Es el tercer negocio ilegal más grande del mundo

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Tráfico ilegal de animales: cada vez más uruguayos tienen como mascotas especies raras y crece un negocio millonario

La primera caracterización del mercado ilegal de fauna en Uruguay identifica “una demanda creciente de mascotas de especies no tradicionales o raras”, entre ellas algunos ejemplares en peligro de extinción que se venden por miles de dólares
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03 de septiembre de 2023 a las 05:00

Un mono tití mantuvo en vilo a los vecinos del barrio montevideano La Unión. Fue visto por última vez en la avenida 8 de Octubre y Larravide, pero las autoridades se cansaron de buscarlo, “triaron la toalla”, y en su prontuario figura como “prófugo”. En Uruguay no hay monos tití, pero, a la vez, los hay.

Un tucán de pico amarillo era ofrecido a más de US$ 5.400 en una plataforma de venta online de Uruguay. Su pico característico, descubrieron los científicos, le sirve para adaptarse al clima de los bosques tropicales donde habitan. En Uruguay no existen esos bosques, mucho menos los tucanes. Pero, curiosamente, los hay.

También hay guacamayos de frente roja —que pese a no ser nativos de Uruguay y estar en peligro de extinción— fueron incautados por la Dirección Nacional de Medio Ambiente (otrora Dinama). Hay erizos africanos, tortugas amenazadas del Chaco y pinzones de Galápagos.

Pero sobre todo hay “una demanda creciente de mascotas de especies no tradicionales o raras”, la mayoría de ellas aves nativas quitadas de sus hábitats naturales de Uruguay, y que conforman un mercado ilícito que mueve millones de dólares.

Así lo confirma la primera “caracterización del mercado ilegal de fauna en Uruguay”, una investigación financiada por el Ministerio del Interior y la Agencia Nacional de Investigación (ANII) a cuyos resultados tuvo acceso El Observador.

Las especies más incautadas en Uruguay

Ocho de cada diez especies incautadas son aves que, casi en su mayoría, van a parar a las jaulas de quienes las compran como mascotas. El valor varía según su extrañeza, el color de su plumaje y el colorido de su canto.

Porque si bien hay un mercado asociado a “coleccionistas, a la explotación de plumas, de pieles o cueros, hay otros atractivos como el hobby de querer reproducir un animal silvestre fuera de su hábitat, la falsa idea de que algunas de estas especies demandan menos trabajo de crianza que una mascota doméstica clásica o, como hipótesis, la ilusión de que ante una naturaleza que está amenazada el nuevo dueño es capaz de preservar la especie y hacer el bien”, explica la antropóloga Magdalena Chouhy, quien junto al también antropólogo Juan Martin Dabezies y la bióloga Lucía Bergós tienen la autoría de la investigación.

Según algunas estimaciones internacionales, el tráfico ilegal de animales es el tercer negocio ilegal más grande del mundo —solo superado por el narcotráfico y la trata de personas—. La Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas estima entre ocho y diez billones de dólares al año se mueve producto del tráfico de unos 30.000 mamíferos por año, entre dos y cinco millones de aves, más de dos millones de reptiles y 6.000 millones de peces y anfibios.

Y aunque su origen se remonta a, por lo menos, el colonialismo clásico, los científicos y el Ministerio de Ambiente insisten en que, en tiempo en que la compra-venta se realiza en grupos de redes sociales y plataformas de e-commerce, el mercado ilícito viene en aumento suponiendo más peligros.

Cardenal copete rojo en su hábitat natural.

“Como no existe un conteo de especies en el país y como este mercado funciona sobre todo en la ilegalidad, no podemos conocer cuánto de la destrucción de los ecosistemas es el resultado de la depredación de especies que se sacan de su hábitat. Pero sí sabemos que cuando una especie que no existe en un hábitat es liberada (a propósito o porque se escapó de su jaula) supone interacciones con el sistema, la introducción de nuevos predadores para especies nativas, competencia por la comida, y el salto de patógenos de una especie a la otra”, cuenta la bióloga Bergós.

Cuando en China se descubrió un virus nuevo, de la familia de los coronavirus, que causaba una infección respiratoria aguda, los científicos enseguida apuntaron al cambio del vínculo de los humanos con las especies y cómo eso hacía cada vez más factible nuevas pandemias.

“No solo eso: la introducción de especies exóticas y raras hace que los veterinarios tengan que aprender a tratar a animales que no eran parte de su formación, y que las personas que adquieren a esas ‘mascotas’ aprendan de nuevos cuidados e incluso peligros”, explica el antropólogo Dabezies.

En otros casos las especies comercializadas están en peligro de extinción. El cardenal amarillo, un ave nativa de Argentina, Uruguay y el sur de Brasil, está al borde de desaparecer. Los cálculos más alentadores estiman que quedan menos 2.000 ejemplares maduros, pero las autoridades ambientales las han encontrado en incautaciones.

El loro frente roja, una especie de las más amenazadas en el mundo, también apareció en jaulas uruguayas.

