Eduardo Espina

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Las 11 razones por las que ganó Joe Biden

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11 de noviembre de 2020 a las 05:04

Un tipo cruel, sin compasión y con enorme incompetencia, que ha hecho daño un histórico a Estados Unidos, fue condenado por las urnas a abandonar la Casa Blanca en enero próximo. Pataleará, dirá sandeces por Twitter, tal como de manera impiadosa lo ha hecho por cuatro años, todos los días, a cualquier hora, irá a los tribunales invocando un fraude inexistente, pero será desalojado por las buenas o por las malas. El sábado fue un día jubiloso para el pueblo estadounidense que todavía cree en el sentido común, y que fue mayoría a la hora de decidir a favor de la democracia liberal, modelo universal, y en contra de la intimidación. El sábado 7 de noviembre Donald Trump se hundió un poco más en el fango de la ignominia, pues no tuvo la delicadeza de felicitar a su oponente, como se estila luego de que las grandes instituciones de información de este país, con un prestigio intachable en estos asuntos, Associated Press, notoriamente, dieron por ganador a Joe Biden, mejor dicho, confirmaron lo que más de 74 millones de personas decidieron el martes 3 de noviembre de 2020. A las 10.27 del sábado, al darse por válidas las proyecciones en los estados donde aún seguía el conteo, la jornada pasó a tener un espíritu de júbilo y liberación. A esa hora, Trump estaba jugando al golf.

¿Se veía venir este panorama de cambio? Dije antes que sí, y ahora lo reafirmo. Tres días antes de las elecciones fuimos con unos estudiantes a tomar un café después de la clase, y uno de ellos, republicano, creo, me preguntó por qué yo estaba tan seguro de que Biden iba a ganar. Mi respuesta no estuvo basada en lo que decían las encuestas –en la cuales nunca he creído, ni aquí ni en otras partes– sino en lo que llamo “criterio práctico gregario”, basado en la realidad cotidiana en la que vivo y donde convivo con gente de ideas diferentes. A qué me refería. A algo muy simple que tiene que ver con el simple acto de vivir rodeado de ciudadanos que todavía creen en la decencia. Así pues, estaba seguro de que el vecino de la esquina, por ejemplo, con el cual nunca hablo, pero quien siempre me saluda cuando salgo a pasear el perro, estaba tan harto como yo de la prepotencia, de la arrogancia, y de la incapacidad de Trump para enfrentar y resolver los serios problemas que afectan al país.

Yo estaba seguro que ese hombre y su esposa, mis amables vecinos, republicanos, pero moderados, no le darían nuevamente el voto a quien por cuatro años gobernó con impúdica ineptitud y creerían que la decencia del candidato demócrata es lo que el país necesita en estas horas tumultuosas, en las que el número de muertos y contagiados por Covid-19 aumenta y la economía se encamina a la deriva hacia un abismo, por más que Trump la haya maquillado muy bien. Si ese matrimonio, como los miles iguales a ellos repartidos por todos los rincones del país, hubiera votado nuevamente por Trump, el fin de la democracia estaría a la vuelta de la esquina. Estados Unidos terminaría emulando el ejemplo de Venezuela, donde millones de ilusos se tragaron la pastilla de la mentira enorme del llamado “socialismo siglo XXI” de Hugo Chávez y secuaces, o de cualquier republiqueta del universo donde la ética y la decencia no son consideradas por los votantes. Esa masa de estadounidenses, de jubilados, de jóvenes, de clase media, de gente de todo color, religión, preferencia sexual y procedencia, que se sintió moralmente traicionada por su presidente, dijo basta, y lo dijo a tiempo.

Otras razones, no con el diario del lunes en la mano, sino con lo ocurrido en los previos cuatros años, pueden invocarse para justificar el triunfo de Biden, uno que, contrario a lo que han dicho muchos medios, considero aplastante. Ganó en los estados donde más cambios demográficos se están procesando. Esto es, los demócratas tienen ahora todo a favor para mantenerse en el poder por largo tiempo. Solo tienen que hacer las cosas bien. Entre las razones principales del triunfo de Biden deben figurar las siguientes:

1) La falta de planes y los reiterados comentarios oligofrénicos de Trump respecto a la pandemia, su desdén a la opinión de los científicos expertos en el tema, cavaron su tumba por anticipado; no en vano, la grandísima mayoría de los votos emitidos por correo antes de la elección fueron para los demócratas.

