"Antes del amanecer", una de las mejores películas de amor de los últimos años, cumple 25 años

En 1995, Richard Linklater inició una de las mejores trilogías de las últimas décadas; por su aniversario, el 6 de abril se exhibe en Cinemateca

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14 de marzo de 2020 a las 05:03

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Al principio las miradas se esquivan. Rebotan en las paredes coloradas del tren, en ese matrimonio alemán que no para de discutir, y se vuelven a posar en el otro cuando ese otro no está mirando. Pero los ojos igual se encuentran. Y cuando la pareja de casados pasa de largo discutiendo, él pregunta: 

–¿Tenés idea de qué estaban diciendo? ¿Hablás inglés?

Ella le dice que no, y después que sí. Le repregunta, curiosa y animada, si sabía que las parejas, con el tiempo, dejan de escucharse el uno al otro. Él se interesa y la charla sigue un rato más. Se muestran los libros que estaban leyendo, intercambian trivialidades y después se van a la cafetería del tren. Allí él le va a contar que es estadounidense y que al otro día se toma un vuelo desde Viena. Ella le va a decir que es de París y que vuelve de visitar a su abuela en Budapest. Así, las palabras se les van a amontonar en el mantel vacío, van a querer decirse todo y todo, a la vez, les va a parecer demasiado poco. Se van a reír, a hablar de la muerte, de sus estudios, de otros temas, no se van a decir sus nombres y, para cuando quieran acordar, van a llegan a Viena. El tren va a frenar. Y él se va a tener que ir. Y se va. 

Pero vuelve. Y cuando vuelve, entre atropellado y excitado le pregunta si ella también lo notó, si no sintió esa conexión invisible que se anudó en el aire. Le propone, al final, bajarse con él en esa ciudad. No tiene plata para pagar un hotel y su meta es deambular por la capital de Austria hasta la hora del vuelo. Ella duda, pero no más que unos segundos. Porque Céline sabe desde el primer momento que le va a decir que sí. Y sabe que Jesse, frente a ella, va a festejar con el puño en alto, haciéndola reír una vez más. 

Ahora tienen una noche. Y una noche, al parecer, es suficiente.

***

El tiempo no espera al amor. Richard Linklater lo aprendió una noche de 1989, cuando de paso por la ciudad de Filadelfia, y tras presentar su segunda película, Slacker, conoció a Amy Lehrhaupt. Ambos charlaron, rieron y gastaron sus zapatos en el asfalto mientras las horas se descontaban y la velada se consumía como un fósforo encendido. Sobre el final, ya cuando el sol se asomaba, intercambiaron datos, se despidieron y siguieron con su vida. Al otro día Linklater volvió a su ciudad y no vio a la mujer nunca más, pero siguió en contacto con ella por teléfono. Algo marcó, sin embargo, al por entonces incipiente cineasta de veintipocos años, y fue tan fuerte el sentimiento que no esperó y se lo dijo a Amy antes de despedirse: “Algún día voy a hacer una película sobre esto, sobre esta conexión”.

En 1995, en pleno auge de un cine independiente que él mismo ayudó a consolidar,  Linklater estrenó Antes del amanecer. Con esta historia –situada en Viena, con solo dos personajes y una tardecita/noche/madrugada como línea temporal– el director concretó lo que había prometido. Y sin tener demasiadas intenciones de hacerlo, marcó el punto de partida de una de las mejores trilogías del cine de las últimas décadas. Lehrhaupt, sin embargo, jamás llegó a enterarse. Linklater esperaba que ella apareciera en algunas de las funciones de la segunda entrega, en 2004, convencido de que había visto la primera y que lo alcanzaría para hablar al menos una vez más. Pero nunca apareció. Y en 2010, el director se enteró gracias a un amigo de la mujer que esta había muerto en un accidente meses antes del rodaje de la primera película.

Así que Antes del amanecer no es autobiográfica, pero está inspirada en esa noche. En la película, Ethan Hawke y Julie Delpy son Jesse y Céline, dos veinteañeros que se encuentran en el Eurorail, que se gustan y que deciden pasar una velada juntos en la capital austríaca. Allí tendrán largas conversaciones sobre la vida, la muerte, el amor, el feminismo, Dios y la política, entrarán a disquerías, buscarán sin demasiadas ganas un museo en el que perderse, se tirarán al pasto a tomar vino, pasearán por una feria y, al final, se dirán adiós. Y no mucho más. En el abrazo final, sin embargo, habrá una promesa. Una promesa que, para quienes la vieron en cines, tardó nueve años en concretarse.