"De cada diez ejemplares que llegan al mercado, se estima que uno sobrevive y otros nueve fallecen", dice Chouhy. Y por cada uno de los ejemplares que se incautan, el cálculo internacional es que hay unos diez que pasan debajo del radar del Estado, agrega Bergós. Por lo cual lo que se ve, y se sabe, es solo la punta de un iceberg.

Se estima que cada diez animales incautados, nueve mueren.

El antropólogo Dabezies reconoce que “muchas personas que tienen estas mascotas no saben si están cometiendo una ilegalidad o no, porque desconocen la normaiva y además las compran en lugares que para ellos son legales. El rol de los criaderos también está muy discutido entre los actores con los que trabajamos. Hay criaderos que están habilitados y legalizados pero hay otros que están en situación irregular". Su investigación, por ejemplo, reza: "Los discursos de veterinarios, gestores y criaderos interlocutores tienden a coincidir en que la demanda de mascotas es un fenómeno creciente, y en señalar al tráfico como causa de daño a las poblaciones silvestres, de maltrato animal, factor de riesgo sanitario y también violencia del mercado ilegal. En los discursos de criadores, la cría y la venta legal cubren la demanda de manera sustentable y apegada a las normas, reduciendo la presión sobre las especies, combatiendo el comercio ilegal de fauna y la violencia”.

Un criador de reptiles les contó a los investigadores: “El mercado no lo estamos haciendo, el mercado está. Lo que estamos haciendo es abastecer una necesidad de manera responsable”. Sin embargo, también comenta Dabezies que “algunos interlocutores del trabajo señalan que por más habilitados que estén los criaderos, promueven el consumo de un tipo de mascotas que termina alimentando la demanda del tráfico ilegal”.

¿Con el sello Escobar?

“Era un sábado de enero de 1983 y hacía calor. En el aire se sentía la humedad de la brisa que venía del río Magdalena. Alrededor de la casa, situada en el centro de la hacienda, había muchos árboles cuyas hojas de color verde oscuro se movían con el viento. De pronto, cuando la luz del sol empezó a desvanecerse, centenares de aves blancas comenzaron a llegar volando por el cielo azul, y caminando por la tierra oscura, y una tras otra, se fueron posando sobre las ramas de los árboles como obedeciendo a un designio desconocido. En cosa de unos minutos, los árboles estaban atestados de aves de plumas blancas. Por momentos, parecían copos de nieve que habían caído del cielo de forma inverosímil y repentina en aquel paisaje del trópico. Sentado en una mesa, junto a la piscina, mirando el espectáculo de las aves que se recogían a dormir en los árboles, estaba el dueño de la casa y de la hacienda, Pablo Escobar Gaviria”.

El periodista Juan José Hoyos narra así el comienzo de su encuentro con el mítico narcotraficante colombiano. La cantidad de animales silvestres que Escobar guardaba en la hacienda Nápoles acabaron siendo una de las imágenes más potentes del poder del crimen organizado.

Un mono que se escapó del zoológico de Montevideo hace un año —distinto al prófugo de La Unión— perteneció a un narco uruguayo. ¿Coincidencia?

El crimen organizado requiere de la corrupción: la complicidad de un aduanero, el silencio de un policía, la vista gorda de un político. Y así como el narcotráfico se vale de esa lógica, también lo hace el contrabando de animales, explica la bióloga Bergós.

“No sabemos si existe un vínculo directo, pero sí que son parte de las mismas lógicas de rutas, de origen, destino y tránsito de bienes o servicios bajo la ilegalidad. Este tipo de actividades ilícitas suelen aprovechar la misma logística para diversos productos”.

Tal es así que antes de la pandemia, en 2019, Interpol Uruguay identificó una red de tráfico internacional de especies protegidas. En el interior del baúl del vehículo, eran trasladados cuatro monos tití, 68 loros amazónicos, 40 canarios y tres tucanes.

Estas lógicas diferencian al mercado ilegal de fauna silvestre de delitos como el abigeato. “Cuando alguien roba ganado de un campo, comete un delito contra la propiedad. En cambio la fauna nativa que está libre en su hábitat no es de nadie y es considerada una falta administrativa”, insiste Dabezies.

Los datos de las incautaciones y las entrevistas realizadas en el proceso de investigación sugieren que el mayor mercado ilegal de fauna en Uruguay es interno. Por eso la mayoría de especies son nativas. Pero los vínculos internacionales están presentes y, como ejemplo, hay ejemplares que van a parar a coleccionistas de Europa u otros países. "Como sucede con otros comercios ilegales, Uruguay parece ser un lugar de tránsito y también destino de animales exóticos, mucho más que exportador", dice la antropóloga Chouhy.

En Uruguay, como ocurre en otros países, la demanda más fuerte se concentra en las áreas urbanizadas y en especial en la capital: se quita a la especie de su hábitat y va a parar a la ciudad.

Tras la investigación los investigadores concluyeron que Uruguay tiene diversas debilidades: carencias en la normativa, desconocimiento en los organismos de control, falta de Fiscalía especializada, falta de recursos, y falta de instalaciones de rehabilitación donde llevar animales incautados.

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