Un mundo de adictos a Narcos

Una narración perfecta sostiene a la serie sobre el narcotráfico en Colombia y en México

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09 de mayo de 2020 a las 05:03

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¿Cómo un campesino pobre sin educación universitaria llegó a estar por siete años consecutivos en los primeros lugares de la lista de personas más ricas del mundo de la revista Forbes y aterrar a su vez a un país con 50 millones de habitantes? ¿Cómo un expolicía de un pequeño pueblo mexicano, sin demasiada preparación intelectual, llegó a tener poder de estado e incidencia en la alta política mexicana, comprometiendo directamente al presidente, a sus allegados más cercanos y al partido político que gobernó a ese país por décadas, ayudándolo incluso a perpetuarse tras posibilitar el fraude en una crucial elección presidencial? Una larga lista de preguntas provenientes de la realidad, aunque parezcan salidas de la ficción más acérrima, conforman el contexto que rodea al teatro de intereses del narcotráfico y lo ha convertido en imán de masas y usina incombustible para la industria del espectáculo. 

Hoy en día el mundo de los narcos emerge como comodín de entretenimiento e interés masivo por todas partes: cine, literatura, periodismo de investigación, crónica, música –hay incluso un nuevo género, el narcocorrido– y principalmente televisión. En cine, si bien la tendencia ha sido ubicua durante las dos últimas décadas y puede verificarse en infinidad de películas sobre el mundo del narcotráfico presentado con sus varios niveles de realidad, su momento cumbre puede considerarse reciente, habiendo dado dos obras maestras que escapan a las clasificaciones. Sicario (2015, también conocida como Sicario: Tierra de nadie), dirigida por el canadiense Denis Villeneuve, es la mejor película realizada hasta la fecha sobre el tema del narcotráfico. La  segunda de la saga, Sicario: Día del soldado (2018), a cuyo frente estuvo el italiano Stefano Sollima, cumplió con las expectativas de estar a la altura de la precedente.

En televisión abierta, por cable o streaming, las series sobre narcotráfico conforman una maroma de opciones que no tiene pinta de tener un final pronto. Hay una industria del género que parece no contentarse con frecuentar el tema de forma abrumadora. El asunto, además, no es ya exclusividad de telenovelas mexicanas o colombianas. Las series ahora provienen de Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Italia, y España. En Netflix pueden verse dos producciones españolas recientes, Hache y Vivir sin permiso, ambas exitosas.

Los ejemplos de narcoentretenimiento se cuentan por legión y –con perdón de la generalización– en el mismo saco encontramos a Breaking Bad, Better Call Saul, Sin tetas no hay paraíso, La reina del sur, la interminable El patrón del mal, Señores de la droga, El señor de los cielos, El cartel, las italianas Gomorra y Suburra, y Ozark, una de las luminarias de Netflix y cuya reciente temporada la convirtió en una de las series más vistas y comentadas durante la pandemia.

Por razones varias, la franquicia Narcos, tanto la que refiere al mundo del narcotráfico en Colombia, como el ‘derivado’ mexicano, es una categoría aparte. Por el planteamiento narrativo, por la estética realista documentalista, y por conjuntar con ojo clínico realidad y ficción, debe considerarse la serie sobre el narcotráfico más completa y convincente de todas las realizadas. Reside en pedestal aparte. Antes de continuar, debo aclarar que cuando Narcos se estrenó, en agosto de 2015, no tuve ningún interés en verla, ni siquiera después, cuando mi hijo me la recomendó. No me interesó, pues el tema del narcotráfico, sobre el cual a diario somos bombardeados por los medios informativos, ha llegado a un punto de saturación. Además, había visto demasiadas series sobre el tema, todas las cuales representaron una pérdida total de tiempo. Sin embargo, días atrás apreté por error un botón del control remoto y me encontré de pronto con Narcos México. El ritmo de la narración resultó seductor a las primeras de cambio. Historia, manejo del tema, y estilo, me obligaron a continuar, a ir al próximo capítulo, y al siguiente. Si aún no la vieron, verán que les pasará. Es una aplanadora caracterizada por el vértigo, el cual magnifica su poderío por basarse en la veracidad de circunstancia reales. Los personajes son tal cual se llaman. Sus nombres han sido moneda frecuente tanto en las páginas policiales como en las de política y deportes, pues los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela fueron propietarios del club de fútbol América de Cali, al que Peñarol derrotó en la final de la Libertadores en 1987. 

