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¿Pueden los estadounidenses aprender a confiar en una vacuna contra el Covid?

La guerra de Donald Trump en contra de la ciencia pudiera explicar por qué casi la mitad de los adultos estadounidenses no están dispuestos a vacunarse

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12 de noviembre de 2020 a las 15:02

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Por Gillian Tett

El fin de semana pasado, yo participé en un chat familiar a través de Zoom con una docena de mis primos que viven alrededor del mundo. En el curso de la conversación, pregunté cuántos se pondrían una vacuna contra Covid-19 si hubiera una disponible (una pregunta hipotética en ese momento, ya que aún no habían surgido los alentadores resultados del ensayo farmacológico de Pfizer-BioNTech).

La división geográfica fue sorprendente. Mis primos que viven en Irlanda se pondrían la vacuna; ellos confían en los científicos. También lo harían la mayoría (pero no todos) de los que viven en Inglaterra. Un primo en Australia parecía sorprendido de que alguien tuviera que hacer la pregunta. Pero el contingente con sede en EEUU murmuró “probablemente no” o “esperaré y veré”, haciéndose eco de las reacciones de la mayoría de mis amigos de la costa este durante los últimos días.

Si bien esto es simplemente una historia anecdótica, refuerza lo que vemos en las encuestas. Entre mayo y septiembre de este año, la proporción de adultos estadounidenses que dijeron que definitivamente estaban dispuestos a recibir la vacuna en contra de Covid-19 cayó del 72 por ciento al 51 por ciento, según el Centro de Investigación Pew.

Existen distinciones políticas y demográficas: las personas que son mayores, hombres, con un título de posgrado o son asiáticos tienen más probabilidades de decir que se vacunarán que las personas que son más jóvenes, mujeres, con menos educación o de una etnia no asiática. La población de raza negra es particularmente desconfiada, con sólo un tercio de ella lista para ser vacunada. Pero la confianza en la vacuna ha disminuido en todos los grupos demográficos estadounidenses, en gran parte debido a las preocupaciones relacionadas con los efectos secundarios.

En cambio, una encuesta de Ipsos publicada la semana pasada sugiere que el 79 por ciento de los adultos británicos estarían felices de recibir la vacuna — la misma cifra que en Australia — y en China hay una tasa de aceptación del 85 por ciento. España y Alemania también tienen actitudes bastante positivas, en alrededor de dos tercios, pero hay casi tanta desconfianza en Francia como en EEUU. Sin embargo, incluso estos números positivos representan una caída en comparación con la encuesta de agosto realizada por Ipsos.

¿Por qué las diferencias? Cada nación tendrá su propia explicación. En el caso de EEUU, por ejemplo, el colapso de la confianza sin duda refleja, en parte, la guerra contra la ciencia desatada por la administración de Donald Trump, junto con su denigración de Anthony Fauci, el principal experto en enfermedades infecciosas de EEUU. Además presenciamos su determinación de utilizar la carrera para desarrollar una vacuna como arma política durante la campaña electoral. Todo esto ha contribuido a la pérdida de la confianza — aunque no la ha provocado — en numerosas instituciones.

Pero quizás, dado que las actitudes han cambiado con el tiempo, la pregunta más interesante es, ¿se pueden cambiar de vuelta nuevamente? ¿Existe alguna manera de persuadir a los estadounidenses de que sigan a los británicos y australianos y se les unan?

La respuesta es que ojalá que sí, pero puede que no sea simple. Lo que es poco probable que funcione es una serie de conferencias científicas; EEUU está actualmente marcado por divisiones sociales, políticas y epistemológicas. Más bien, una mejor táctica pudiera ser comunicar mensajes acerca de la responsabilidad cívica, el patriotismo o incluso la vergüenza.

Consideremos, a modo de ejemplo bastante alentador, lo que ha sucedido con las mascarillas en Nueva York. Hace ocho meses era casi imposible imaginar a los neoyorquinos acogiendo en masa las mascarillas. En aquel entonces, eso se consideraba como el tipo de comportamiento que sólo se encuentra en las culturas colectivistas de Asia, pero que es anatema para los neoyorquinos individualistas.

Pero cuando recorrí Manhattan en bicicleta la semana pasada, de todas las personas que vi en la calle (y en bicicleta), solamente dos no tenían mascarilla. Eso no se debe a que los neoyorquinos necesariamente comprendan los sutiles detalles de la ciencia detrás del uso de las mascarillas. Es, más bien, que se ha creado una cultura de vergüenza en la que se considera socialmente inaceptable no usar una mascarilla porque indica una profunda irresponsabilidad.

Algo similar ha sucedido en Los Ángeles, me dijo el alcalde Eric Garcetti a principios de esta semana. Él comentó que ha hecho todo lo posible para utilizar la ciencia del comportamiento con el fin de difundir mensajes a comunidades con altas tasas de mortalidad para que alteren su comportamiento, mediante el uso de mascarillas y del distanciamiento social, por ejemplo. Él afirmó que esto ha resultado en una tasa de mortalidad por Covid-19 entre los afroamericanos y otras minorías que se encuentra entre las más bajas de EEUU.

Él ahora espera aprovechar todos los trucos de mensajería que Hollywood pueda idear para fomentar la aceptación de una vacuna en contra de Covid-19 en Los Ángeles, respaldada por incentivos y reglas. Por ejemplo, puede que a las personas que no estén vacunadas no se les permita ingresar a estadios deportivos o incluso ir al colegio.

El Sr. Garcetti también está tratando de usar imágenes para cambiar actitudes. Recientemente, él hizo que lo fotografiaran poniéndose una vacuna contra la influenza y planea hacer lo mismo con la vacuna contra el Covid-19, como también piensan hacerlo otros políticos estadounidenses. Sin duda, el presidente electo Joe Biden se unirá a ellos, dada la velocidad con la que ha establecido un grupo de trabajo para luchar contra Covid-19; dados sus repetidos llamamientos para un mandato nacional del uso de mascarillas; y dada su diligencia en usar una en público.

Para decirlo de otra manera, después de que la fe en la ciencia dura se ha derrumbado en algunas partes de EEUU, el país ahora está entrando en un período que pudiera ofrecer una fascinante prueba para la ciencia de la conducta. Necesitaremos ciencia de tipos médico, informático y social para vencer este virus, particularmente, pero no exclusivamente, en EEUU.

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