30 de abril 2025
Dólar
Compra 40,75 Venta 43,15
28 de abril 2025 - 5:00hs

Mejorar la productividad. Hacer lo mismo en menos tiempo. Ganar calidad de vida. Esas son las promesas que acompañan a la inteligencia artificial generativa cada vez que aparece en una nueva app, curso o función. Pero, ¿qué pasa cuando esa promesa se vuelve exigencia? ¿Qué lugar queda para el pensamiento cuando todo se trata de rendimiento?

De eso habla Natalia Costa Rugnitz, uruguaya doctora en Filosofía , docente en la Universidad Católica y una de las pocas personas en Uruguay que se dedica a estudiar los modelos de IA desde la filosofía, con foco en cómo están transformando nuestra manera de pensar, trabajar y vivir.

Natalia observa que, desde que herramientas como ChatGPT se volvieron masivas, empezó a pasar algo curioso. Cada vez que alguien se sienta a trabajar, aparecen sugerencias, alertas y funciones nuevas que le dicen cómo hacer lo mismo más rápido. “Lo que antes era un espacio de concentración ahora está lleno de propuestas para optimizarte”, explica. Todo parece indicar que si no usás estas herramientas, estás perdiendo el tiempo.

Más noticias

Ese tipo de mensajes no son neutros. Tienen un impacto directo en cómo percibimos el valor de lo que hacemos. Y sobre todo, en cómo medimos nuestro tiempo y nuestra inteligencia.

Un GPS para el pensamiento (¿o un atajo peligroso?)

Para Costa, hay una diferencia clave entre usar una IA como una palanca que nos impulsa, o dejar que piense por nosotros. La herramienta puede potenciar lo que hacemos, pero si no marcamos el rumbo, termina decidiendo por nosotros qué es importante y qué no.

Un ejemplo claro: pedirle a GPT un resumen de un texto sin decirle qué nos interesa. “Si no definimos los criterios, le estamos delegando la parte más importante del pensamiento”, dice. Y ahí es donde empieza el problema. Porque cuanto más delegamos, menos ejercitamos nuestras propias funciones cognitivas.

Y lo que no se usa, se pierde. Entonces, nos transformamos en sedentarios cognitivos. Nos atrofia, asegura. Ahí se genera lo que ella llama “idiotización”.

Productividad vs. sentido

El punto no es si usamos o no la IA, sino para qué la usamos. Costa lo resume en una frase: “Estamos tan metidos en la lógica de producir que no nos preguntamos si eso que estamos haciendo tiene sentido”.

Ese modelo de productividad total no es nuevo. Ya existía antes de ChatGPT. La diferencia ahora es que la tecnología acelera ese modelo. Nos da herramientas para hacer más cosas, más rápido. Pero en vez de reducir la carga, muchas veces la multiplica. Donde antes entraban diez tareas, ahora entran veinte. Y el cansancio no desaparece. Cambia de forma.

Lo que se suponía que venía a aliviar, termina generando más presión. Aparecen nuevas herramientas todos los días. Todas prometen “hacerte la vida más fácil”. Pero, ¿quién tiene tiempo para probarlas todas? “Yo misma llegué a un punto de saturación total. Decidí enfocarme solo en ChatGPT”, cuenta Costa. “Me generaba más ansiedad que ayuda”.

Uno de los conceptos más originales que plantea Costa es que esta tecnología también nos atrapa por su belleza. “Tiene algo de fascinante. Como una tormenta que ves venir desde lejos: te impacta, te deslumbra y te paraliza”, asegura.

No se trata solo de sobrecarga de información, sino también de una experiencia estética. Nos hipnotiza, como un juguete nuevo que todos los días muestra algo distinto. Y ahí, dice, está el riesgo: quedarse en la fascinación y dejar de preguntarse para qué estamos usando todo eso.

¿Y las grandes empresas? ¿Hay que resistirse?

Costa también habla del rol de las grandes tecnológicas en todo esto. No se trata solo de mejorar el acceso o la experiencia del usuario. Hay una competencia global detrás. “Estamos en una especie de nueva guerra fría tecnológica. Hay una carrera por liderar el desarrollo de la IA”, afirma.

El problema es que esa carrera se mueve tan rápido que ni los propios desarrolladores entienden del todo cómo funcionan los sistemas más complejos, opina. Esto genera dos riesgos: por un lado, que no puedan explicar cómo toman decisiones (la famosa “caja negra”). Y por otro, que la IA logre sus objetivos sin considerar valores humanos (el problema de la “alineación”).

Además, considera que es tramposo cuando las big tech hablan de “democratizar la IA”. En realidad están usando un lenguaje de marketing. No se trata solo de darle poder a la gente, sino de ganar la carrera tecnológica contra otros actores.

Para Costa, hablar de “resistirse” a la IA no tiene mucho sentido. No se trata de negarse a usarla, sino de usar con conciencia. No adoptar sin pensar. No dejarse llevar por cada nueva función que aparece. “La verdadera resistencia no es dejar de usarla. Es no comprar el discurso de que tenés que ser eficiente todo el tiempo”.

Ella lo aplica a su trabajo docente. Usa ChatGPT con sus estudiantes, pero no de cualquier forma. Les enseña a observarse, a ver cómo lo usan, qué piden, por qué. Les enseña a armar prompts que tengan objetivo, tono, contexto y propósito. Pero también les dice que se escuchen, que no se dejen llevar por la inercia.

Algo se está jugando en este momento

Natalia no tiene respuestas cerradas. Pero sí tiene una certeza: algo muy importante está pasando ahora. No es una herramienta más. No es solo una moda. Es un cambio profundo en cómo usamos la mente y el tiempo.

La IA puede ser una ayuda, sí. Pero también puede contribuir a un modelo de vida donde todo tiene que ser útil, rápido y rentable. Y eso, tarde o temprano, pasa factura. En el cuerpo. En la mente. En el sentido de lo que hacemos.

“No se trata de elegir entre ser tecnofóbico o tecnófilo”, dice. “Se trata de tener un momento para parar y preguntarse qué lugar queremos darle a esta herramienta en nuestra vida”.

Temas:

ChatGPT Inteligencia Artificial

Seguí leyendo

Te Puede Interesar

Más noticias de Argentina

Más noticias de España

Más noticias de Estados Unidos