entender la educación conectando ideas y sensibilidades que otrora pudieron verse como altamente disputados e irreconciliables. Nos parece que una visión transformacional de la educación puede integrar los propósitos de educar para la justicia social y estilos de vida sostenibles, formar en identidades ciudadanas democráticas conjugando valores universales con particularismos, poner el foco en el bienestar social y emocional como sustento insoslayable de los aprendizajes, y fortalecer la conexión de las personas con su espiritualidad y sus aspiraciones así con lo propio de sus entornos en diálogos con el mundo. Una visión de propósitos educativos multidimensionales y conectados contribuirá a fortalecer la Agenda de Educación 2030.

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