Camilo dos Santos

Tres papas y un pasado militar: la historia del obispo "ligeramente agreste"

Arturo Fajardo asumirá en agosto al frente de la diócesis de Salto tras haber sido nombrado por el papa Francisco; es obispo de San José desde 2007 y presidente de la Conferencia Episcopal del Uruguay

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05 de julio de 2020 a las 05:00

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Cuando el papa Francisco lo nombró obispo de Salto en junio, Arturo Fajardo dijo para sus adentros: “No pidas nada, no rehuyas nada”. Tras estar 13 años al frente de la diócesis de San José, cantar la retirada no es una opción “cómoda”.

“Dios no elige capaces, capacita a los elegidos”, fue otro de sus pensamientos. Quienes lo conocen dan cuenta de que “habla mucho en frases”, con citas poéticas, bíblicas y viejos refranes.

Entre sus dichos de cabecera guarda: “Oveja que se aparta de la majada, o va a parir o está vichada”, y “el hombre es una misteriosa caja de resonancia”, del cantautor Atahualpa Yupanqui.

“Es un hombre de campo hasta en su forma de moverse”, relata Andrés Paredes, cura maragato cuyo camino religioso fue acompañado desde el principio por Fajardo. “Te das cuenta en su forma de hablar: cita mucho a poetas gauchescos como Wenceslao Varela”.

El cardenal Daniel Sturla comenta que lo han descrito como “ligeramente agreste”. “Lee mucho y une lo intelectual con lo del paisano”, señala.

“Ha sido un obispo gaucho, y su forma de ser ha caído muy bien en San José”, indica José Luis Falero, subdirector de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, y cuyos diez años como intendente coincidieron con el obispado de Fajardo.

Según expone Falero, el obispo en los departamentos del interior es como “una autoridad más”, protagonista a su vez de tradiciones locales como la Fiesta del Mate, que organiza la comuna maragata cada año.

Camilo dos Santos

El cura rara vez anda sin boina. Cuando los representantes de grupos religiosos se reunieron en Torre Ejecutiva con las autoridades del gobierno el 11 de junio para gestionar la vuelta de las celebraciones presenciales, Fajardo no faltó a su costumbre, y se lo pudo ver de chapela en la Plaza Independencia frente al edificio.

En 2019 fue electo presidente de la Conferencia Episcopal del Uruguay (CEU), puesto que se asume con la mitad más uno de los votos de los obispos de las nueve diócesis del país. Fajardo describe que desde su rol se busca “aunar esfuerzos en una Iglesia que es chica y relativamente frágil”.

“Cada obispo gobierna la diócesis que le ha sido encomendada”, explica Sturla, que además es arzobispo de Montevideo y cardenal. “Él, como presidente de la CEU, tiene una tarea de coordinación de los obispos. En esto de los diálogos con el gobierno, los dos participamos en los encuentros”.

La dupla también estuvo presente en la “Oración interreligiosa por la patria” del 2 de marzo en la Catedral de Montevideo, a la que asistió el presidente Luis Lacalle Pou y varias autoridades del gobierno.

La publicación del evento en el portal de Presidencia fue cuestionada por los colorados Felipe Schipani y Ope Pasquet, así como por los frenteamplistas Fabiana Goyeneche y Santiago Soto por “lesionar la laicidad”.

Cura o militar

“No creas que he tenido una vida muy piadosa. Yo he sido muy normal”, sostiene Fajardo. Para ilustrar su fe, el cura traza una meseta en el aire con su mano. “Es muy racional”.

Tras el camino andado, a pesar de poder considerarse fernandino, serrano y maragato a la vez, Fajardo se define antes que nada como oriundo de Aiguá, ciudad al norte de Maldonado con unos 2.500 habitantes. Allí nació en julio de 1961, y pasó la infancia con sus padres, –él trabajador del campo, ella maestra y profesora– y dos hermanos menores.

