China aprieta el torniquete

La fastuosa recepción a Kim Jong-un en Beijing, con banquete oficial, desfiles y sonrientes fotos presidenciales, no esconde la oportuna apretura de torniquete de China al dictador norcoreano para que deponga sus desplantes nucleares y se reúna con viejos enemigos para desactivar, o al menos atenuar, una grave amenaza a la paz mundial. Detrás de la presión del presidente vitalicio chino Xi Jimping, mediante la virtual suspensión del suministro de petróleo y otros productos esenciales a Corea del Norte, están los intereses geopolíticos del gigante asiático. En la crisis juegan varios factores. El que la hizo estallar fue el armamentismo norcoreano y los alardes de Kim de que podía bombardear el territorio continental de Estados Unidos con misiles nucleares. Sus pruebas con misiles generaron profundos temores en los vecinos Corea del Sur y Japón, así como un virulento intercambio de insultos y amenazas entre Kim y Donald Trump. Naciones Unidas le impuso inefectivas sanciones económicas a Corea del Norte mientras el presidente estadounidense contemplaba públicamente una intervención militar. Como China es el único sostén que mantiene con vida a Corea del Norte, a quien le compra el 90% de sus exportaciones, Trump también le pidió su intercesión.

Y China finalmente respondió, tanto para evitar un impensable conflicto nuclear en que se vería involucrada como para afirmar su peso en la región y el mundo. Desde fin del año pasado redujo en un 99% los envíos de petróleo refinado que le suministra a Corea del Norte, suspendió totalmente los de cobre y redujo sustancialmente los de acero. Apremiado por la severidad de su vía de supervivencia, Kim no tuvo otra opción que mostrar una cara menos agresiva. Empezó por enviar una amistosa delegación a los Juegos Olímpicos de Invierno en Corea del Sur y luego accedió a una inédita reunión con el presidente surcoreano Moon Jae-in el 27 de abril, pese a que ambas naciones siguen técnicamente en estado de guerra desde el armisticio de 1953. Más importante aún es la prevista reunión del líder norcoreano con Trump en mayo.

En estos encuentros y en las acciones chinas entre bambalinas se definirán la indispensable calma en la dividida península coreana y la erradicación del fantasma nuclear.

El dictador norcoreano probablemente acepte deponer en algo su belicismo como única forma de seguir contando con el respaldo de China. En sus reuniones con Moon y luego con Trump reclamará el retiro de las tropas de Estados Unidos apostadas en Corea del Sur, cuya presencia utilizó como excusa para su programa nuclear aduciendo, sin base alguna, que amenazan al territorio norcoreano. A menos que Trump cambie de idea y reciba garantías adecuadas, es improbable que prospere esa demanda de retiro de tropas. Las perspectivas de éxito de las negociaciones venideras dependerán de que Trump actúe con algo de la flexibilidad que ciertamente no lo caracteriza y de que China imponga su musculosa capacidad mediadora.

De la reunificación de las dos Coreas ni se habla, ya que a China le interesa mantenerlas divididas para no perder influencia regional.

Pero si Beijing le impone a Corea del Norte restricciones que aseguren menos belicosidad y Trump muestra algo de cintura, habrá un respiro de alivio en el planeta al mitigarse uno de los tantos conflictos bélicos y políticos que lo acosan.