Opinión > Análisis/ Eduardo Blasina

El ciclo uruguayo: gastar de más hasta que los contribuyentes se rebelen

Gastar de más hasta que los contribuyentes se rebelen
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12 de enero de 2018 a las 19:27
El ciclo uruguayo parece inexorable. Crecer, gastar, entrar en atraso cambiario, caer. 1982, 2002, ¿2022? En este enero tórrido, mientras miles de uruguayos remojaron sus pies en las claras aguas costeras y se quejaron de lo calurosa que ha sido la semana, otros miles de uruguayos y uruguayas están recalientes, lejos de la costa y con la convicción profunda de rebelarse ante un status quo que entienden insoportable. Y mientras ven como se achicharran cultivos y praderas. El país se sigue dividiendo y quienes podrían acercar partes no lo están haciendo.

La grieta entre el sector rural y el gobierno se ensancha minuto a minuto y una rebelión mayoritariamente virtual se desparrama como fuego en el pasto seco por todo el país y que seguramente derivará en una movilización de gran escala que llegará a Montevideo.

Desde que la izquierda llegó al gobierno el relacionamiento nunca fue peor, el gobierno pocas veces tuvo un reto de estas dimensiones por delante. El hartazgo no es solo de productores. Son también los camioneros, las pymes del interior, los prestadores de servicios, los industriales como las medianas empresas de lácteos que están en el CTI. Por más que se explique lo que pasa en el mundo y la región, por más que se explique que los dólares que ingresan por el turismo presionan al mercado, el desfasaje entre inflación y dólar de tantos años es insostenible, salvo que se tomen paliativos fuertes.

La lógica de Uruguay parece ser gastar hasta que todo se vuelva insostenible. Parece ser un ciclo inexorable. Porque la base económica del incendio actual siempre remite al excesivo gasto. El atraso del dólar, la suba de las tarifas, todo apunta a tratar de cerrar una brecha entre ingresos y egresos fiscales que nunca cierra. Por más que crezca la economía, que se suban impuestos, que aumenten las tarifas el déficit sigue allí inamovible. Y eso cansa y desanima. Si algo bueno puede surgir de esto es un pacto nacional, un plebiscito un gran acuerdo por el cual los futuros gobiernos, sean del partido que sean no puedan gastar más de lo que recauden y no puedan aumentar la presión fiscal más allá de los niveles actuales. Una regla fiscal general. Ya se han tenido déficits y atrasos en dictadura, en democracia, y con gobiernos de distintos colores.

Al estrangulamiento de la mayoría de los sectores exportadores se han sumado a lo largo de 2017 actos innecesarios de soberbia. No vale la pena recordarlos, pero si obligan a que alguien apele a que lo cortés no quita y lo valiente y extienda una actitud de humildad para dialogar.

No hay porque despreciar o tratar con indiferencia a quienes trabajan la tierra,a los que emprenden sin importarles el riesgo climático de La Niña, las carreteras deshechas, los precios internacionales ajustados. Se la han jugado, invirtieron, aumentaron la producción y ahora precisan respeto, tiempo para pagar sus cuentas y sobre todo sentir que el gobierno es un socio de verdad y no un mero recaudador insaciable. Y eso genuinamente lo sienten muchos miles de uruguayos, hoestamente, con el corazón y el bolsillo. No se les puede acusar alegemente de politizados. Un acto político es todo lo que uno haga y refiera a la comunidad en la que vive, pero no ayuda en nada partidizar un movimiento genuino de gente trabajadora e indignada.

La historia no se repite, pero reitera ciclos. Un enero de 1999 se reunían en la Agropecuaria de Dolores productores que también veían que la situación era insostenible. Y sin whatsapp ni nada que se le parezca se generó un movimiento masivo que llegó a la capital en abril de 1999. El presidente de aquel entonces no se dignó recibirlos. Eduardo J. Corso leyó una proclama que tuvo que ser entregada a un secretario de la presidencia. Fue el final de una etapa política del país, el histórico batllismo que parecía la ideología casi perpetua de gobierno.

Es posible que estemos obligados a tener una moneda fuerte por diversas circunstancias, pero si en lugar de compensar a los perjudicados y mostrar austeridad desde el poder, se devuelve indiferencia para el diálogo y gastos siempre crecientes, , la cosa se complica.

