El miércoles pasado, el exmarido de Julieta Prandi, Claudio Contardi, fue condenado a 19 años de prisión por “abuso sexual con acceso carnal agravado” en un fallo del Tribunal Oral en lo Criminal Nº 2 de Zárate-Campana. La noticia, que marca un antes y un después en la lucha contra la violencia de género, también reaviva un interrogante incómodo: ¿qué ocurre con los hijos e hijas cuando un episodio de este tipo atraviesa a una familia?
El caso volvió a poner en agenda la compleja realidad que enfrentan los niños de víctimas de violencia o abuso: por un lado, el proceso de comprender y elaborar lo ocurrido; y por otro, la exposición mediática y social que muchas veces convierte cada reacción o rasgo en material para el análisis público.
La infancia bajo la lupa
En su ensayo Nobody Has A Personality Anymore, Freya India sugiere que la cultura terapéutica moderna tiende a “convertir cada rasgo de personalidad en un problema a resolver”, extendiendo esta mirada a niños y adolescentes que empiezan a definirse más por etiquetas diagnósticas que por descripciones humanas o afectivas.
Según India, esta tendencia borra el lenguaje con el que solíamos hablar de nosotros mismos (las formas cálidas o narrativas de describir un carácter) y lo reemplaza por términos médicos, incluso en etapas tan sensibles como la infancia.
De forma complementaria, Abigail Shrier en Stop Asking Kids If They’re Depressed advierte sobre la alta sugestibilidad infantil y el riesgo de que una sobreexposición a diagnósticos altere la autopercepción de los menores. “Dar un diagnóstico de salud mental a un niño o adolescente, incluso si es correcto, es un hecho enormemente trascendente. Puede cambiar la manera en que el menor se ve a sí mismo, limitar lo que cree que puede lograr, fomentar la dependencia de un terapeuta y vaciar su sentido de autonomía”, explicó.
El interés superior del niño, por encima de todo
Para Cynthia Malfet, licenciada en Psicopedagogía, cualquier abordaje en estos casos debe partir de un marco legal y ético claro: “En Argentina, hay un principio fundamental que es el interés superior del niño por encima de cualquier otra legislación vigente, en correlación con la Ley 26061 de protección integral de los derechos de niños, niñas y adolescentes”.
Malfet, en diálogo con El Observador, advierte sobre el uso del falso “síndrome de alienación parental” como estrategia judicial para invalidar la voz de las infancias en contextos de violencia: “Se usa para cuestionar el relato de chicos en situaciones de fragilidad y vulneración de derechos, cuando en realidad el territorio a considerar es el de lo violento, y las múltiples dimensiones que lo configuran”.
Víctimas de violencia o abuso
La especialista también subraya el riesgo de atribuir un carácter patológico a reacciones esperables frente a experiencias traumáticas: “Atribuir una entidad patológica a expresiones sensibles de la fragilidad de estos pequeños sin considerar su contexto social y familiar es un riesgo. Como decía Silvia Bleichmar, la crueldad no es solo el ejercicio malvado sobre otro, sino también la indiferencia frente a su sufrimiento”.
Malfet asegura que cada niño procesa el dolor de manera distinta y que no siempre dispone de recursos lingüísticos o emocionales para ponerlo en palabras: “Lo que a veces vemos como una reacción puede ser, en realidad, un mensaje que tenemos que aprender a escuchar”.
Acompañar sin invadir
En contextos de violencia o abuso, el consenso profesional indica que no existen “protocolos universales” aplicables a todas las infancias, sino intervenciones adaptadas a cada edad y momento. En los más pequeños, el juego puede ser una vía para expresar lo vivido; en los mayores, los dibujos, escritos o conversaciones abiertas, sin direccionar.
“El objetivo es crear espacios de confianza y entornos seguros donde los chicos sientan que son mirados y escuchados, y donde la intimidad sea respetada. Solo así es posible empezar a elaborar lo traumático”, concluye Malfet.