Según a quién preguntes en Trinidad y Tobago, te dirán que Yasin Abu Bakr es un respetado líder religioso, un infatigable trabajador de la comunidad o algo así como un padrino de la mafia. Mientras espera a hablar con él en su mezquita de Puerto España, el periodista Colin Freeman se pregunta si tal vez es las tres cosas a la vez.
Es justo después de las oraciones del viernes a la hora del almuerzo y, como siempre, hay una larga cola de gente que vino a ver a este hombre.
Muchos buscan consejo sobre asuntos espirituales u orientación matrimonial. Otros le piden ayuda para recuperar un auto robado, saldar una deuda o resolver disputas entre miembros de pandillas en los barrios pobres de Trinidad y Tobago.
"Resolución alternativa para disputas", me dice.
Quienquiera que sea, Yasin Abu Bakr no hace las cosas a medias. Este expolicía, se convirtió en uno de los primeros musulmanes conversos en Trinidad y Tobago. Fue en el año 1969, cuando un predicador egipcio visitó la isla.
Abu Bakr encontró el islam más atractivo que el cristianismo, una religión que siempre asoció con el pasado de su país, que fue una colonia de esclavos.
Pero no se contentó con sentarse a leer el Corán.
A partir de la década de 1970, pasó años en Libia como invitado de Gadafi, quien ese entonces estaba alentando a activistas musulmanes en todo el mundo. Luego regresó a casa y creó su propia organización, Jamaat-al-Muslimeen o Partido de Musulmanes.
En los guetos de la isla, ganó seguidores por limpiar las calles de traficantes de drogas. Algunos de sus conversos eran los propios exconvictos y en los barrios en los que la policía temía poner el pie, sus "generales", tal y como él los llama, imponían respeto.
Al gobierno de Trinidad y Tobago, sin embargo, no le gustó la idea de una autoridad paralela y tras una serie de enfrentamientos, Abu Bakr temió que estuvieran tratando de eliminar el Jamaat por completo. Su extraordinaria respuesta fue tratar de aplastarlos primero.
In 1990, cien de sus seguidores armados asaltaron el parlamento, tomaron como rehén al primer ministro y declararon el derrocamiento del gobierno.
Fue el único intento de golpe islamista que alguna vez que se dio en el hemisferio occidental. Se rindió seis días después de recibir la amnistía y pasó dos años en la cárcel.
Desde entonces, ha estado comprometido con la política pacífica, dice él.
Sin embargo, algunos miembros de su organización han estado vinculados a actividades mafiosas y el propio Abu Bakr fue acusado, pero luego absuelto, de asesinato y extorsión.
Más recientemente, hubo preocupación por los más de 100 trinitarios que se unieron al autodenominado grupo Estado Islámico (EI) en Siria, una cifra muy alta para una nación que solo tiene 1,3 millones de personas.
Abu Bakr, quien es educado y hablador en las entrevistas, admite que Jamaat ha atraído a algunas manzanas podridas a lo largo de los años. Es el riesgo colateral de tratar llegar a las almas rebeldes de las zonas más duras, argumenta.
Pero insiste en que nunca animó a nadie a que se uniera a EI.
"Les decimos a todos nuestros seguidores que no vayan, que toda la cuestión de EI es un completo disparate", cuenta.
Lo que más le preocupa a Abu Bakr no es la guerra en Siria, sino las batallas en las calles de su isla.
El año pasado hubo 500 asesinatos en el país, cuatro veces más que hace 20 años. La mayoría está en relación con peleas entre pandillas en los barrios marginales, desde donde el Jamaat atrae a muchos de sus seguidores.
"Normalmente, las pandillas todavía nos respetan", dice Abu Bakr. "Pero si tratáramos ahora de patrullarlos directamente, el Estado nos caería encima como una losa".
"Así que en lugar de eso tenemos dos o tres asesinatos al día, las cosas están muy mal. No podemos sentarnos y dejarlo estar".
No parece que vaya a intentar otro golpe de Estado. Pero el diagnóstico del Jamaat sobre los problemas de su isla podría ser el de cualquier trinitario socialmente conservador.
No solo culpan a la pobreza. Culpan a la ruptura familiar, la falta de disciplina y los estilos de vida delictivos promovidos por el violento rap "gansta".
"La gente necesita héroes apropiados y no artistas de rap o músicos descarriados", dice David "Buffy" Maillard, otro miembro del Jamaat. "Algunas canciones pueden llevar a las personas a matar tanto como cualquier arma".
Maillard habla desde la experiencia. Él mismo fue criminal y trabajó para una pandilla jamaicana implicada en el tráfico de cocaína en Miami. No solo vendía la mercancía, sino que también robaba a otros traficantes.
Fue, por decirlo suavemente, una ocupación de alto riesgo en la que le dispararon tres veces, lo apuñalaron cinco y cumplió varios periodos de prisión.
Actualmente reformado, advierte que las pandillas criminales son una amenaza mucho más grande para Trinidad y Tobago que Estado Islámico.
"La ideología de los gánsteres está muy arraigada aquí", dice Maillard. "Es imposible igualar lo que gana la gente traficando con drogas, así que tienes que darles autoestima. Mi elección fue el islam. Pero hay otras opciones".
¿Las hay realmente?
En Sea Lots, un barrio marginal que ahora dice estar despojándose de su tormentoso pasado, un líder comunal le contó a la BBC que todavía es difícil para los jóvenes obtener trabajo debido a la vieja reputación de la zona.
Mientras ese sea el caso, los problemas de delincuencia en Trinidad y Tobago permanecerán. Y seguirá habiendo gente haciendo fila cada viernes para ver a Abu Bakr.
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