Todas las manos son diferentes. Hay manos femeninas y algunas masculinas, hay manos grandes y pequeñas, hay manos tersas y otras que muestran con orgullo los pliegues de la piel. Pero todas están haciendo lo mismo: miles de tapabocas para los trabajadores del Hospital Maciel.
El mensaje se difundió el 18 de marzo en un grupo de WhatsApp entre conocidos. La consigna era sencilla: “Necesitamos el apoyo de personas que en sus casas puedan confeccionar tapabocas, para lo cual se requiere máquina de coser. Nosotros entregamos la tela del tapaboca cortado y el hilo, lo que hay que hacer es coserlo”. En cuatro horas la solicitud se hizo viral y el teléfono de contacto sonó con 3.800 mensajes. Así empezó la Red de Costura Solidaria, de la que actualmente participan 128 hogares y que la próxima semana entregará 30 mil barbijos para anticiparse a una crisis sanitaria.
La noticia de los primeros casos confirmados de Covid-19 en Uruguay generó preocupación pero también movió a muchos uruguayos, que en medio de la incertidumbre decidieron ayudar a otros con los recursos que tienen a mano.
Calo Monetti tiene 27 años y es uno de los tres encargados de tocar las puertas de las costureras. “Este es un momento especial. El poco trabajo que tengo me deja más tiempo libre para poder ayudar a la gente. Yo no sé coser, entonces puse el auto a disposición y mi tiempo para poder colaborar”, dice mientras le entrega a once mujeres los materiales para confeccionar 3 mil tapabocas. Para muchas personas él es el único contacto que tienen con el mundo exterior luego de varios días de aislamiento voluntario y ya tiene prometidos varios abrazos cuando todo termine.
En un apartamento del barrio Palermo el ruido de la máquina eléctrica no para. Natalia Núñez es la directora de la Escuela N°65 de Ciudad Vieja, esa que está a solo dos cuadras del Maciel, y confiesa que el traqueteo ya se convirtió en su mantra.
“Llevo hechos 695 tapabocas. Hoy entregué mis últimos 200 y ya me dieron 200 más”, dice orgullosa la directora con una sonrisa amplia en el rostro. Hace tan solo diez días que comenzó con la tarea, un trabajo que ahora forma parte de la rutina de su hogar y que logró unir a toda la familia en una actividad solidaria. Ella cose, su pareja mide las cintas que van a atar el barbijo detrás de la cabeza de los médicos y sus hijos colaboran cortando los hilos que sobran para que el producto final sea lo más prolijo posible. Una dinámica casi industrial.
Natalia no deja de coser mientras conversa. Habla del aplauso diario al personal de la salud pero parece que ese gesto no es suficiente: “Hay que decirles ‘esto, desde mi corazón, es para que te cuides’, porque cuidando a los que nos cuidan nos salvamos todos”.
En Pocitos otra máquina hace ruido. Matilde Siqueira es estudiante de diseño de modas y encontró en la costura una forma de distraerse durante el encierro. “No estoy haciendo mucho, desde la comodidad de mi hogar estoy haciendo tapabocas para las personas que de verdad lo necesitan y están expuestas a todo esto”, dice la joven de 24 años que ya lleva 500 barbijos en su haber.
Hacia Buceo hay una casa al fondo de un jardín donde las puertas están abiertas para que entre el aire. Arriba de la mesa del comedor está la máquina familiar, camuflada entre cintas de tela. “Esto me ha hecho recordar muchos tiempos de mi niñez, cuando a los cinco ayudaba a mi madre a coser, al final me clavé una aguja en el dedo”, dice Selva Ghione entre risas y nostalgia. Odontóloga y transfusionista jubilada ahora aporta su parte desde casa, pero confiesa que su lugar estaría en un centro asistencial.
No se conocen las caras. Muchas de ellas incluso viven a pocas casas de distancia, pero la vida de algunos barrios y la agitación habitual no dejaron que se conocieran. Ahora lo están haciendo a través de un grupo de WhatsApp.
Cada chat tiene entre siete y 12 participantes. Allí comparten indicaciones para la costura, se arengan entre todas y hasta lograron arreglar máquinas rotas a distancia. “Esto es increíble porque no sé cuándo empezamos pero parece como si estuviéramos cosiendo y nos conociéramos desde hace dos años. Y no. Solo nos mueve la voluntad de saber que lo que estamos haciendo le sirve a alguien”, dice Natalia.
En tiempos donde la interacción es preciada los voluntarios encontraron un lugar donde compartir parte de sus vidas, sin buscarlo. “Es muy interesante estar en un grupo en donde no nos conocemos o no nos conocíamos. Cada una pone buenos días cuando se levanta, comparte la foto de los ñoquis del 29 y ya tenemos cierta confianza. Recibo mucha ayuda de ese grupo, nos vamos tirando tips y estamos todas bastante unidas”, comenta Matilde.
El objetivo también es que se sientan cerca de la institución. En cada entrega reciben fotos los médicos con los tapabocas y alguna confiesa que agranda la imagen en busca de indicios que le muestren si son los que ella confeccionó. “Hoy nosotros estamos trabajando en el hospital y nos sentimos acompañados por ustedes. Sin el trabajo que ustedes hacen sería más difícil cumplir el nuestro”, así termina un mensaje de voz que el director del hospital, José Minarrieta, le envió a los voluntarios para agradecerles por su contribución.
La logística de todo esto está en manos de una familia: la familia Leal. La casa del exdirector de Convivencia y Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior es el centro de acopio y distribución. Gustavo tiene una tablet donde muestra mapas con los hogares geolocalizados y organizados por zonas de reparto, habla de gráficas donde lleva registro del progreso de los voluntarios y números que demuestran la efectividad de la articulación de voluntades individuales. Las cajas han tapado una parte del living y arriba de la mesa ratona todavía hay material que debe ser empacado en bolsas para entregarle a los voluntarios. Toda la familia aporta tiempo e ideas para el proyecto, que ya está llegando a su fin.
“¿Qué voy a hacer cuando ya no tenga más tapabocas para coser?”, es una pregunta que se repiten los costureros voluntarios. La Red de Costura Solidaria ya entregó más de 20 mil barbijos al centro de salud y en los próximos días entregarán los últimos. Pero la tarea continúa, porque ahora les va a tocar hacer capuchas para el personal sanitario.
Las máquinas siguen encendidas.
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