Tiempo de lectura: -'

17 de abril de 2020 a las 22:32

Estás por alcanzar el límite de notas.

Suscribite ahora a

Pasá de informarte a formar tu opinión.

Suscribite desde US$ 3 45 / mes

Esta es tu última nota gratuita.

Se parte de desde US$ 3 45 / mes

La gestión acertada del gobierno en torno a la pandemia del nuevo brote del coronavirus es un argumento de peso para que los uruguayos, cada uno desde su propia realidad, continúen apoyando sus recomendaciones para amortiguar los efectos nocivos de una crisis que golpea a la sanidad, a la economía y el funcionamiento normal de la sociedad. Una actitud que tiene una singular importancia en la fase 2 de la lucha contra el covid-19.

Con el presidente Luis Lacalle Pou a la cabeza, el Poder Ejecutivo ha tenido el mérito de no dejarse ganar por un voluntarismo irresponsable o en medidas autoritarias de difícil o peligrosa puesta en práctica en una democracia.

Pero hay sectores políticos o sociales que parecen caminar de espaldas a la realidad y no comprenden todo lo que está en juego en la gestión de una crisis inédita. Una situación tan extrema requiere de medidas de corto plazo para atender la emergencia humanitaria de una situación de calamidad, que perjudiquen lo menos posible el horizonte de largo plazo.

En ese contexto, la competencia del gobierno y la capacidad del Estado deberían anteponerse al cuidado de la “chacrita” propia alimentada de propuestas ideológicas que las circunstancias convierten en reacciones mezquinas.

Pero por suerte hoy no representan a la mayoría de los uruguayos que, según diferentes encuestas, están apoyando el rumbo del gobierno para navegar en medio de una tempestad.

El lunes 13, comenzó una etapa muy importante de la estrategia de lucha contra la covid-19 con el reinicio de la actividad de la industria de la construcción. Una medida de flexibilidad al confinamiento social que se completará el miércoles 22 con el retorno a las clases en 973 escuelas rurales, que abarca a unos 10 mil alumnos de un total de 700 mil estudiantes.

Leonardo Carreño

Se abren dos ventanas que el presidente y su equipo deben examinar al milímetro en función de la evolución de la enfermedad y de los contagios, y de la capacidad del país para seguir aumentando la realización de los test.

Pero el distanciamiento social no ha perdido validez. Sigue siendo el instrumento para evitar más contagios que formen un cuello de botella que haga colapsar a los hospitales y aumente el número de fallecidos.

La efectividad de la medida requiere de la colaboración del conjunto de la sociedad y evitar la intensidad de la movilidad que se registró en estos días en Montevideo, mucho más de lo que se podía haber esperado de la vuelta de las obras de la construcción.

La segunda fase requiere de una política más empírica, de tire y afloje, de ciclos en los que es posible la supresión de las restricciones en determinados sectores y luego tener que retomar la medida, en función de tres aspectos de la crisis: el combate a la enfermedad, la protección a la economía y el equilibrio de una sociedad que no puede vivir eternamente encerrada.

Un confinamiento dinámico en función de la evolución del covid-19 es la estrategia de diversos países, incluso de los que enfrentan una tragedia mucho más grave que la de Uruguay.

Debemos confiar en la inteligencia y en la sensibilidad del gobierno para ir determinando los momentos oportunos de flexibilización de un bloqueo que tiene efectos tan dañinos como la propia covid-19. Es evidente que no se puede vivir en modo apagado permanentemente.

CONTENIDO EXCLUSIVO Member

Esta nota es exclusiva para suscriptores.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

¿Ya sos suscriptor?
iniciá sesión aquí

Alcanzaste el límite de notas gratuitas.

Accedé ahora y sin límites a toda la información.

Registrate gratis y seguí navegando.