Narcos consta hasta la fecha de 30 capítulos repartidos en tres temporadas (2015, 2016 y 2017). De Narcos México, se han hecho dos temporadas de 10 capítulos cada uno. La más reciente se estrenó en febrero pasado y todo indica que habrá una tercera, la cual, supongo, girará en torno al esplendor y caída del Chapo Guzmán. Si bien Narcos y Narcos México aceptan una lectura cronológica y globalizante –es el mismo trío de creadores de ambas, Chris Brancato, Carlo Bernard y Doug Miro–, que va desde los inicios del imperio de Pablo Escobar en Colombia, hasta llegar al derrumbe y aprisionamiento de Miguel Ángel Félix Gallardo en México, pueden ser vistas también en reversa, tal como la vi, empezando de atrás hacia delante, de la caída a los orígenes.

Obviamente, una saga unitaria con ya 50 episodios en su haber, no escapa a los altibajos. Estos, sin embargo, son tan mínimos que pasan desapercibidos, por la sencilla razón de que la historia de los individuos involucrados resulta fascinante, por la barbarie que pusieron en marcha, por las cuantiosas fortunas que amasaron, y por la influencia a nivel político que llegaron a tener. Con una diversa gama de figuras recurrentes en el ámbito siniestro del narcotráfico, como Rafael Caro Quintero (uno de los fugitivos más buscados en el mundo y quien al parecer se encontraría escondido en una montaña mexicana), los hermanos Benjamín y Ramón Arellano Félix, Amado Carrillo Fuentes, Ernesto Fonseca Carrillo, Pacho Herrera, Juan Nepomuceno Guerra Cárdenas y Sandra Ávila Beltrán, apodada “la reina del Pacífico”, y en cuya figura se basó Arturo Pérez Reverte para escribir la novela La reina del Sur, ambas series, o la misma, según se prefiera, basan su eficacia dramática en la presencia de cuatro criminales descollantes por la magnitud de sus desvaríos: Escobar, los Rodríguez Orejuela, y Félix Gallardo, quien pasó de la timidez a la barbarie para transformarse en personaje fuera de serie capaz de justificar una serie. Ninguno terminó bien.

¿Cuál de las dos es mejor, la colombiana o la mexicana? Difícil decirlo. Cada una es notable según sus propios cánones, y a la vez diferente a partir de dos elementos de composición decisivos: el ritmo y el planteamiento de verosimilitud, que no es el mismo. La que trata sobre los cárteles colombianos presenta librada de subterfugios la relación entre el mundo del narcotráfico y el de la política, implicando directamente a dos ex presidentes, César Gaviria y Ernesto Samper; uno sale bien parado, el otro no. La credibilidad de la serie está en gran parte cimentada en eso. En la contraparte mexicana, en cambio, no se les otorga tanto protagonismo a las figuras de peso de la política de ese país. Al respecto, sorprende que no se escarbe en la figura de Carlos Salinas de Gortari, de quien la CIA sospechaba tenía conexiones directas con el narcotráfico. La elección presidencial que lo llevó al poder fue un tongo gigantesco, uno de los grandes escándalos de la historia política latinoamericana. Ese preciso momento, sin embargo, Narcos México lo presenta con brillantez, con infrecuente convicción dramática, en uno de los episodios finales de la temporada recientemente estrenada.

La “nueva normalidad” generada por la COVID-19 va para largo. A la vista no hay fecha de caducidad. El miedo al contagio y la propagación del tedio caracterizan a la realidad del presente. Por consiguiente, para tiempos cuando el aburrimiento debido al encierro se ha convertido en otro factor de riesgo, Narcos y Narcos México surgen como antídoto efectivo,  el de más prolongada eficacia. 
Durante 50 días –misma cantidad de capítulos disponibles– ayudan a desconectarse del frágil equilibrio de los días actuales, y al mismo tiempo permiten entrar en sintonía con una realidad que en infinidad de aspectos es muchísimo peor a la provocada por una pandemia.  

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