El religioso caminaba distraído hace dos semanas por la avenida Anunziatta, a una manzana de la Basílica de San Pedro y muy cerca de la sala de prensa del Vaticano. Muy amablemente, se detuvo para responder una consulta que le formulé mientras cubría los funerales del papa Francisco. El dato que ya todos queríamos saber.
- ¿Quién puede ser el sucesor de Francisco?, ¿un europeo un asiático, como están diciendo?
- Preste atención al nombre de un cardenal que está empezando a sonar. Es estadounidense, pero cada vez lo escucho más. Averigue, investigue…
No me llevó mucho tiempo detectar que estaba hablando de Robert Francis Prevost, un obispo estadounidense nacido en Chicago al que Jorge Bergoglio llamaba cariñosamente Roberto Francisco, y al que nombró cardenal como señal de posibles desafíos futuros.
No era una broma ni una ironía del Pontífice argentino. Además del inglés natal y de otros cinco idiomas, el sacerdote hablaba perfectamente el español y eso le facilitó afianzar el vínculo con el papa Francisco.
De padre francés y madre española, el idioma jamás fue una dificultad para el joven Prevost.
Pero Prevost terminó perfeccionando el español en Perú, adonde viajó a los 30 años para liderar una misión católica en Chiclayo, a orillas del océano Pacífico. Y tantas veces volvió a pisar esa tierra tan lejana a Chicago que, hace más de una década, decidieron darle la nacionalidad. Por eso, también es peruano.
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Una bisectriz entre progresistas y conservadores
Eso lo hizo especial a la mirada geopolítica de estos tiempos.
La Iglesia Católica decidió trazar una bisectriz entre el legado progresista de Francisco, al que hubieran hecho honor el filipino Roberto Tagle o el italiano Mateo Zuppi, y la oleada conservadora que representaba mejor que nadie el cardenal húngaro Peter Erdo, más cerca del hosco Viktor Orban y del omnipresente Donald Trump.
Estaba claro para los 133 cardenales que era imposible elegir a uno de los herederos con los que soñaba Francisco.
Debía ser alguien que sintonizara las ideas de cambio que dejó el jesuita argentino, y que también escuchara los reclamos antiwoke de los sectores más conservadores del planeta, cada vez más determinantes.
El "tapado", como lo llamé en una columna que escribí hace diez días desde el Vaticano, se llamaba Robert Francis Prevost (https://www.elobservador.com.uy/espana/actualidad/el-sucesor-del-papa-francisco-tres-candidatos-protegidos-y-un-tapado-que-puede-ser-sorpresa-n5995571). Y ahora ya se puede afirmar que no es un tapado.
No fue una casualidad que Donald Trump fuera el gran protagonista de los funerales en San Pedro junto al sujeto de la despedida, el papa Francisco. Su llegada al gobierno de los Estados Unidos y su influencia sobre otros líderes políticos no podía dejar de ser tenida en cuenta.
No en vano estaban en primera fila de la ceremonia de la italiana Giorgia Meloni y el argentino Javier Milei.
Y, aunque no fuera el cardenal preferido de Donald Trump, la elección de Prevost como León XIV demuestra que algo está cambiando.
Una música diferente está sonando alrededor del planeta.
El desafío de cerrar una grieta
Es la resistencia a la avanzada china y la necesidad de ponerle fin a la invasión rusa en Ucrania.
Es el desequilibrio en Oriente Medio y la sangre derramada que provocó el ataque terrorista de Hamas a los kibutz israelíes en la frontera de Gaza.
Es la tensión nuclear entre la India y Pakistán, y la avanzada islámica en las universidades europeas y estadounidenses. Todos esos factores transformaron el mundo en un lugar más incierto y peligroso.
El gran desafío de estos tiempos para la Iglesia que dejó Francisco es el enigma de la geopolítica.
Dos mil años de historia y de sufrimientos le han dado a la Iglesia Católica reflejos para obrar con sabiduría.
León XIV ha sido elegido para cerrar, o al menos volver mucho más angosta la grieta entre las miradas progresistas y conservadoras que hoy dividen al planeta. ¿Lo logrará? Esa es su misión sin dudas.
Prevost, que ahora es León XIV, tiene el don y el privilegio de hablar siete idiomas.
Los va a necesitar para ayudar a pacificar esa Torre de Babel geopolítica en la que se ha convertido el planeta de las redes sociales, de la tecnología y especialmente de la incertidumbre.