Leonardo Carreño

Talvi y Viglietti, cocos de hoy

Las noticias del presente generan disparadores de reflexión en diferentes niveles

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30 de julio de 2020 a las 12:36

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Ernesto Talvi fue ministro de Relaciones Exteriores, hasta que un día se fue, igual que la mujer que abandona a su amante en la canción de Gastón Ciarlo, Dino. Aunque dijo, dijo, y lo dijo una vez más, nunca resultaron convincentes las razones de la renuncia de quien fuera canciller por corto tiempo. Tal vez uno piense demasiado, como le dice el padre a su hijo en otra canción, esta de Paul Simon, pero lo cierto es que el asunto de marras careció de pies y cabeza. Fue como pedir el divorcio antes de que terminara la luna de miel en una isla del Caribe. ¿Cómo una persona adulta entra y se va tan rápido de un lugar por decisión propia? ¿Cómo recién después de haber entrado se dio cuenta de que no le gustaba donde estaba? Talvi es tal vez como esas personas a las que les lleva varias horas decidirse por el sabor del helado que van a comer. ¿Chocolate? No, mejor frutilla, no, mejor chocolate, no, no, mejor dulce de leche, no, quizá tutti frutti. 

El domingo alguien me dijo que mirara las noticias, pues Talvi había hecho un anuncio importante. Mis expectativas fueron altas. Me entusiasmé. Finalmente había una noticia aparte de las del coronavirus. Cuando hoy en día alguien célebre hace un anuncio importante relativo a su vida, casi siempre tiene que ver con lo mismo. No hay que ir a Hollywood ni a Broadway. La democratización de los comportamientos es uno de los signos de nuestra época. Todas las intimidades en el fondo se parecen y las declaraciones son sobre lo mismo. O el implicado anuncia que va a entrar a una clínica de desintoxicación para tratarse la adicción a las drogas, que ha engañado a su esposa con la mejor amiga de esta, o bien anuncia su salida del clóset. ¿Estaría el anuncio de Talvi relacionado con uno de estos asuntos? Como digo, me entusiasmé con la posibilidad de que fuera algo de magnitud íntima, una de esas noticias que tanto ayudan a entretener a la vida en tiempos de pandemia y reclusión hogareña. A falta de fútbol con hinchas en el estadio, cualquier otra alternativa califica para válida. ¿O es que Talvi anunciaría quizá que tenía coronavirus, contagiado por alguien que estuvo en la misma fiesta en la que se contagiaron varios? Era también posible. Hoy en día, ¿qué no lo es? 

Cuando entro al corazón de la noticia sobre el anuncio mencionado, mi decepción fue casi así de grande. A diferencia de las historias de los famosos del mundo del espectáculo, lo de Talvi no tenía que ver con entrar a una clínica ni con salir del clóset, sino con salirse de la vida política. Anunciaba que además de Relaciones Exteriores –irse de un solo lugar no le había sido suficiente–abandonaba también su lugar en el Senado antes de llegar a estrenarlo y dejaba en forma definitiva la política. No sé por qué, pero pensé en la canción Goodbye, my love, goodbye, de Demis Roussos, y me puse a tararearla, considerando que se viene la Noche de la Nostalgia. Otro día les cuento de cuando conocí a Roussos en un baño del aeropuerto Charles de Gaulle de París.

La carta de Talvi, WhatsApp New Pussycat, no me pareció convincente. Para nada. Perdón, Ernesto, esperaba más. Me dio una sensación parecida a la que me dio leer la carta de despedida de mi primera novia, cuando sin decir agua va me explicaba por qué era mejor para nosotros que ella se fuera con otro y pedía que la comprendiera. Talvi, quien también pidió comprensión, no se va con nadie, pero deja a muchos abandonados. Supongo que lo habrá tenido en cuenta cuando tomó la decisión y escribió luego la misiva. Las explicaciones con trasfondo político que pretendan darse respecto a la “decisión de vida” de Talvi no han aportado demasiada luz sobre el asunto que pasó a competir con el virus en boga y se hizo viral. En todo caso, habría que preguntarle a algún psicoanalista experto cómo son los mecanismos de la mente de alguien que dedicó años a la política y luego termina diciendo que la política no es lo suyo. A los efectos exclusivos del país, y de los 300.177 compatriotas que lo votaron –una cantidad considerable– lo malo de todo esto es que Talvi es una de las pocas figuras bien preparadas que ha dado el escenario político uruguayo en mucho tiempo, uno de los pocos que tienen ideas producto de la inteligencia y de la preparación necesaria para emitir un juicio. Esperemos que su decisión no tenga efecto dominó en otros dominios de la realidad uruguaya. Considerando que las eliminatorias están a la vuelta de la esquina, sería horrible que Suárez o Cavani, después de haber sido futbolistas toda la vida, salgan diciendo ahora que el fútbol no es lo suyo. 

