Cada otoño, los bosques de Cataluña se llenan de vida y misterio con la llegada de la temporada de setas. Entre todas las variedades que se pueden encontrar, una destaca por encima de las demás: el níscalo, conocido localmente como robellón. Esta seta no solo es adorada por su sabor, sino que es parte de una tradición profundamente arraigada en la cultura catalana.
El robellón es uno de los hongos más buscados en la región y su recogida se ha convertido en una especie de ritual familiar y comunitario. Los catalanes más entusiastas tienen sus lugares secretos donde, año tras año, recolectan estos preciados hongos.
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Sin embargo, pocos revelan sus rincones mágicos; encontrar un buen sitio para los níscalos es un verdadero tesoro, y por eso, se guarda con recelo. Este hermetismo también tiene un fundamento ecológico: si se corta correctamente el níscalo, el micelio permanece intacto bajo tierra, lo que permite que el año siguiente los hongos vuelvan a brotar en el mismo lugar.
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Francia, la situación cambia
Mientras en Cataluña el níscalo es el rey indiscutible de la temporada, al cruzar la frontera hacia Francia, la situación cambia. En los bosques franceses, el robellón no goza de la misma fama. Los habitantes locales suelen inclinarse por otras variedades de setas como los boletus o trompetas de la muerte, y muchas veces, ignoran los níscalos, dejando así un pequeño paraíso para aquellos cazadores de setas que cruzan los Pirineos.
La búsqueda de robellones no es solo una actividad recreativa, es una tradición que conecta a las personas con la naturaleza y con su historia.
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A través de este simple acto de recoger setas, se transmiten conocimientos ancestrales, se respeta el ciclo natural del bosque y se fortalece el lazo entre las generaciones. Cada año, el furor por los níscalos vuelve, pero con el toque de discreción que caracteriza a los recolectores catalanes: el mejor sitio siempre será un secreto bien guardado.