Gustavo Saffores será un Ricardo III muy original

Espectáculos y Cultura > RICARDO III ESTÁ DE MODA

Un muerto que no para de nacer

El personaje shakespeariano de Ricardo III regresa a la palestra en Montevideo en una obra escrita por Gabriel Calderón; desde la serie House of cards a otros acercamientos, el jorobado rey vuelve por las suyas
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30 de mayo de 2014 a las 21:12

Para Ricardo el invierno se transforma en verano. La estación más ruda se vuelve la más plácida. Es capaz de variar los meses y los climas, según su estado de ánimo. Maquina, manipula, conspira en las sombras, detrás de los cortinados. Manda matar para trepar y luego seduce a las viudas de sus víctimas. Cualquier medio, por sangriento que sea, justifica su fin: tener el poder absoluto.

Ese es el personaje que Shakespeare creara en 1592. Y si bien han pasado cuatro siglo y medio, el personaje político más complejo del teatro isabelino sigue vivo y coleando en las varias formas en que ha mutado en el mundo del espectáculo actual.

Diferentes dramaturgos y cineastas han adaptado Ricardo III de diversas formas (ver recuadro) a lo largo de los años.

Una de las más recientes es la muy taquillera serie de televisión House of cards, la versión estadounidense que se estrenó el año pasado y que adapta a la realidad de Washington la serie inglesa del mismo nombre filmada en 1990 y ambientada en el Londres de la renuncia de Margaret Thatcher.

Eso sucede en las pantallas chicas del mundo mientras en Montevideo el actor Gustavo Saffores se prepara bajo la dirección de Mariana Percovich para estrenar un texto del dramaturgo Gabriel Calderón titulado Algo de Ricardo, basado en el texto clásico.
Ricardo está de moda, Ricardo atrae a la audiencia, Ricardo vende.

Desde la tumba
Hace dos años Ricardo, el duque de York, “afloró” en un estacionamiento de la ciudad de Leicester, cuando científicos de esa ciudad excavaron un predio donde hace siglos había estado el cementerio de una iglesia y encontraron su esqueleto encorvado.

Calderón estaba en Inglaterra entonces y respirando aire shakespeariano tomó los huesos de Ricardo como inspiración para una obra unipersonal que maneja varios planos y que apela al esquema de cajas chinas (una dentro de otra, dentro de otra).

Saffores es el protagonista de esta obra que explora las complejidades de un actor que está ensayando para actuar en Ricardo III, pero donde las cosas inevitablemente se confunden, porque a la vez es el propio Saffores el que se entremezcla por debajo, en un rol donde se autodenomina como Gustavo III.

El triángulo Calderón/Percovich/Saffores decanta en una obra que toma las partes medulares de la obra canónina y pone en juego algunos elementos centrales del teatro isabelino, como la toma del cuerpo femenino por parte de actores hombres, pero que constantemente rompe la “cuarta pared” del teatro y cuestiona al público que lo está mirando.

“Hago a Ricardo y a varios personajes femeninos. A Percovich le encantó la idea del cuerpo masculino atravesado por personajes femeninos, y la cuestión de género que le interesa mucho a ella. Ricardo tiene un gran problema con el cuerpo. Lo que uno primero piensa sobre Ricardo III es su joroba”, dice Saffores.

Pero la obra explora el aspecto contemporáneo de su vigencia: ¿cuál es la deformidad de un Ricardo III en pleno siglo XXI? ¿Cuán torcido está? “No solo tiene torcida la espalda Ricardo III, aunque diga que llegó al mundo antes de tiempo y malformado”, agrega el actor, que de forma inevitable queda atrapado por el personaje.

“Yo mismo me planteo: ¿cuán ambicioso puede ser un actor para hacer un unipersonal como este? Todos tenemos algo de Ricardo”, dice Saffores con una sonrisa que tiene una mitad de sinceridad real y otra mitad de sinceridad ficticia, teatral.

“Mi personaje dice: ‘Cualquier actor mataría por hacer un personaje así’.Pero, ¿a quién le está hablando? ¿Quiénes son los que están allí delante? El actor está hablando desde el personaje al público, a sí mismo, a todos a la vez, a quién?”, se pregunta Saffores, conocido además de por su carrera actoral por las publicidades de UTE y ANCAP que últimamente se han visto en televisión.

Para meter al actor en la piel de Ricardo/Gustavo, Calderón hizo una picada en su casa y le mostró a Saffores otros Ricardos, como el de Al Pacino, el de Ian McKellen y a Kevin Spacey en House of cards.

