Cuando Diane Keaton era adolescente, su madre manejó desde California hasta Nueva York para enseñarle la exposición Art of assemblage del plástico Joseph Cornell. Desde entonces, no ha dejado de hacer collages como una forma de expresión artística, al punto de que su ex pareja Warren Beatty llegó a decirle al verla recortar y pegar: “Eres una estrella de cine. Eso era lo que querías. Lo has conseguido. Acéptalo. ¿Adónde te va a llevar todo esto?”.
Lo que el actor de Bonnie and Clyde y Dick Tracy no entendía es que, para Keaton, el collage es también una forma de comunicación oral y escrita. En Ahora y siempre, las memorias de esta actriz de 65 años publicadas por Random House Mondadori, queda claro por qué es la Woody Allen en versión femenina.
“Echo de menos a Woody. Se estremecería si supiera cuánto le aprecio. (...) Todavía lo quiero. Siempre seré su tonta del bote, su monstruo, su frívola del consumo, su compañera de piso que hace tonterías, su boba número uno. (...) ¿Cómo le digo que por favor se cuide mucho, que piense en cosas hermosas, que me escriba si tiene tiempo y que no desfallezca?”, escribe Keaton, quien fue pareja del director en la década de 1970.
Ahora y siempre transcurre entre sensaciones, anécdotas y cartas de su vida amorosa, pero también de su vida familiar. De hecho, según Keaton, el libro tiene la intención de homenajear a su fallecida madre, Dorothy Hall (su apellido de soltera era Keaton), a quien la actriz le atribuye su éxito.
Dorothy puede haber sido Mistress Los Ángeles, la mejor ama de casa del estado, pero no por eso era una mujer al servicio de su marido y cuatro hijos.
Al pegar en la pared de la cocina papeles que decían: “Pensar”, Dorothy se convirtió en una referente en fortaleza, tenacidad y capacidad de amar. Fue quien crió a la Keaton de traje y sombrero, que interpreta personajes liberales y jamás se ha casado.
De los diarios personales de Dorothy salen gran parte de los fragmentos en cursiva que cita Keaton en sus memorias. Como dice la actriz en el prefacio, Ahora y siempre es también la biografía de su madre, quien murió en 2008 tras padecer mal de alzhéimer.
“Mientras se producían los terribles holas y trágicos adioses, yo adopté a una niña recién nacida. Tenía 50 años. (...) Mientras mi madre luchaba por poder terminar las frases, yo observaba a Dexter, mi hija –y unos años más tarde al pequeño Duke, mi hijo–, que empezaba a formar palabras, como una manera de captar el prodigio de su mente en desarrollo”, escribe.
Aunque compleja y querible, el tercio de libro que ocupa Dorothy resulta tedioso cuando llegan las sagaces cartas de Allen firmadas como "el fabuloso Mister A" o los desgarradores comentarios de Keaton sobre Al Pacino, su verdadero amor.
Y como el texto es un assemblage, es imposible saltearse la triste enfermedad de la madre, sin perderse por qué cree que no merecía ganar el Oscar a Mejor Actriz por Annie Hall.
Por momentos, incluso da la sensación de darle más voz a la madre para evitar una mayor intimidad con el lector, algo que ella reconoce haber evitado durante toda su vida con sus parejas.
Ricky Martin reconoció su homosexualidad como previa de su autobiografía. André Agassi usó la misma estrategia y confesó que consumía drogas siendo tenista profesional. La mayor revelación de Keaton es su bulimia durante la década de 1970, algo que no escandaliza al público actual si se piensa en Angelina Jolie durante la entrega de los Oscar del fin de semana pasado.
Las mejores confesiones de la actriz van de la mano de las historias de backstage y sus ex. Que en su único encuentro con Marlon Brando durante el rodaje de El padrino él le dijo: “Bonitas tetas”, que le enseñó a manejar a Pacino, que su invitación para un desfile de Valentino decía Diane Lane; eso es lo atrapante.
Lo mismo sucede al leer sobre los famosos con los que estuvo en pareja. “Esto es lo que queda de Al Pacino”, escribe Keaton antes de enumerar y transcribir las apáticas y escasas líneas que el actor de Scarface le dedicó durante sus años de intermitente relación, entre 1980 y 1990 (la propia autora es vaga en las fechas). En su obsesión de coleccionista, deja entrever que como él ya lo había hecho interpretando a Michael Corleone, le rompió el corazón con su indiferencia.
Todo lo contrario pasó con Jack Nicholson, con quien Keaton no reconoce haber tenido una relación explícita, pero sí confiesa con frescura una escena con un beso repetida varias veces en Alguien tiene que ceder (ver recuadro). “Siempre será mi película preferida, no solo porque fue algo inesperado a los 54 años, sino también porque me proporcionó la maravillosa sensación de estar con dos personas extraordinarias (Nicholson y la directora, Nancy Meyers) que me dieron dos regalos y un beso”.
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