Potencias bajo autocracia

La previsible reelección presidencial de Vladímir Putin mantiene a dos de las tres potencias principales del mundo bajo gobierno autocrático. Esta situación conlleva el riesgo de decisiones de una sola persona, libre de controles institucionales, en países en los que descansa, junto con Estados Unidos, la responsabilidad central de atenuar las guerras y los conflictos que pululan por el planeta. El amo de Rusia, un exespía de la KGB que gobierna con mano de hierro desde hace 18 años, arrasó el domingo en elecciones denunciadas por sus rivales como fraudulentas. Putin muestra como su logro mayor haberle restablecido a Rusia el poderío político y militar que había perdido tras el derrumbe de la Unión Soviética y el fracaso de tímidos amagues democráticos en la década turbulenta de 1990 bajo Boris Yeltsin.

Pero paga un alto costo. El envenenamiento en Gran Bretaña de un viejo espía ruso desertor, por el cual ha sido responsabilizado, le generó un enfrentamiento frontal con ese país, Estados Unidos, Alemania y Francia, con expulsión de diplomáticos y la ominosa reaparición de un clima de guerra fría. Putin ha revivido el culto a Stalin, figura tenebrosa que compartió con Hitler la culpa por la época más sangrienta y bochornosa del siglo XX. Y sus detractores denuncian libertades personales coartadas y vasta corrupción. El panorama ruso hasta crea dudas sobre el éxito del cercano mundial de fútbol. Se temen incluso posibles actos terroristas, como ya ha ocurrido, por grupos de escindidas exrepúblicas de la URSS.

Un similar retroceso político se ha producido en China, con la asunción vitalicia del poder por el presidente Xi Jinping, bajo una reforma constitucional aprobada por los casi 3.000 miembros de la Asamblea Nacional Popular del Partido Comunista, con apenas dos votos en contra y tres abstenciones. La autoridad que asume Xi solo es comparable con la que tuvo Mao Zedong, aunque en una nación que en tres décadas ha pasado del atraso de la era de Mao a la modernidad y a la conversión de China en la segunda potencia económica, pisándole los talones a Estados Unidos. Pero la autoridad asumida por Xi echa por tierra la razonable sucesión presidencial cada 10 años, instaurada en la década de 1980 por Den Xiaoping, el visionario reformador que propulsó al país a su actual prosperidad.

En la otra gran potencia mundial impera un sólido sistema democrático. Pero Donald Trump acumula señales de un personalismo intransigente inusual en los presidentes de Estados Unidos. Figuras prominentes de su gabinete han ido desapareciendo por la intolerancia presidencial con cualquier desacuerdo u objeción a sus políticas, que van desde el exacerbado proteccionismo económico y la hostilidad hacia los inmigrantes hasta la beligerancia militar.

Está limitado, de todos modos, por los contrapesos y equilibrios de la estructura institucional. Muchos de sus excesos son frenados por el Congreso y la Justicia, cuyas decisiones obviamente acata. Su permanencia en el poder, por otra parte, está sujeta a la decisión electoral ciudadana.

Pero es preocupante para el manejo de las constantes crisis internacionales de todo tipo que las acciones de dos de las tres potencias principales estén en manos de un autócrata libre de todo control y que la mayor esté dirigida por un presidente que no tolera oposición alguna a sus ideas.