Puesto de hidratación

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En el éxtasis electrónico

Montevideo tuvo su primera Creamfields, una fiesta que convocó a más de 10.000 personas en el faro de Punta Carretas
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13 de noviembre de 2017 a las 05:00
Todos rebotan. Atrás de lentes de sol, abajo de gorros de visera, todos rebotan y levantan los brazos. Es sábado de madrugada y en el faro de Punta Carretas hace frío y hay viento, pero parece que nadie lo siente; todos están ocupados saltando al ritmo de la música. Algunos bailan solos, alejados de la multitud. Con coreografías sin orden aparente, los solitarios se abstraen del resto y se mantienen en un limbo de ritmos electrónicos. El resto –que son la mayoría– tratan de acercarse lo más posible al escenario, para sentir las vibraciones de los parlantes con más fuerza. También para ver de cerca a quiénes se encargan de hacerlos mover, a los Dj que hacen de la Creamfields el evento por los que algunos llegaron a pagar miles de pesos.

De tanto en tanto, alguno se desprende de la multitud y de la pista y se va a formar filas a los puestos de hidratación, donde tampoco se deja de bailar. A la vuelta, reparte varias botellas entre sus amigos y así, tomando agua, todos siguen rebotando un poco más.

Hay mucho tiempo para bailar esa noche; nueve horas, en total. Tal vez, por eso es que la mayoría de los asistentes a la fiesta llegó sobre la medianoche. Es a esa hora cuando en el escenario principal, que es al aire libre, comienzan a mover las perillas los grandes nombres de la noche. Mientras en la carpa los locales hacen mover a miles de personas, afuera contra el mar la multitud saluda al Dj holandés Oliver Heldens.

"Por ahora viene todo bien. Tuvimos cinco ataques de pánico, pero son normales. Es un poco de agua, de aire y se recuperan", dijo uno de los encargados de la carpa de hidratación

Heldens, uno de los referentes actuales del house y el Dj número 13 del mundo según la revista DJmag, hace mover al público y de vez en cuando interviene con alguna frase tribunera. Pero las que saben manejar mejor a "la tribuna" llegarán después. Cuando las hermanas Nervo toman la posta sobre las tres de la mañana, la fiesta ya está repleta. Más de 10 mil personas se mueven en la primera Creamfields en Montevideo, la primera de una serie de tres que tendrá el país. Pronto, el dúo de gemelas australianas demuestra por qué son viejas conocidas de la movida electrónica en el país.


Las Nervo, que gritan la palabra "Montevidiou" cada 10 minutos, mechan expresiones de cariño con hits del momento remixados para que todos reboten con ellas. Por su set pasan temas de Major Lazer, Justin Bieber, The Chainsmokers e incluso alguna tonada de Abba. De vez en cuando, también presentan producciones propias "recién salidas del horno", como ellas mismas se encargan de hacerlo notar.

Creamfields
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En medio de la música y de los papelitos que vuelan con el viento costero, hay banderas de distintos países: Venezuela, Uruguay, Argentina, Estados Unidos. La fiesta es acá, en Uruguay, pero no es local.
Entre toda la gente que está de fiesta, también hay varios que están trabajando. Un hombre, por ejemplo, pasa con una bolsa negra juntando las botellas que se apilan en el piso. En las carpas de asistencia médica e hidratación, los encargados supervisan que la entrega se desarrolle en orden y están atentos a que no surja ningún inconveniente.

"Por ahora viene todo bien. Tuvimos cinco ataques de pánico, pero son normales. Es un poco de agua, de aire y se recuperan", explica uno de ellos. En estas fiestas, donde las drogas de laboratorio son moneda corriente, saber cómo actuar en caso de intoxicación es de suma importancia. Como la noche irá demostrando, los controles y las estrategias para reducir los daños del consumo resultarán satisfactorias. "Consumo siempre va a haber; la cuestión es saber actuar para que no se salga de control", agrega el mismo funcionario.

Creamfields
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El consumo se deja ver de manera clara en la multitud. Manos que van del bolsillo a la boca, manos que reparten productos diminutos. De todas formas, no todo es sintético; el porro está bien presente en el aire y seguro que algún que otro elemento también. Pero aun así, la preocupación mayor pasa por bailar. Bailar y no parar.

En medio de la música y de los papelitos que vuelan con el viento costero, hay banderas de distintos países: Venezuela, Uruguay, Argentina, Estados Unidos. La fiesta es acá, en Uruguay, pero no es local
La seguridad del lugar, repartida por todo el predio del faro, también tiene una noche tranquila. Por el momento –y será algo que se mantendrá hasta el final– no se ocasionaron disturbios ni hubo que intervenir. La fiesta, con redundancia incluida, es una fiesta.


De a poco, el horizonte se va aclarando. Ahora las luces no son solo artificiales y las pulseras de neón de a poco comienzan a perder brillo. Con los primeros rayos de sol llega también Robin Schulz, el hombre encargado de cerrar el debut de la Creamfields en el país. El alemán, usual integrante de los charts del género, remata la noche con varias de sus producciones originales, pero también con temas prestados. Y todos bailan.

Hace horas que la electrónica suena en el sur de Montevideo, pero nadie parece cansado. Ya es de día y todos siguen bailando: nadie quiere parar. En algún momento que se anuncia próximo, la música se cortará. Pero para los asistentes de la Creamfields eso no importa. Todavía se puede bailar un poco más, todavía se puede rebotar. Y todos lo hacen.

* La versión publicada en la edición impresa de El Observador afirmaba que había sido la primera fiesta Creamfields en Uruguay, cuando en realidad fue la primera en Montevideo. En 2008 había tenido una edición en Punta del Este. A los lectores, las disculpas del caso.

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