A pesar de ser un país pequeño en extensión y con una población que desde hace mucho sigue siendo de tres millones y pico de habitantes, Uruguay se les ingenia para generar noticias fuera del canon informativo esperable. El surrealismo tiene un compromiso con esta “tierra bendita”, expresión de Talvi proveniente del mejor párrafo de su carta de despedida. El mismo día en que el exministro, exsenador y expolítico anunció su inapelable decisión, Daniel Viglietti regresó al menú noticioso tres años después de muerto, al salir a luz una acusación de abuso sexual en su contra por parte de un familiar. Se trata de un asunto serio que exige llegar al fondo de la verdad. Viglietti encarnó al artista jugado a la política, compañero y camarada, por lo tanto, a la hora del escrutinio la defensa de su figura contará con muchos guardaespaldas ideológicos que lo mantienen en un pedestal y que veneran su aura más allá del bien y del mal.

Una vez superada la estricta actualidad que pueda tener la noticia con ribetes de escándalo, el hecho pondrá a prueba el criterio y la imparcialidad de todos aquellos que a la hora de informar descartan de manera sistemática toda información que implique y salpique a correligionarios. ¿Y si la acusación resulta cierta? Sería la primera vez que en Uruguay una figura artística con proyección internacional correría el riesgo de caer en el mismo infierno de desprestigio en el que han caído fuera otras figuras por el estilo, porque el desempolvar comportamientos sexuales criminales es práctica recurrente de nuestros días. Claro está, en caso de ser encontrado culpable de violación Viglietti, convertido por las circunstancias en émulo de Michael Jackson, no sufrirá consecuencias reales como las que está padeciendo el músico estadounidense R. Kelly, quien enfrenta cargos por autoría de crímenes sexuales y se encuentra recluido en la cárcel federal Metropolitan Correctional Center, de Chicago. Además, las radios han dejado de irradiar su música y difícilmente el paso del tiempo vaya a limpiar su imagen, arruinada de por vida. Esta bomba atómica que ha caído sobre Viglietti y su imagen de buen pastor ideológico, ¿cuánto afectará al momento de escuchar A desalambrar, Dios le pague, o cualquiera de las canciones con las cuales está identificado?

En la historia de las artes ha habido extraordinarios artistas acusados de ser asesinos (algunos a sueldo, otros, Louis Althusser y William S. Burroughs, de sus esposas), abusadores de menores, pervertidos, traficantes de armas y drogas, etcétera, los cuales lograron ser salvados por sus obras, por la sencilla razón de que nunca fueron defensores de ninguna moral explícita y veían al mundo como un horror imposible de redimir, sin tomar ningún partidarismo político. La estética y la ética no están obligadas a ser aliadas en sus propósitos. Recomiendo al respecto el libro El asesinato entendido como una de las bellas artes (1827), de Thomas De Quincey. La historia, sin embargo, es otra muy diferente con alguien como Daniel Viglietti, quien dedicó su vida a promover los ideales redentores del hombre nuevo provenientes de la factoría del Che Guevara & Company. Lo que está en juego es su posteridad, su lugar en la lista de salvados o no del olvido y del oprobio. Es mucho lo que puede llegar a perderse. Y la realidad, en cosas de este tipo, suele ser implacable, no perdona. 

En una semana de reputaciones dañadas, y más allá de lo estrictamente empírico, las noticias recientes respecto a Talvi y Viglietti han activado el mismo cuestionamiento de fondo, uno que tiene a la credibilidad como damnificada principal. La credibilidad, es como una palmera: le lleva años crecer. El desprestigio, en cambio, es como un coco: cuando cae, se viene al piso a toda velocidad. 

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