Uno de ellos es el general Gustavo Fajardo, que hoy ejerce el cargo de agregado militar en la embajada uruguaya de Washington DC. Su cargo militar pendió de un hilo en 2018 cuando fue uno de los cuatro generales integrantes del Tribunal de Honor que juzgó las actuaciones de José Nino Gavazzo. El entonces presidente Tabaré Vázquez envió las venias al Senado para pedir su pase a retiro, y la oposición negó los votos para que se aprobaran.

Entre las tareas de aquella época rememora que cosechaban papas, juntaban leña, y andaban a caballo. Su hermano el militar recuerda que en las alforjas llevaban sandías. "Esas sandías eran el manjar cuando después del mediodía papá paraba de hacernos trabajar y se ponían hacer un medio costillar de cordero a las brasas".

Tras pasar por la Escuela Nº9 y el liceo de la ciudad, Fajardo ingresó en 1975, a la edad de 14 años, al Liceo Militar de Minas en que completaría el Ciclo Básico. “Para los que somos del interior, dejar la casa y la familia, es todo un desafío”, cuenta al respecto.

En retrospectiva, es consciente de los tiempos turbulentos que vivía el país, con el golpe de Estado de 1973 muy fresco en la coyuntura. “Éramos muchachos, no nos dábamos cuenta de la situación dramática que vivía el país”, afirma el sacerdote. “No viví nada particular más que la dureza del entrenamiento”, asegura.

Consultado sobre las condiciones en la institución militar y la predominancia de ciertos discursos, responde: “Sin duda, porque era un año con un país enfrentado. Eso no quiere decir que no guarde amigos de esa época, más allá de las discrepancias”.

En aquel entonces Fajardo tenía “muchas resistencias con ser cura”. “Pensaba: la carrera militar y después formar una familia”, comparte. Para él, la vida castrense tiene “en algunas cosas un estilo y un espíritu de Cuerpo” compatibles con el cristianismo. Sobre las armas ya reconoce que “no cierran con el Evangelio”.

Cuando concluyó el Ciclo Básico, cursó un año más como aspirante en la Escuela Militar de Toledo. Ahí entraron las dudas.

“A mí me marcó Edmundo Quaglia, obispo de Minas, que decía que yo iba a ser cura”, reconoce. Su hermano Gustavo rememora el momento que también a él lo impactó. "Ese viejito sentado en una silla recibía a los feligreses a la entrada de la casa parroquial. Tendríamos 8 o 10 años, yo iba delante, me entregó una medalla y me dijo "que Dios te bendiga", pero a Arturo, lo miró , lo paró, le puso la mano en la cabeza y le dijo “el Señor tiene buenos planes para ti”. Arturo lo miraba con ojos grandes cabeza torcida y muy manso como es él, sin entender nada. Yo tampoco entendía nada, pero siempre lo recuerdo como un hecho increíble por la forma como se expresó monseñor y por la dulzura con que le habló. Indudablemente era cierto", reflexiona desde Washington.

El ya difunto sacerdote solía irlo a visitar a Arturo a la salida del liceo militar, y Fajardo se avergonzaba de que lo vieran con él. Alguna vez llegó a escaparse a tomar una cerveza.

No obstante, el llamado vocacional sonaba cada vez más fuerte.

“Yo estaba arrestado”, recuerda, aunque no tiene claro si “por tener la cama mal tendida o el pelo mal cortado”. “Estaba con casco y fusil en una garita y dije: “Voy a ser cura. Esto no es lo que quiero para mí””.

Los tres papas

La entrada al seminario llevó dos rounds. Tras no animarse a asumir el compromiso en una primera instancia, lo intentó de nuevo en 1981, y ya no miró atrás.

Milton Tróccoli, hoy secretario de la CEU y obispo de Maldonado-Punta del Este-Minas, compartió la habitación con el entonces joven seminarista. “Venía de la Escuela Militar, así que era recontra ordenado y puntual para todo”, revive. El conflicto de la pieza, en cambio, era por el humo, ya que Fajardo “fumaba bastante”.

Por un golpe de fortuna que jamás podría haber planeado, su ordenación coincidió con la visita del papa Juan Pablo II a Uruguay en 1988.

