Opinión > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

El último gran original del cine

En el cine Life Alfabeta se exhibe Paterson, obra maestra de Jim Jarmusch
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21 de enero de 2018 a las 05:00
William Carlos Williams (1883-1963) es uno de los poetas más originales del siglo XX. A los pocos meses de haber muerto le otorgaron el premio Pulitzer por su libro Pictures from Brueghel and Other Poems, publicado en 1962, el cual contiene ese increíble poema sobre Ícaro. Nació y murió en la ciudad de East Rutherford, cercana a Nueva York, en el estado de New Jersey, donde trabajó como médico desde su graduación en 1906 hasta poco tiempo antes de morir, habiéndose especializado en pediatría y medicina general.

Según testimonio de padres de niños a los que trató, Williams fue un gran médico, quien atendía a sus pacientes incluso si estos no tenían dinero para pagar. Su ética de vida fue extraordinaria. Su poesía estuvo a la misma altura.

La obra poética de WC Williams es una de las más influyentes de la poesía moderna y ha sido imitada por infinidad de poetas hispanoamericanos, varios de ellos uruguayos.

Williams es autor del poema más leído y citado de la poesía estadounidense del siglo pasado, el cual aparece incluido en el libro Spring and All, de 1923, que se transformó en obra definitoria del estilo conocido como "imaginismo", que traslada las emociones a las imágenes y los objetos, como si el mundo fuera una unidad de realidades vivas y autosostenibles que transforman la experiencia de quien las ve. Al poema se lo conoce como La carretilla roja, pero en el original carece de título y solo está precedido por el número XXII. Una posible versión al castellano del poema sería la siguiente:

Tanto depende
de una
carretilla
roja
barnizada con
agua de lluvia
junto a las
gallinas blancas

Tal vez el libro más celebrado de Williams –no en vano le sirvió para ganar el único premio importante que obtuvo en vida, el National Book Award, en 1949- sea Paterson, notable poema épico publicado en cinco entregas: I (1946), II (1948), III (1949), IV (1951) y V (1958). Hay varias versiones traducidas al castellano, la más reciente publicada en México por la editorial Aldus. Aunque más de un estudio crítico afirma que Paterson es un poema narrativo histórico, lo que lo hace único y referente de una forma de escribir poesía es su absoluta condición lírica. Williams hace que lo más simple resulte extraordinario. Cuenta en tono de canto la vida americana a partir de la historia de Paterson, New Jersey (donde vivió en su infancia Allen Ginsberg), tomando como referente la cascada de Paterson, que potenció la industria de la ciudad y fue usina tanto de la vida local como del lenguaje del poema. Con este dato en mente, quienes vean la película Paterson podrán entender una escena clave.

En una carrera que comenzó en 1980 con Permanent Vacation, Jim Jarmusch ha filmado 14 películas, algunas de ellas notables, verdadero flirteo con la maestría: Extraños en el paraíso (1984), Mystery Train (1989), Ghost Dog (El camino del samurái, 1999), Flores rotas (2005) y Only Lovers Left Alive (Solo los amantes sobreviven, 2013). La más reciente, Paterson, es extraordinaria. Demuestra que Jarmusch sigue siendo el director estadounidense más original, único capaz de lograr hondura lírica y metafísica a partir de historias cotidianas mínimas, en apariencia intrascendentes, como la de Paterson (Adam Driver), quien es conductor de un ómnibus del trasporte público urbano y cuya única pasión en la vida es escribir poesía, un poema diario. Paterson vive con Laura, su novia, y el bulldog inglés de esta. Tiene la misma vida rutinaria que el 90 por ciento de los habitantes del planeta. Hay lugares donde uno debe estar aunque no quiera quedarse.

