Eduardo Espina

Eduardo Espina

The Sótano > THE SÓTANO

Una docena de Roxettes

La voz de Marie Fredriksson seguirá viva mientras las radios y los sitios en internet sigan emitiendo música hecha por seres humanos con sensibilidad y sentido del ritmo
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14 de diciembre de 2019 a las 09:01

Aunque usted no lo crea, hubo una época que en Estados Unidos, el mayor productor discográfico del mundo, había disquerías donde vendían discos y casetes importados, grabados en Europa, África, América Latina, incluso Asia. Ese mundo ya no existe. Pero en noviembre de 1986, año extraordinario para la música por la cantidad de excelentes canciones que invadían las ondas radiales a toda hora del día, estaba yo en una de esas disquerías de Amherst, Massachusetts, con los cuatro integrantes de los Smithereens, uno de los mejores grupos de rock de la historia, el cual días después se iba a presentar en el Madison Square Garden como telonero de los británicos Stranglers.

Estuvimos horas en la gigantesca disquería, conversando, buscando y encontrando en las bateas grabaciones que no habíamos imaginado estuvieran disponibles. En una época llegué a tener una colección de discos impresionante, con miles de ejemplares. Un día, a principios de este siglo, antes de mudarme de casa y de vida, los regalé todos, como si con ese gesto estuviera quemando el pasado, al cual regreso a continuación.

La conversación con Pat DiNizio (vocalista y guitarrista),  Jim Babjak (primera guitarra), Dennis Diken (batería) y Mike Mesaros (bajo) en el interior de la disquería duró horas. Todos compramos gran variedad cantidad de discos nuevos y usados, y cuando estaba por comprar otro, una rareza de Van Morrison, quedé sorprendido por la compra que había hecho uno de ellos: ABBA Greatest Hits.  “Las melodías de ABBA las envidia cualquier músico, incluso los que hacen heavy metal”, comentó DiNizio, quien además de notable compositor, vocalista de lujo, y persona de primera, era un conocedor de la historia de la música como pocos. Podía recordar incluso la fecha en que una canción había sido grabada y el nombre de los músicos que participaron en la grabación.

La posdata que agregué a su comentario tuvo que ver con un misterio que me sigue pareciendo vigente: “Los suecos son muy buenos creando melodías pop”, comenté, a lo que DiNizio (1955–2017) acotó: “Creo que después de los británicos, los suecos son los mejores construyendo melodías”. En su comentario dejaba fuera a los italianos, los que a lo largo del tiempo han contribuidos con canciones notables a la historia de la música pop, algunas de ellas traducidas al inglés, como Gloria, la cual, en la voz de Laura Branigan (1952-2004), llegó al número uno en ventas.

Cuando nos acercamos a la caja para pagar, a nuestra conversación se sumó el dueño del local, un tipo cincuentón que era una enciclopedia, un Wikipedia avant la lettre, y cuyos comentarios siempre me parecieron iluminados. Dijo que tenía discos de varios solistas y grupos suecos, mencionando en primer lugar a Europe (que, honestamente, siempre me pareció chatarra de la peor) y a “un dúo que recién acaba de grabar su primer disco”. El dúo se llamaba Roxette. A DiNizio de plano no le interesó, y cuando el propietario de la disquería dijo “hacen tecno pop bailable”, hizo cara de yo paso.

A mí, sin embargo, la sugerencia me llamó la atención, por lo que no me quedó más remedio que comprar la edición importada hecha en Canadá de Pearls of Passion, primer álbum de Roxette. Esa noche en mi viejo tocadiscos escuché los doce temas que lo integraban, y ninguno me gustó. En ese entonces, a diferencia del presente, eran tantos los solistas, dúos y grupos nuevos que salían cada semana, que era difícil prestar atención a uno en especial. Tenía que ser muy bueno para que el disco no quedara condenado inmediatamente, y sin apelación, al olvido. Puesto que ninguna de las canciones me pareció llamativa, el disco quedó condenado a la relegación, a pasar los próximos años en lista de espera. Sin embargo, a las pocas semanas, en uno de los antros tecno que cada viernes y sábado yo frecuentaba, oí una de las canciones en versión remix, I Call Your Name. Ahí sonaba mejor que en mi decadente tocadiscos.

Pasó el tiempo, no mucho, apenas dos años, y una día prendo la radio a medianoche para escuchar un programa que venía de Boston y que solo emitía nueva música, y me topé con una voz que reconocí enseguida. La canción, según dijo el locutor, se llamaba The Look. A la semana siguiente fui a la misma disquería de antes y compré el álbum –por poco me olvido de hacerlo–, muy superior al anterior, y desde entonces algunas de las canciones han permanecido conmigo como si la vida misma las hubiera adaptado para su banda sonora. Roxette nunca alcanzó cimas de originalidad creativa como Depeche Mode, New Order, The Smiths, The Psychedelic Furs, o Eurythmics, pero contribuyeron con lo suyo a definir el sonido de una década gloriosa, la de 1980, musicalmente hablando sin comparación con ninguna otra antes ni después.

Y termino por hoy con una historia reciente. En marzo pasado viajé a Londres por primera vez. Estaba con mi hijo mayor en el bar del hotel, la noche antes de regresar, y en una pantalla gigante, como la que hay en todos los buenos bares hoy en día, estaban proyectando videos, cuya música sonaba espectacular por el sistema de audio que tenía el local. En determinado momento apareció el video de It Must Have Been Love. La camarera, sin consultar a nadie, tomó el control remoto con descarada impunidad,  cambió de canal, y puso otro en el que sonaba una música horrenda.

Controlando no sé cómo mi ira, le pregunté por qué lo había hecho. Respondió con una idiotez a la cual nada le faltó para estar completa: “no me gusta la música vieja”. Fui a quejarme por el gesto de la mujer y el barman, dándome la razón, volvió a poner el canal donde la voz de Gun-Marie Fredriksson (1958–2019) había iluminado la noche ya de por sí alumbrada. La mujer que se sintió dueña de la música de los demás era de Venezuela, según me dijo el barman, había llegado hace dos años a Londres, y la única música que escuchaba era reguetón. Dios nos libre. O como dicen los puertorriqueños, ¡Ay Bendito! La corrosión estética ha cruzado el Atlántico y ya ni siquiera la ilustrada sociedad británica, que tanta buena música ha producido, se salva.

El amable inglés que estaba detrás de la barra, coctelera en mano, me pidió disculpas por la desagradable situación, nos preguntó si queríamos tomar algo más, la casa invita, y comentó: “¿Te gusta Dangerous? Es una de mis favoritas. Roxette tiene unas cuantas canciones buenas, ¿no?”. Sí, una cuantas. He contado al menos una docena, un ramo de canciones que transitaran invictas de una época a otra, tal como lo han venido haciendo: con la ayuda de la cantante de alto registro, y el visto bueno del paso del tiempo.

Roxette hizo música efímera que permanecerá, porque el mundo siempre seguirá necesitando la melodía de las buenas canciones pop que, como el buen vino, siempre mejoran con el tiempo.

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