Esa única noche de Jesse y Céline –que este año cumple 25 años y que tendrá una función especial en Cinemateca el 6 de abril– encierra unas cuantas cosas que hacen de esta película pequeña, íntima y sin demasiadas pretensiones una maravilla. Para empezar, los personajes, escritos a ocho manos entre Linklater, la guionista Kim Krizan, Hawke y Delpy, encarnan todas las frustraciones, incomodidades y sueños inconformistas de la generación X. Esto lo evidencian en su andar, en sus discusiones, en la manera en la que reciben el mundo de sus padres. Pero Antes del amanecer no les habla solo a sus congéneres: estos dos jóvenes que coquetean en la cornisa del amor se meten en charlas que resuenan hasta hoy.  

Así recuerda Delpy el proceso de escritura del guion en una entrevista con The Guardian: “Fue totalmente colaborativo; todos teníamos que estar de acuerdo en las ideas. Si alguno de nosotros odiaba algo, no se hacía. Y desde el principio quisimos balancear la historia con una voz femenina apropiada. Así que la escritura la seguimos incluso cuando ya estábamos rodando en Viena”.

En ese sentido, la ciudad es una de las grandes responsables del clima de ensueño que recorre la historia. Quizás mucho más que París en Antes del atardecer o las costas griegas en Antes de la medianoche. Acá, Jesse y Céline flotan entre poetas vagabundos, viejas que leen las manos, ojos curiosos, caminan por adoquines mojados, admiran fachadas impresionantes y recorren escenarios mal iluminados, y todo eso los va envolviendo en un sopor romántico del que no pueden ni quieren salir. A medida que avanzan entre abrazos con fecha de vencimiento, la noche se funde en ellos, que cada vez le tienen menos ganas al futuro y que intentan como sea frenar al tiempo. Y para eso hablan. Hablan y hablan y hablan. 

Antes del amanecer es la más inocente de la trilogía. En este estudio del tiempo a tres pasos que hace Linklater, la película llega como representante del amor deseado e idealizado, ese que permanece encerrado en una burbuja de surrealismo y que se guarda, intocable, entre recuerdos. En las otras películas llegarán los rencores, las peleas y hasta el odio. Llegará la vida real a su relación. Pero eso mismo es lo que hace a esta película tan especial: la deliberada apuesta por un romanticismo tangible, soñador y profundamente naif

Y también los momentos. No nos podemos olvidar de los momentos. Y es con una lista de ellos que terminamos este recuerdo de cuarto de siglo de una película que, a medida que pasa el tiempo, es cada vez más hermosa e inolvidable: la cabina musical en la que se encierran a escuchar Come Here de Kath Bloom; el instante antes del primer beso, arriba de la rueda gigante, y las tripas retorcidas por los nervios; el flipper alrededor del que se cuentan sus desastres amorosos; la mano de Jesse queriendo tocar el pelo de Céline, las copas robadas en el bar y la decisión de no tener sexo; el poema del bichicome del Danubio, Dylan Thomas recitado sobre el final, el miedo de Céline a la muerte, el paseo en tranvía, el beso apurado en el andén y la sensación de que esto es un comienzo, de que el futuro algo más guarda, de que no fue cosa de una noche, porque no, para ellos una noche no es suficiente, nunca lo iba a ser. 

***

–Supongo que esto es todo.
–Sí. Yo de verdad… bueno, ya sabés.
–Sí. Ya sé. Yo también. 

Se sueltan las manos. Ella amaga con subir al tren y él la retiene. Le dice que pare, que no quiere no volver a verse nunca más. Se agarran de la cara y se abrazan. Quedan para reencontrarse en el mismo lugar cinco años después. No. Cinco años es demasiado, dice él. ¿Y seis meses? Hecho. En seis meses nos vemos, acuerdan. 

Se sueltan. Se despiden. Ella se sube al tren, él al ómnibus que lo lleva al aeropuerto. Ambos caen rendidos por el sueño. La cámara pasea por la huella de su noche. En el pasto, las copas y la botella de vino siguen tiradas. La pantalla funde a negro. La música suena. Nos vemos en nueve años. 

 

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