Los diálogos microscópicos que tiene el protagonista con su novia y consigo mismo son parte de un diseño cinematográfico que convence con su sobriedad y en el que nada está de más. La plenitud de la vida común prescinde de adjetivos. El ritmo del filme emula la actividad de la mente cuando entra en contacto con lo maravilloso. No en vano, la verdadera vida de Paterson está en la imaginación, en el uso que hace de esta cada vez que tiene en sus manos un pedazo de papel y una lapicera con los cuales inventa un mundo propio de palabras. La vida rutinaria no ha conseguido domesticarlo. La poesía lo salva del tedio y de la infamia. Paterson escribe poemas que al otro día también son buenos. Los siete que escribe –uno por día– son excelentes (pertenecen al gran poeta estadounidense Ron Padgett). En ellos brilla el renovado desempeño de la sintaxis, síntesis de los travellings y planos fijos que caracterizan el formato del filme.

La imaginación cinematográfica de Jarmusch invita al espectador a mirar con detención, a descubrir detalles que no están ahí por mera casualidad. Ni siquiera la redundancia es fortuita: la existencia de Paterson transcurre en la ciudad de Paterson y Paterson, el poema de Williams (poeta favorito del personaje de la película y de quien se cita el poema Solo para decirte), es punto de referencia de la inspiración literaria del protagonista, cuyo estilo viene de la misma escuela de innovación, la cual ayudó a definir la poesía moderna. Jarmusch construye su relato mediante la continua introducción de detalles insignificantes que sirven para entender no solo el periplo mental del protagonista, sino asimismo el posible sentido de la vida, en caso de que tenga alguno. En la pequeña libreta donde escribe sus poemas, Paterson justifica su salud mental, su afán por transformar una vida mecánica en una que vale la pena vivir.

Mientras la poesía siga llegando, el monótono trajín de la existencia tendrá una contraparte. Solo en la mente suceden las cosas importantes del ser humano. Lo muy admirable de esta película tan admirable es la forma como Jarmusch mira pasar la vida a través de una óptica de radical simpleza, como si no pasara nada, cuando en verdad pasa tanto que para entenderlo la inteligencia debe mantenerse despierta, obligada a prestar atención a los detalles a través de los cuales se filtra la belleza sin la que cualquier aspiración de felicidad sería imposible. Jarmusch ha conseguido destilar una maestría de observación, muy a lo WC Williams, casi inexistente en el cine actual, tan atrapado entre los efectos especiales y la corrección política. En Paterson, para fortuna de la inteligencia, no hay ni una cosa ni la otra. La radical simpleza de fondo y forma que distingue al filme es una lección de incorrección estética, pues Jarmusch hace todo lo que ningún otro director hoy en día hace: lograr una mezcla perfecta de cine y poesía, de imaginación y realidad, de simpleza y profundidad, de repetición y diferencia, cuyo resultado es un filme con varias capas, cada una esperando ser indagada con detención, preguntándose sobre qué tanto conocemos el mundo habitual en el cual vivimos. También en el horror de la rutina la poesía existe y redime.

Paterson es la lección sin puntos flojos de un cineasta original. Es la primera película en mucho tiempo, y no sé cuántas otras en la historia del cine, y si es que las hay, en que los poemas que se escuchan son la banda sonora. Paterson convierte a la vida diaria en territorio de lo mágico a punto de suceder. Pero, a diferencia del realismo mágico a lo García Márquez, aquí la trascendencia está en la resaca de la rutina, en aquello que debemos vivir a diario como si fuera parte de una máquina de repeticiones y que, sin embargo, no logramos entender del todo, tal vez porque la magia implícita de estar vivos radique en el hecho de poder hacerlo sin esfuerzo y sin prestarle la debida atención a lo que nos sucede. Sorprende que en el festival de Cannes de 2016 Paterson haya competido para el premio principal y fuera derrotada por Deephan, seguramente porque los jurados prefieren hoy en día premiar la corrección política antes que la grandeza lírica con incorrección política, y van al aristocrático balneario francés a divertirse, a eso, más que a prestar atención a lo que ven en la pantalla.

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