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¿Para qué existe la Cepal?

Los inútiles entes supranacionales se urtican y crispan cada vez que prima la racionalidad económica y la vocación de eficiencia
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01 de septiembre de 2020 a las 05:00

La superflua discusión con la Comisión económica para América Latina y el Caribe (Cepal) sobre el porcentaje destinado por Uruguay para paliar los efectos de la pandemia, es una pérdida de tiempo y esfuerzo.

El organismo es un símbolo de la burocracia supranacional que, desde la misma creación de las Naciones Unidas, consume atención y recursos de todos los gobiernos, y sistemáticamente los equivoca con prédicas populistas y facilistas.

Este ente, creado en 1948, ostentaba la misión de asesorar a los países de la región en sus políticas económicas, que supuestamente no sabían lo que les convenía. El primer beneficiario de ese asesoramiento fue Juan Perón, que en 1950 recibió la fuerte influencia del entonces Secretario Ejecutivo de la Cepal, el doctor Raúl Prebisch, un académico argentino-trasnacional de fuste, coautor de la teoría de la dependencia, que evolucionó a lo que hoy se llama desarrollismo. La teoría coincidía punto por punto con las ideas aplicadas por Benito Mussolini en Italia, que tanto amaba el industrialismo alemán (nazi a esos efectos) y también el ejército argentino, (entonces nazi a todo efecto y fascista en la concepción industrial). 

La teoría implicaba un fuerte proteccionismo, la utilización de los recursos provenientes del agro para desarrollar una industria estatal-militar-privada a toda costa (sic) con todos los defectos económicos y éticos que hoy son harto conocidos. 

Allí surge el eslogan de “vivir con lo nuestro”, el apotegma de la sustitución de importaciones y conceptos similares que han creado tantos injustos millonarios y tantos pobres. Cuando se analizan las curvas de crecimiento de Argentina desde ese momento (o de decrecimiento) la evidencia empírica es impactante, la caída, fenomenal. Pocas veces se nota con tanta claridad y contundencia los efectos de una concepción socioeconómica dada. Al punto que es imposible entender la decadencia del país vecino sin referirse a la influencia nefasta de la Cepal en esa catástrofe. 

La Comisión sigue hoy defendiendo ese mismo principio, agravado o justificado por la pandemia, la nueva excusa para borrar toda la evidencia empírica y empezar de nuevo con las prédicas fracasadas sistemáticamente. Como una tercera guerra mundial que hiciera olvidar el pasado. 

El gobierno de la coalición ha elegido un camino opuesto - acertado en su concepción, en opinión de esta columna-. Un camino de apertura, de competencia, de eficacia, de adecuar costos, bajar gastos del estado y no caer en el facilismo de aumentar impuestos, recurso de rápida extinción, que barre la inversión y el crecimiento. Mucho más cercano al mercado que al estatismo. 

La Cepal está en contra de todo ello, en especial del mercado. Ha olvidado su origen económico, equivocado o no, para virar hacia un concepto ideológico de izquierda regional supranacional, como tantos otros organismos burocráticos que condicionan a gobiernos débiles con sus comunicados y exhortaciones bondadosas y solidarias que son bellas declamaciones insustentables. 

Estas diferencias son irreconciliables. De modo que el presidente Luis Lacalle Pou, que tanto se ocupó de disputar las cifras del ente, debe prepararse para sufrir varios aguijones de este tipo. Aún cuando sus políticas fueran exitosas, la Cepal encontrará siempre un dato, una cifra aislada, un rincón donde basar su crítica. Otra vez, una práctica común de la burocracia supranacional, sobre todo en el caso de países con gobiernos no bolivarianos o no socialistas u otras caras del progresismo gratuito. 

El planteo sobre el porciento del PBI esgrimido ahora excluye todo análisis, no sólo la utilización de otros recursos vigentes, como el seguro de paro, sino la eficiencia en el gasto y la gestión. 

Comparar, por caso, la cifra de Uruguay con el despilfarro inútil de Argentina, para llamarlo de un modo benévolo, es un criterio burocrático, además de falaz e ideológico. No distinto a cuando se mide la educación en función del gasto sobre el PBI, parcialización que no mide la calidad y el esfuerzo educativo. Así se ha llegado al déficit generalizado mundial. Haciendo omisión de la calidad y la eficiencia del gasto y la gestión. Otro punto donde el gobierno chocará todos los días con las orgas internacionales. Por simplificación ignorante burocrática y por manipulación ideológica. 

También en lo que hace a la inmigración la Comisión discrepa de las necesidades orientales y del proyecto de este gobierno. 

Uruguay no necesita, ni puede darse ese lujo, recibir grandes masas de inmigrantes que vengan sin formación ni capital. Si quisiera ejercer tamaña solidaridad debería arrasar con el sistema sindical y con todo el andamiaje legal laboral, lo que se opondría a la propia prédica cepaliana. Necesita una inmigración limitada, selectiva, más parecida a la australiana y canadiense que a la Argentina, importadora neta de marginalidad que desemboca en un conurbano bonaerense multinacional inmanejable, como muestra la pandemia. La ideología bondadosa de la Cepal no tiene adosado un cheque para que los países lleven adelante sus generosas propuestas demagógicas. 

Tal vez, en línea con la idea latente de oponer al resultado electoral la amenaza de un referéndum poco democrático, cabría plebiscitar una política migratoria como la que propone el ente, para ver si la sociedad está dispuesta a costearla. 

Lo que anhela la Cepal es el fracaso de todo plan que se base en los mercados, la competencia, la eficiencia y el esfuerzo y se oponga frontalmente a la burocracia y al estatismo. Le quitaría su sustento y su razón de ser. De modo que hay que oír sus críticas como quien oye llover. Lo que le conviene al país, no le conviene a la Cepal. Y viceversa.
 

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