2) El racismo y la xenofobia, que fueron estandarte sistemático de Trump, terminaron siendo letales para sus aspiraciones de reelección. Biden arrasó en California y Nueva York, y ganó en Nevada, Pennsylvania, Michigan y Georgia, porque los votantes hispanos y negros se lo subieron a los hombros y lo dejaron en la puerta de la Casa Blanca. El 87 por ciento de los afro-americanos votó por Biden. El porcentaje entre los hispanos fue del 62 por ciento.

3) Donald Trump se presentó a la reelección sin absolutamente ningún plan respecto a lo que iba a hacer en su segundo periodo como presidente. Me tomé el trabajo de ver todos sus últimos actos de campaña y no presentó ni una sola idea sobre cómo lidiar con el brote de la pandemia, la crisis económica en ciernes, el aumento del desempleo, etc., etc. Sus actos fueron un homenaje a la nada, y eso fue lo que tenían: nada, absolutamente nada. Obviamente, hubo millones que se dieron cuenta que, de seguir al mando, el capitán hubiera llevado el barco a un naufragio irremediable.

4) Las mujeres de clase media, educadas o sin educación, blancas, afro-americanas o hispanas, le dieron un rotundo “no” de desaprobación al presidente, quien en la última etapa de la campaña salió a pedirles por favor su voto. Ya era tarde. Trump no pudo librarse de la imagen dañina construida por él mismo durante cuatro años.

5) Tal como ya pasó en elecciones anteriores, en un país dividido la mayoría siempre termina dándole el voto al candidato que promete disolver la tensión y crear las condiciones para establecer una vida colectiva de mejor calidad anímica que en el presente. Ganó el que la historia necesitaba que ganara.

6) En un país polarizado, era fundamental ganar en Pennsylvania, Wisconsin y Michigan, bastiones demócratas históricamente, en donde Trump había triunfado cuatro años atrás. Era cuestión de vida o muerte que los negros que viven en urbes se dieran cuenta de que otro gobierno republicano sería veneno letal. Y el mensaje de SOS, ¡auxilio que nos hundimos!, llegó a destinatarios. En las principales ciudades de esos estados, Filadelfia, Milwaukee y Detroit, respectivamente, los demócratas arrasaron.

7) La agenda política de los candidatos presidenciales demócratas que fueron quedando por el camino en las primarias, Bernie Sanders, Elizabeth Warren, Pete Buttigieg, Amy Klobuchar, y Tulsi Gabbard, tuvo frutos y aportó millones de votos de ciudadanos jóvenes motivados por el progresismo de las ideas en juego. Muchos de ellos no votaron por Hilary Clinton en 2016, pero esta vez fueron en tropa a las urnas. Tenían claro que otro triunfo de Trump sería un suicidio para la democracia estadounidense.

8) El público recordó a último momento que es importante tener un presidente que respete y crea en las instituciones, en la ley, en el diálogo con el partido opositor.

9) El trabajo serio, riguroso, preciso, de los medios informativos, que durante la presidencia de Trump expusieron de manera insistente los fallos y horrores del gobierno, sirvieron para crear conciencia sobre la situación nacional entre los votantes considerados “indecisos”, inclinando finalmente la balanza hacia el lado de Biden.

10) Los demócratas llegaron a la elección con las pilas puestas, tras haber gastado fortunas en la campaña, conscientes de que la única forma de ganar era teniendo suficientes fondos para disputar el liderazgo en aquellos estados donde Trump se perfilaba para conseguir la reelección. El dinero apareció, las donaciones fueron en algunos estados enormes, porque la lucha por la victoria no podía tener límites. Que los republicanos ahora se quejen de la cantidad de dinero gastado por los demócratas, indica que el capitalismo está más saludable que nunca.

11) A veces la maldad no paga, y otras, afortunadamente, sí.

12) God blessed America. Dios quiso que esta historia tuviera ribetes de parábola bíblica, premiando al candidato que tuvo paciencia de Job, alguien que sufrió la pérdida de una hija (accidente automovilístico) y de un hijo (tumor cerebral), que había fracasado en los dos intentos presidenciales previos (igualó el récord de Ronald Reagan: también en su caso la tercera fue la vencida:), y que comenzó las primarias de su partido perdiendo en grande en Iowa y New Hampshire a principios de 2020. Premió al candidato católico (segundo en la historia luego de John F. Kennedy), cuya esposa, Jill Tracy Jacobs Biden, es profesora de literatura en una universidad pública para estudiantes de bajos recursos y que siempre le sugiere a su marido que incluya citas de poetas en sus discursos. A veces las historias que no se parecen a otras tienen finales felices.

 

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