Pancho Perrier

Una campaña más bien horrible que se pondrá peor

Todo se ha vuelto un poco abusivo y ya se anticipan ciertas líneas argumentales para el balotaje

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19 de octubre de 2019 a las 05:02

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Durante meses una parte de los recursos del Estado han sido puestos al servicio de la campaña electoral oficialista, sin pudor alguno, con propaganda encubierta, incluido el incansable trotar proselitista de los jerarcas y de los militantes con puestos públicos.

Por estos días, cuando el común denominador baja demasiado y lo nimio se vuelve central, la propaganda política abruma hasta la náusea. Y lo peor aún está por venir.

El miércoles el juez Carlos Aguirre, de lo Contencioso Administrativo, falló a favor de un recurso de amparo presentado por el Partido Independiente, y prohibió a la web de Presidencia de la República realizar propaganda electoral. Fue un pequeño paso, de resultado insignificante, pero de gran valor simbólico. Vino a recordar que no hay dineros públicos, sino de los contribuyentes, y que los gobernantes no pueden utilizarlos para fines propios.

La mayoría parlamentaria durante 15 años fue nociva para el país. Llenó de arrogancia a los elegidos, bajó la calidad del gobierno, y tentó a sus tenedores circunstanciales a abusar del Estado —como tradicionalmente hicieron colorados y blancos—. A la vez, liberó a la oposición, que puede cuestionarlo todo sin hacerse cargo de nada — como tradicionalmente hizo la izquierda.

Luis Lacalle Pou, del Partido Nacional, se jugó a un aviso que remarca algunos de los grandes proyectos fallidos de los gobiernos del Frente Amplio, desde la extracción de hierro o petróleo hasta la planta regasificadora.

Otros recurren profusamente a la “campaña negativa”, desde el MPP o el PCU a Cabildo Abierto, pero hasta ahora ninguno con tanta eficacia. (Salvo, claro está, los habituales daños que los blancos se provocan a sí mismos, gracias a la enorme estulticia de caudillejos como Carlos Moreira).

El Partido Nacional apunta a la jactancia y la falta de autocrítica de una parte significativa del oficialismo. Pero ha tomado al tigre por la cola. Habrá que ver la respuesta. La izquierda, o una parte de ella, se ha especializado históricamente en la propaganda negativa, cuando no en la descalificación personal lisa y llana. Noviembre puede ser aterrador.

Esta es la oposición más fuerte en 20 años, pero también más fraccionada. El Partido Nacional se consolida como cabeza opositora, aunque su bancada parlamentaria probablemente sea menor a la que obtuvo en 2014, cuando reunió el 32% de los votos válidos.

De ahora en más, según parece, la ingeniería parlamentaria volverá a ser crucial: un paso decisivo hacia una civilización política más alta.

Las acciones de Daniel Martínez y de Luis Lacalle Pou de estos días prefiguran las líneas argumentales del mes de noviembre, rumbo al balotaje.

Martínez acusa de soberbia a Lacalle en forma reiterada; habla de la heterogeneidad paralizante del bloque opositor y de su inexperiencia ejecutiva; o remarca la importancia crucial que tendría en un nuevo gobierno el general Guido Manini Ríos, un conservador puro y duro, cuando no sencillamente reaccionario.

La oposición, en tanto, señalará que el Frente Amplio exagera sus logros o se apropia de otros que no le pertenecen; que fracasó en las tareas básicas del Estado; que perdió sus líderes moderadores; y que los radicales y comunistas tendrán de ahora en más un peso desmesurado.

Las encuestas muestran un repunte de la izquierda en los días finales, como era previsible, gracias al “voto silencioso” o situacionista, aunque también cierta solidez del bloque opositor. (Todas las encuestas subestimaron el voto por el Frente Amplio en la primera vuelta de octubre de 2014, aunque se supone que han hallado la falla y perfeccionaron sus métodos).

Si el Frente Amplio obtiene solo el 40% o 41% de los votos en las elecciones parlamentarias del domingo 27 de octubre, es improbable que pueda ganar el balotaje del mes siguiente. Pero si se acerca a 44% o 45%, habría que jugar unos cuantos boletos a su favor.

La consultora Opción, por ejemplo, señala que en una segunda vuelta Lacalle reuniría 47% de sus sufragios contra 42% de Martínez, mientras 7% dice que votará en blanco o anulado y 4% se manifiesta indeciso.

El 5,3% de los ciudadanos votó en blanco o anulado en el balotaje de 2014, cuando el Frente Amplio triunfó con holgura.

Aunque las identidades políticas siguen siendo muy poderosas, todos los partidos han visto reducirse su núcleo duro de incondicionales. Muchas personas conservan el orgullo de pertenecer a un partido o sector, como se pertenece a una iglesia o a una casta; pero es cada vez más significativo el núcleo de personas (al menos la tercera parte de los electores, según Equipos) que reivindica, también con orgullo, su autonomía y su voto crítico.

Como se ha dicho aquí varias veces: esta elección la resuelve un puñado de ciudadanos independientes, que cruzan la línea de un lado a otro.

El desgaste del Frente Amplio no ha sido capitalizado por los Partidos Nacional y Colorado, sino por Cabildo Abierto, que parece beneficiarse de la creciente demanda de autoridad y orden.

“Gane quien gane, esta elección nos dejará la profunda transformación del sistema de partidos”, dijo Ignacio Zuasnabar, director de Equipos Consultores, a El País del domingo pasado. “Emergerá un sistema mucho más fragmentado, con actores nuevos”, sostuvo.

De todos modos, más allá del estrépito y de la calentura, no es esta una batalla entre dos modelos radicalmente distintos y excluyentes, al modo argentino, sino una disputa entre dos variantes de un “capitalismo en serio” —al menos por ahora.

Casi nadie, salvo en los extremos del abanico político, pone en duda la opción de los uruguayos por un liberalismo político y económico más o menos amortiguado.

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