“Es inevitable hacer el paralelismo con Kevin Spacey, nos ha dado mucho de comer”, confiesa Saffores.

Antes de encarnar a Frank Underwood, Spacey había hecho de Ricardo en el teatro, así como Ian Richardson, protagonista de la House of cards original también era un actor shakespeariano. “El papel de Spacey lo tomamos como una referencia de actuación, algo puntual del juego de las cámaras y las miradas y el comentario permanente”, agrega Saffores.

Heridos y muertos políticos
Un personaje como Ricardo III tiene tanto de complejidad dramática como de conexiones con el mundo de la política. Es un gran articulador a su favor, y todos sus movimientos tienden a que recaiga el poder sobre su figura.

Contra la sombra negativa que Ricardo proyecta sobre el mundo de los políticos (y que las series amplifican) el politólogo Adolfo Garcé recuerda una frase que acostumbra a decir el expresidente Julio Sanguinetti: “Conozco muchos heridos leves o graves, pero muertos en política no conozco a ninguno”.

Garcé reconoce que dentro de las ideas básicas de la política universal existe un innegable componente de ambición y de estrategia. “Desde Maquiavelo para adelante no puede haber un político ambicioso sin estrategia, incluso el más altruista. El gran tema es hasta dónde llega esa ambición y esa estrategia”, dice Garcé, quien afirma que el político es mucho más que egoísmo y ambición.

De todos modos, acepta que la mayor parte de la gente cree que los políticos son de la misma calaña de los Ricardos y los Underwoods, “Como la política está en crisis, este tipo de personajes ficticios y exagerados son taquilleros. La gente se desengaña de la política y mira televisión”, agrega.

Aunque entiende sus éxitos en el rating y el carácter casi infalible del personaje, Garcé descree de esa visión. “A mí no me gusta House of cards. Es una visión exagerada de la política, que es esencialmente otra cosa. El poder es inseparable de los ideales, no es un poder tan vulgar y barato. Y en la historia uruguaya está lleno de ejemplos extremos, de los políticos que sacrificaron su vida por los ideales. ¿O qué son (Baltasar) Brum, los blancos que pelearon en las cuchillas y los comunistas que militaron en la clandestinidad?”, dice Garcé.

Por su parte, el director teatral Alberto Rivero concuerda con Garcé en que la crisis política a nivel mundial haga que un personaje como Ricardo quede de nuevo de relieve.

“No me resulta raro su éxito porque es un ícono de una forma de llegar al poder en el tiempo que vivimos”, dice Rivero, quien señala que en la ficción se puede generar la catarsis de lo que se ve o vive. “Lo malo es muy atractivo en la ficción. Shakespeare le pone todo lo malo junto, es cierto. Ricardo es jorobado, pelea solo incluso cuando todos lo abandonan”.

Pero su visión de los políticos de la actualidad es más dura. “Está lleno de Ricardos III, pero los de ahora son mas peligros que el de la ficción. Ricardo te dice lo que va a hacer, y lo hace, y dice ‘¡qué genio que soy!’. Los que detentan el poder ahora lo hacen a través de los medios de comunicación”, fustiga Rivero, para quien Ricardo III es el gran retrato del funcionamiento del poder. “Nos representa en nuestros aspectos más oscuros”, dice el director teatral.

Sociópatas
Para Saffores, Ricardo es un sociópata. “Un tipo encantador por momentos, pero peligroso, que en cualquier momento te puede apuñalar. No se hace cargo de nada, la culpa la tiene el resto, todo lo que él hace está bien. ¿Cómo llega a dónde llega? Asesinando gente”, explica.

Que Algo de Ricardo se estrena en medio de una contienda electoral es una mera casualidad. “No tuvimos en cuenta el año electoral, ni lo que hace este señor para llegar al sillón al que todos quieren llegar, pero esa es una lectura que podrá hacer algún espectador. En realidad, nos concentramos en la ambición del actor y su personaje, porque si en política hay sociópatas, en el teatro creo que hay muchos más”, confiesa Saffores y luego remata: “El actor tiene que matar para hacer este papel”.

La ambición del actor por su personaje también necesita del público, que vaya a la sala, que esté ahí para que saque su propio beneficio. En último caso, la obra reflexiona sobre el sentido final del teatro.

“Nos vamos a cuestionar por qué estamos todos ahí, qué rol estoy cumpliendo y que la gente se pregunte: ¿me están utilizando para otras cosas?”, dice Saffores, reflexionando sobre las invisibles relaciones de poder que se dan tanto en el teatro como en la vida, de nuevo una caja dentro de otra caja.


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