Argentina se ubica entre los países con mayores reservas de cobre, litio y oro en el mundo. Sin embargo, gran parte de esos recursos enfrenta un límite estructural: la falta de infraestructura básica para transportar insumos, procesar minerales y exportar la producción.
Según Deloitte, esta carencia amenaza con transformar el prometido boom minero en una oportunidad truncada. A pesar del entusiasmo que despertó el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI), que busca atraer capitales al sector, la consultora advierte que la minería argentina está alcanzando un “techo” por fuera de lo fiscal: sin rutas, energía confiable y transporte ferroviario suficiente, los proyectos no podrán avanzar en los tiempos ni volúmenes previstos.
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El peso de la inversión pendiente y un atraso histórico
Los proyectos en cartera suman más de USD 54.000 millones, con foco en el cobre, un metal clave para la transición energética global. Pero el avance de esa inversión depende de resolver cuellos de botella en transporte de cargas, disponibilidad eléctrica y logística portuaria. En provincias como San Juan, Catamarca o Salta, donde se concentran los yacimientos más prometedores, la infraestructura actual es insuficiente incluso para cubrir la demanda local. Deloitte alerta que, sin un plan nacional de obras estratégicas, muchos capitales podrían desviarse hacia otros destinos más preparados, como Chile o Perú.
El informe señala que Argentina enfrenta un atraso histórico en su red ferroviaria para transportar minerales, un déficit que se traduce en mayores costos logísticos y pérdida de competitividad. Mientras que en países mineros consolidados como Chile o Perú el ferrocarril constituye la columna vertebral del transporte de carga pesada, en Argentina gran parte de la producción debe movilizarse en camiones. Eso no solo encarece los fletes, sino que también multiplica el impacto ambiental y aumenta la vulnerabilidad frente a condiciones climáticas adversas.
La energía eléctrica es otro de los cuellos de botella estructurales. La mayoría de los proyectos de cobre y litio se encuentran en zonas cordilleranas alejadas de la red de alta tensión, lo que obliga a montar soluciones parciales con generadores o extensiones limitadas de líneas. A esto se suman las rutas de montaña, que en muchos casos no están preparadas para soportar el tránsito intensivo de camiones de gran porte, generando demoras y riesgos adicionales. Este combo de carencias marca una diferencia sustancial frente a países vecinos, donde la infraestructura básica acompaña —y en algunos casos lidera— el desarrollo de la actividad minera.
El dilema del RIGI
Aunque el RIGI otorga beneficios fiscales y estabilidad normativa, no resuelve la brecha en infraestructura. De hecho, Deloitte advierte que los incentivos podrían resultar insuficientes si no se complementan con un plan de obras que acompañe el ritmo de los proyectos.
La paradoja es clara: Argentina podría tener la inversión asegurada, pero carece de las condiciones materiales para ponerla en marcha. El futuro del sector dependerá, entonces, no solo de la política tributaria, sino de la capacidad del Estado y el sector privado de articular soluciones logísticas y energéticas a tiempo.
En ese sentido, la potencialidad minera del país es indiscutible: Argentina es el tercer país del mundo en reservas de litio, cuenta con recursos de cobre que la proyectan como jugador clave en la transición energética y se ubica entre los principales productores de oro de América Latina. El Observador ya había informado sobre Los Azules, el primer proyecto de cobre aprobado bajo el RIGI, que marca el inicio de una etapa estratégica para el metal en el país. Pero sin infraestructura que lo sostenga, la oportunidad podría no aprovecharse al máximo.