Leonardo Carreño

¿Quién asume el costo político de medidas duras?

El gobierno gestiona la crisis con conducción firme y la oposición se enreda, mientras el desafío está en un “acuerdo político” para enfrentar el drama con unidad

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27 de marzo de 2020 a las 22:32

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Nada como el miedo para alterar los sentimientos personales y colectivos. Nada como una crisis y el deseo desesperado por evitar un golpe noqueador, para tragar el plato que se rechazaba.

En los tiempos de rutina, el comensal mira la carta con exigencia y se toma tiempo para elegir el menú, y hasta para pedir un cambio de guarnición, pero cuando la urgencia muestra un posible horizonte de escasez, se agradece el plato más común.

El presidente de Uruguay anunció rebaja de sueldos públicos de 5% a 20% y las reacciones fueron de resignación, de aceptación, de congratulación y hasta de admiración.

Resignación, en sindicato de funcionarios, porque se sabía que algún recorte caería sobre aquellos que no son despedidos ni suspendidos, como sí pasa a dependientes privados.

Aceptación, entre funcionarios que asumen que deben ser solidarios con los que más lo necesitan.

Congratulación, entre los trabajadores privados, comerciantes, productores, empresarios, que están golpeados por rebajas o pérdida total de ingresos, y sienten que no es justo que carguen solos con el peso del drama del parate económico.

Admiración, entre votantes de la “coalición multicolor” (y otros independientes) que sienten que el presidente está a la altura de las circunstancias y hace lo que
–entienden– debe hacer.

El nuevo presidente viene ordenado, se muestra sereno, transmite medidas en forma gradual (demuestra que no se mueve por impulso, ni responde a “gritos” de tribuna), y sus decisiones ponen foco en los realmente afectados y con menos “defensa” propia para enfrentar el tsunami económico. No a todos a la vez, pero sí a lo largo de la semana.

 Todos los días, casi a la misma hora, el Uruguay entero recibe mensajes de gobierno que incluyen datos sobre el impacto de la pandemia viral en el país y nuevas medidas que se adoptan para amortiguar el impacto sobre sectores afectados económicamente como consecuencia.

Por lo tanto, cada noche, además de vivir una crisis sanitaria, una crisis económica y un drama social, el Uruguay también enfrenta hechos políticos, con anuncios y reacciones.

¿Quién se fortalece y quién se debilita políticamente?

***

El gobierno cuenta con una “carta de crédito” de la opinión pública, que comprende que la crisis es totalmente importada y no se le puede cargar nada a su administración, y que está recién asumido, casi sin asentar a nuevos jerarcas.

Aún cuando Lacalle Pou llegó con un vértigo inusual, y a pocas horas de asumir, reunió a jefes de policía para lanzar operativos de combate el delito; aún cuando llegaba con un paquete amplio de reformas para impulsar con “urgencia legislativa”, la realidad muestra que su gestión, entendida por aplicación de un plan de gobirno, ni pudo comenzar.

La presencia activa del presidente, ministros, otros funcionarios; la comunicación permanente, la transmisión de datos, las conferencias de prensa abiertas y en vivo y en directo, las propias medidas de asistencia, y la gestión de recursos con imposición de rebajas salariales, logran apoyo o comprensión.

¿Eso fortalece a Lacalle Pou? Faltan encuestas de opinión pública, que serían muy necesarias para comprender la opinión de la sociedad. Alguno de los sondeos que pudo hacerse pese a todo, mostró que Lacalle Pou ganaba apoyo, y entre opositores disminuía la antipatía. En el fondo, la gente quiere que le vaya bien al presidente, al gobierno, porque eso sería que le vaya bien al país.

No es lo mismo con la oposición.

En el comienzo de la crisis, el Frente Amplio se dispuso a tender la mano para cooperar, y ha insistido en lograr un “acuerdo (político) nacional” para enfrentar la crisis con unidad, pero eso se diluyó con actitudes de algunos sectores o dirigentes.

El presidente convocó a los líderes de todos los partidos, y el Secretario de Presidencia ha mantenido informado al Frente, pero las medidas se toman en el seno del gobierno, sin involucrar a la oposición.

El problema para la izquierda está en la incontinencia verbal de varios dirigentes que en redes sociales o en notas con prensa salen con críticas ácidas o con opiniones que no los dejan bien parados.

Por ejemplo, tras el anuncio de rebaja salarial a los sueldos altos de plantilla estatal, varios frentistas se lanzaron duro con mensajes de este tipo: “Se tocan los ingresos. No se toca la riqueza”. Eso choca de frente con la memoria más fresca, que indica eque el Frente Amplio gobernó 15 años, tres períodos seguidos, tuvo una crisis económica en el medio, pero ni en crisis, ni en bonanza, ni en estancamiento; nunca, nunca hizo eso que se reclama.

***

El “cacerolazo” del miércoles no fue del Frente pero fue del PIT-CNT –que integra lo que el gremio llama “el bloque social y político de los cambios”– y por lo tanto, afectó también a la izquierda en su conjunto.

Peor que la medida de manifestación sonora con apagón, que implicó bastardear una emotiva manifestación que reivindicó libertad y democracia en 1983, peor que eso fueron las declaraciones para explicar que una protesta “no era protesta” sino otra cosa.

Lo mismo pasó con el sindicalista de Antel y dirigente del PCU, “Chifle” Molina, que más allá de la “puteada”, que es habitual en conversaciones de ese tipo, desnudó la peor versión de un gremio (también reclamó la medida de impuesto a la riqueza, que su partido no adoptó en 14 años de gobierno, con mayoría propia en Parlamento).

Leonardo Carreño

Esos desvaríos terminaron tapando lo bueno del movimiento sindical, las acciones solidarias que hacen varios gremios con su gente y con vecinos de sus locales, así como la producción de tapabocas y otras tareas por el bien común, usando recursos propios.

El Frente Amplio quedó huérfano de líder central y con crisis en liderazgos sectoriales. “Pepe” Mujica asoma algunas veces, con expresiones de sentido común y ubicación al tiempo actual, pero su voz tiene poco eco en la coalición que acaba de salir del gobierno.

Ahora, ¿al gobierno le interesa un acuerdo con la oposición y enfrentar la crisis con unidad amplia?

¿El Frente le da garantías para eso o lo enreda en laberintos de consultas con “organizaciones sociales” que enlentecen o estorban la toma de decisiones urgentes que se precisan?

¿La izquierda quiere cooperar en serio, desde un rol de oposición que asume que el mando está en el adversario que lo sacó de la troya mediante el voto popular?

¿El gobierno quiere encontrar soluciones con todos, o prefiere dejar a la oposición en otro rincón?

¿Lacalle Pou siente que va bien y confía que podrá seguir así, pese a que la prolongación de la crisis despierte impaciencias y malestar colectivo que después de un respado fuerte deriven en desgaste y costo político?

Para el gobierno, para la oposición, para la sociedad, el óptimo está en la unidad política nacional, pero la búsqueda del óptimo puede obstaculizar lo bueno, lo necesario, lo conveniente.

Unos vienen bien, otros vienen mal, pero mientras, el país tambalea. Un acuerdo político genuino se vuelve imprescindible, para lo que se requiere una alta calidad ciudadana. 

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