22 de noviembre 2024 - 18:01hs

Terminó el G-20 en Brasil, y todos los conflictos se desarrollaron dentro de la sede del encuentro: el imponente Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro.

Como suele ocurrir en este tipo de reuniones, la ciudad brasileña estuvo sitiada por las fuerzas del orden, aunque no porque se esperaran grandes manifestaciones populares relacionadas con temas de gobernanza global.

Por el contrario, el temor se centraba más en posibles atentados terroristas —a decir verdad, poco probables— y, sobre todo, en el clima de violencia sin reglas que impera entre narcotraficantes, policías y grupos parapoliciales de la ciudad.

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Hace unos años, nadie quería organizar estos eventos en los que los poderosos se reunían para definir políticas y redactar manifiestos y documentos sobre cómo debía desarrollarse la política mundial.

Cada vez que una ciudad era anfitriona de uno de estos encuentros de líderes políticos, empresarios, presidentes y autoridades de organismos internacionales, debía blindarse y prepararse como si estuviera a punto de enfrentar una invasión vikinga.

De aquellos emblemáticos movimientos antiglobalización que definieron el activismo político y social de finales del siglo XX e inicios del XXI, la primera gran manifestación pública fue la que sacudió la ciudad estadounidense de Seattle entre el 30 de noviembre y el 3 de diciembre de 1999.

Primer round: Seattle 1999

Estas jornadas de protesta se habían convocado para rechazar una reunión de la Organización Mundial del Comercio destinada a organizar una ronda de negociaciones comerciales globales.

En la reunión de Seattle se escenificaron por primera vez las nuevas formas y agendas del activismo de izquierda, diez años exactos después de la caída del Muro de Berlín, que también había ocurrido en noviembre, pero de 1989.

La vieja izquierda soviética de los partidos comunistas ya no tenía un lugar trascendente en el repertorio de las luchas contra el capitalismo.

En su lugar, surgieron organizaciones y activismos, característicos hasta entonces de los países capitalistas, que la nueva izquierda reclamaba como propios.

Esta renovada agenda incluía el medio ambiente, los pueblos originarios, el comercio justo, la precarización laboral, la defensa de los derechos humanos —sobre todo en países en desarrollo—, diversos proteccionismos y los reclamos de las organizaciones indígenas, junto con anarquistas y anticapitalistas radicales.

La segunda novedad que presentó la movilización de Seattle y la aparición de una nueva izquierda fue que tuvo lugar en Estados Unidos y, además, se nutrió de una importante base de activistas y organizaciones de ese país, algo que no había ocurrido durante la Guerra Fría.

De algún modo, el anfitrión y entonces presidente Bill Clinton entendió el cambio en el preciso momento en que la policía y los manifestantes se enfrentaban como en una batalla medieval.

La sorpresa, la organización y la decisión de los manifestantes sorprendió a los organizadores, sitió a los líderes políticos en sus hoteles y afectó la realización del evento y —Clinton mediante— también sus posicionamientos finales.

Clinton vio que podía incluirlos en el marco del Partido Demócrata, quitando del medio a los más radicalizados y ampliando así su poder social y político, aunque al costo de un giro a la izquierda que el expresidente confió en controlar desde las cúpulas partidarias.

En el largo plazo, esta actitud de apertura hacia la izquierda renovó la militancia demócrata y sus agendas políticas, pero, al mismo tiempo, se expandió más de lo calculado por Clintom, quien años después pagaría el costo con la derrota de la candidatura de su esposa a manos de Barack Obama.

Segundo acto: el G-8 en Italia 2001

Dos años después, fue peor. La cumbre reunió a los líderes de las ocho economías más poderosas: Estados Unidos, Canadá, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Rusia, coloquialmente llamadas G-8, en julio de 2001.

Más de 200.000 manifestantes se hicieron presentes. La experiencia de Seattle estaba en el aire, y la misma coalición de ONG, ambientalistas, sindicalistas, movimientos campesinos y grupos de derechos humanos acudió para suspender el evento.

Esta vez, había más presencia de grupos radicales de izquierda organizados con un objetivo claro: derrotar a Silvio Berlusconi, una figura despreciada por todos estos activistas.

Hubo enfrentamientos masivos entre manifestantes y fuerzas de seguridad. Fue tal la magnitud de la refriega que terminó con la muerte de Carlo Giuliani, de 23 años que, poco después, se convirtió en un símbolo que amplió la importancia del activismo, pero también lo fracturó internamente.

Tercer acto: ALCA vs ALBA. Argentina 2005

Ya con George W. Bush en el poder, se realizó la IV Cumbre de las Américas, donde se impulsaba el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) con el objetivo de establecer un bloque económico hemisférico. La oposición al ALCA fue una continuación de las protestas de Seattle y Génova, pero con un enfoque específico en América Latina.

La contracumbre de Mar del Plata marcó un cambio cualitativo significativo en comparación con Seattle y Génova, con la participación activa de gobiernos alineados con los manifestantes como también con figuras del deporte y la cultura.

Así, Néstor Kirchner, Lula da Silva, Hugo Chávez y Tabaré Vázquez rechazaron el proyecto del ALCA, junto a Diego Maradona y Manu Chao.

Esta relación luego fue amplificada por las academias, el periodismo progresista, el mundo artístico-cultural, el Foro de São Paulo y los partidos socialistas europeos, que atravesaron una transición de la socialdemocracia de corte liberal hacia una más radicalizada en términos identitarios y discursivos.

2024: todos amigos

Treinta y cinco años después, se reunió el G-20 y ya no hay grandes manifestaciones callejeras, mucho menos violencia.

Los presidentes aparecen como estrellas de Hollywood, y el viejo activismo onegeísta está integrado, participando de los debates en los cómodos salones del evento.

El más radical en sus protestas es también un presidente: el argentino Javier Milei. Nada fuera de lo esperado.

Todos los reclamos que años atrás parecían radicales y alejados de la política real están ahora en la mesa de negociaciones y en los documentos finales de políticos y burócratas.

Eso sí, los problemas siguen siendo los mismos y sin resolverse. Pero todos están contentos.

Y el catering es de primera.

Temas:

G20 izquierda burocracia Seattle

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