Y ahora está bien complicada. Porque hay un Uruguay vocacionalmente manso que ha dicho basta. Gente que prefiere andar mirando la marcha de los entores, el estado de los carneros, la situación de los cultivos y las praderas, el volumen y composición de la leche ordeñada que andar dibujando pancartas que cree que se ha abusado de su poca vocación por la protesta. Pero que también cuando dice basta, cuando siente que su esencia está en peligro, tranca y es capaz de cambiar el rumbo de la historia. Ya lo hizo por lo menos dos veces en la historia reciente tanto en dictadura como en democracia y como decía un viejo slogan "puede volver a hacerlo".

Cuando buscaba su chance de gobernar el Frente Amplio apoyó las marchas de los productores, prometió un país productivo, prometió "nunca más atraso cambiario" y prometió un gasoil productivo. El agro respondió con inversión y crecimiento. En marzo de 2005 el presidente Tabaré Vázquez decía textualmente que nunca más habría atraso cambiario y el ministro Mujica decía que le gustaría un dólar a $ 30. Con esos datos la apuesta estaba y la inversión se hizo.

Los últimos 18 meses fueron volviendo la situación del agro cada vez más insostenible. Y algunos datos del entorno caldearon los ánimos, las pérdidas de ANCAP y el convencimiento de que el agujero de cientos de millones de dólares le cae al agro, el superávit de UTE que no le llega a los usuarios. Las condiciones ofrecidas a UPM y la forestación tomando buenas tierras agrícolas o lecheras porque los números no dan. Son muchas pequeñas cosas que se suman a la angustia económica para dar una convicción férrea de que el status quo actual es inaceptable.

El convencimiento de que el agro no es escuchado y de que lo que se pida por las buenas no tendrá respuesta, de que hay una discriminación hacia lo rural va cobrando fuerza, y las redes multiplican esa sensación.

Todo malestar es expandido y aumentado por las redes sociales, porque esta sin dudas es la rebelión del whatsapp. Que permite coordinar, discutir, y hacer del campo –aún con menos ancho de banda que en la ciudad– una asamblea permanente en la que hasta se discute el audio inoportuno de la Ministra de Turismo o las fotos del ministro Astori en la playa. Todo pasa por el redondelito verde.Para bien y para mal. En las redes la manija reditúa más que el tratar de encontrar acercamientos. La lógica "Peñarol/Nacional, vamo arriba nosotros" mucho más que la exortación a un diálogo con intención de construir.

ChamathPalihapitiya, que fue vicepresidente de Facebook hasta renunciar en 2011, dijo que la red social genera impulsos de dopamina de corto plazo que destruyen a la sociedad: no hay discursos civilizados, no hay cooperación, crece la mutua desconfianza. Esto es un problema global. Es discutible, que se aplique a este caso, pero no hay duda que estamos ante un fenómeno nuevo de redes que vuelve todo más impredecible e inmanejable.

Es claro que cualquier presidente de cualquier partido debería decir gracias al agro que provee 75% de las exportaciones del país cada día. Y que sin una señal muy clara de apoyo al sector, que coincida con aquellas promesas de nunca más atraso cambiario o gasoil productivo, será muy difícil un diálogo que devuelva al agro esperanza y la sensación de sentirse respetados. Podrá ser un compromiso de competitividad, podrá ser el kilowatt productivo, podrá ser el todos somos upm, podrá ser un cronograma de emparejamiento de los costos de la energía con la región, o un alivio en las cargas del bps o la dgi. El gobierno no puede seguir haciendo de cuenta que no pasa nada ni puede dejar de entender que hay un problema muy serio ante sus narices.

Uruguay es demasiado chico como para lograr el objetivo del desarrollo dividido, el sector agroexportador es demasiado grande como para ser ninguneado. Seguramente en algunas semanas los productores, los fleteros, y muchos otros pequeños y medianos empresarios, trabajadores, desocupados llegarán a Montevideo a explicar su desánimo y a reclamar que su voz sea escuchada.

El país precisa reactivar las inversiones, el empleo, el ánimo. Y para eso el diálogo es insustituible. Si el presidente hace bajar a su secretario cuando los uruguayos de a caballo y tractor lleguen a la capital y apuesta a mantener todo como está, el Uruguay entero puede estar ante cambios que trascienden al agro. Pero si no se cambia la lógica del gasto estatal en permanente ascenso, volveremos a enredarnos en la misma piola que en 1982 o en 2002 y en vez de crecer en un proyecto de agregado de valor, daremos vueltas en círculos de noria.

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