“Fue el papa de mi juventud. Era muy vital: había estado en la resistencia contra los nazis, era actor de teatro, jugaba al fútbol, había trabajado mucho con jóvenes. Me acuerdo que tenía un vozarrón y un carisma impresionante”, recuerda.

Tiene memorias “muy lindas” de aquella ordenación, como la misa multitudinaria en el estadio Campeones Olímpicos de Flores.

Camilo dos Santos

Diecinueve años más tarde, fue nombrado obispo de San José durante el papado de Benedicto XVI. Sobre la estufa a leña de su hogar maragato reposa una foto tomada junto al Sumo Pontífice en su visita a El Vaticano en 2008.

“A mí me influyó mucho su libro “Introducción al Cristianismo”. Cuando lo fui a ver, se lo llevé todo subrayado en una edición muy vieja”, narra. Al ver su escrito, que había concebido cuando aún era Joseph Ratzinger, el alemán le dijo —en español—: “Esto tiene muchos años".

Fajardo volvió a Roma en agosto de 2016, esta vez con Francisco al frente de la Iglesia. En aquella ocasión pidió una audiencia con el papa. El encuentro se desarrolló por fuera de las protocolares visitas Ad limina —previstas por el Derecho Canónico cada cinco años— de los obispos del mundo al Sumo Pontífice para informarle sobre las obras de sus diócesis.

Allí conversaron unos 40 minutos. “Es interesante esa capacidad de escuchar a cada persona como si fuera la única, aunque uno tenga mucha cosa”, dice sobre Francisco. Aún así, admite que le dio “un poco de vergüenza” insumirle tanto rato.

“Fue muy lindo, tomamos mate. Como argentino, tiene un cariño muy especial por los uruguayos”, evoca.

Tras haber charlado con ambos sucesores de San Pedro, Fajardo considera que el aclamado film “Los dos papas”, aunque de forma “caricaturesca”, permite conocer cómo son Bergoglio y Ratzinger.

En noviembre de 2017 retornó a El Vaticano, esta vez sujetado por las formalidades y las normas canónicas. En esa visita, Andrés Paredes acompañó a su obispo y así narra el episodio: “Los obispos van entrando en fila, y Arturo y yo quedamos para el final. El papa saludaba a cada uno que iba pasando con un comentario personal”.

Al llegar el turno de Fajardo, con quien Francisco había hablado un buen rato un año atrás, el saludo fue: “El obispo del sentido común”.

Duelo

Julio tendrá sabor a despedida para Fajardo, quien asumirá como obispo de Salto el 15 de agosto. Atrás van a quedar las 13 parroquias y 18 curas, cuatro colegios y cinco centros de INAU de la diócesis.

También su hogar en la ciudad e Iván Lemes, un anciano de más de 80 años que trabajó toda su vida para el obispado y hace años comparte la recta final de su vida bajo el mismo techo.

“Cuando Arturo llegó a San José para sustituir a Pablo Galimberti, que también se iba a Salto, se generó una fuerte expectativa y la verdad que la colmó con creces. En lo personal, yo perdí a mi señora y fue un fuerte respaldo que tuve siempre”, comparte el exintendente Falero.

“Yo creo que él en estos días ha hecho un proceso duelo”, reflexiona Paredes. “Implica como un desarraigarse para volver a plantarse a los 58 años en otro lugar”.

No obstante, no pasa por alto que el nombramiento es “como un reconocimiento por haber hecho bien el servicio”. “La diócesis de Salto es más grande, antigua y con más curas”, señala.

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Esta abarca a los departamentos de Salto, Artigas, Paysandú y Río Negro, siendo la más extensa en territorio del país.

Entre los proyectos sociales de la diócesis de San José, Fajardo deberá despedirse del Hogar Juan XXIII, un centro en convenio con INAU de 24 horas para jóvenes en situación de abandono. Tenía por costumbre visitarlos cada semana, y a cada principio de año encargarse del asado.

El obispo considera tener enfrente un “desafío grande”. Lo primero que va a hacer cuando se mude es recorrer y entrar en contacto con las parroquias y proyectos sociales que estarán bajo su tutela. “Todavía no conozco nada”.

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