Ricardo Cardozo (29) se despertó este jueves sabiendo que era un día distinto a todos. Desde el sonido de su alarma, sus pasos, sensaciones, todo se sentía diferente. A última hora de la noche lo habían llamado la prefeita de Santana do Livramento, Mari Elisabeth Trindade, y la secretaria de Salud, Caroline Alves Gomes, para ofrecerle ser vacunado contra el coronavirus, como ya habían sido inmunizados una decena de profesionales de la salud en la ciudad. Él, sin dudarlo, aceptó.
"Me dijeron si quería participar y, como se iba a vacunar todo el mundo —la mayoría trabajadores del hospital de la parte de emergencias— y aún a Uruguay, lamentablemente, no llegó la vacuna, acepté", cuenta en diálogo con El Observador.
Licenciado en enfermería, al día siguiente ya estaba instalado en el Hospital Santa Casa, donde trabaja como auxiliar hace seis años. Pero esa mañana, más que prestarle atención a su tarea, centró sus pensamientos en una sola cosa: la interminable espera por la profesional que iba camino a inyectarle la dosis de la china CoronaVac. "Fui nervioso, pero no por la vacuna, sino más por el impacto que podía dar", recuerda.
Sobre las 8, la funcionaria apareció con tapabocas y sin guantes. Con una ambulancia estacionada a su lado, preparó el fármaco, que interrumpió la labor médica del joven por unos minutos, y le dio la inyección. Ricardo, con una manga de su uniforme violeta recogida, observaba, con una tímida sonrisa desde una silla.
Al cabo de unos minutos, el momento en que recibía la inyección ya era parte de una publicación en su perfil de Instagram. Y, con el paso de las horas, la historia se hizo noticia. Más que un hecho anecdótico, suponía algo histórico para él: se había transformado en el primer uruguayo vacunado en la frontera sin saberlo. "No sabía nada. El miércoles en Brasil hubo la primera vacunación (en la ciudad) con cuatro profesionales, que eran brasileños. Sabía que iban a empezar, pero no me imaginé que iba a ser el primer uruguayo, No pensé que iba a haber tanto revuelo. Además, ahora es una responsabilidad enorme".
Ricardo, que vive solo desde hace cinco años en Rivera, siguió trabajando en el hospital después de recibir la inoculación china porque "justo estaba de guardia". Al salir, olvidó los nervios que sentía al inicio y transformó su estrés y cansancio en sonrisas permanentes. "No me dolió nada. Es una emoción, un reconocimiento por lo que estamos pasando día a día, que no es fácil. Espero que la gente siga cuidándose igual, porque está llegando la vacuna, pero no quiere decir que no nos sigamos contaminando. Van a seguir habiendo muertes todavía, entonces hay que cuidarse", advierte.
Su historia no termina aquí. En 20 días volverá a verse las caras con las agujas cuando reciba la segunda dosis. Por el momento, sin embargo, parece estar muy poco preocupado por el proceso.
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