¿Se dirigen las acciones y el dólar estadounidenses a una caída?

¿Qué sucedería si cambiara todo el paradigma de las inversiones a largo plazo?

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03 de octubre de 2019 a las 16:39

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Por Rana Foroohar

Durante décadas, a los ahorradores mundiales, y a los estadounidenses ahorradores de pensiones en particular, se les ha enseñado que deben invertir la mayor parte de su dinero en un fondo indexado al S&P –un fondo que intenta replicar las fortunas de las compañías más grandes de EEUU– y que luego deberían olvidarse de ese dinero hasta que estuvieran cerca de la edad de jubilación. Desde mediados de la década de 1980 hasta ahora, ese ha sido un consejo relativamente bueno. Después de todo, las multinacionales estadounidenses eran la mejor manera de invertir en la globalización, y la globalización fue muy positiva para los precios de las acciones de muchas grandes compañías.

Pero recientemente he comenzado a preguntarme: ¿qué sucedería si cambiara todo el paradigma de las inversiones a largo plazo?

La globalización como la conocemos está suspendida. Eso lo sabemos. Pero, ¿qué pasaría si también estuviéramos llegando al final de un período muy largo de represión financiera, en el que la disminución de las tasas de interés ha enmascarado otra verdad más fundamental: que el lugar de EEUU en el mundo ha cambiado, como también ha cambiado el potencial de crecimiento de sus corporaciones. Si ese es el caso, entonces podríamos estar acercándonos a una corrección de mercado no sólo de los precios de las acciones de las multinacionales estadounidenses, sino del propio dólar mismo. Eso tendría profundas implicaciones para los inversionistas de todo el mundo, desde los ahorradores individuales estadounidenses hasta los enormes fondos de pensiones en Europa y Asia.

Es un escenario que AG Bisset Associates ha denominado "Armagedón del dólar". A primera vista, la idea de que las acciones estadounidenses y el dólar bajen al mismo tiempo parece poco probable. Por un lado, ambos a menudo van en direcciones opuestas, ya que un dólar débil hace que las exportaciones de muchas compañías estadounidenses sean relativamente más competitivas en el mercado mundial, como ha sucedido en los últimos años.

Además, a pesar de que algunos países como China y Rusia están abandonando los activos denominados en dólares por razones políticas y económicas, el dólar sigue siendo la divisa de reserva mundial. Como señaló un estudio de la Institución Brookings la semana pasada, la participación del dólar en las reservas mundiales de divisas ha disminuido apenas dos puntos porcentuales desde 2007, mientras que la participación del euro ha bajado seis puntos. Y, como todos sabemos, ni los políticos estadounidenses ni muchas de las compañías más grandes del país se han desempeñado excepcionalmente bien durante ese período.

Pero los cambios en el sistema de reservas mundiales llevan tiempo. Los movimientos de divisas pueden ocurrir más rápidamente. De hecho, como señala Ulf Lindahl, director ejecutivo de AG Bisset, las principales divisas del mundo suelen subir y bajar en ciclos de 15 años. Según sus cálculos, que monitorean los movimientos de divisas desde principios de la década de 1970 hasta el momento, comenzamos un nuevo ciclo en enero de 2017, y a pesar de la fortaleza del dólar desde abril de 2018, ese ciclo todavía está intacto. Si la tesis prueba ser correcta, el dólar está a punto de caer ante el euro y el yen en los próximos años, y hasta en un 50 a 60%.

¿Cuáles serían las implicaciones de ese cambio? Para empezar, los inversionistas fuera de EEUU, como los fondos de pensiones europeos y japoneses, las oficinas familiares que administran las finanzas de las personas adineradas, y las grandes instituciones financieras, se verían fuertemente perjudicadas por la depreciación de los activos en dólares. Si comenzaran a alejar sus carteras de inversión de los activos en dólares, se podría exacerbar una caída en los valores estadounidenses. Esto es algo que muchos analistas creen que está llegando de todos modos, dado que las acciones están en su segundo período más caro en 150 años. Eso, a su vez, perjudicaría a los ahorradores estadounidenses que mantienen la mayoría de sus carteras de jubilación en esos fondos indexados al S&P.

Algunos inversionistas inteligentes ya ven las señales de advertencia y se han cambiado al oro. Yo espero que otros productos básicos aumenten también.

Si se materializa el escenario del "Armagedón", los inversionistas también podrían lanzarse en masa hacia el euro y el yen, lo cual forzaría el aumento de los rendimientos de los bonos estadounidenses. Eso es algo que muy pocos esperan; la creencia generalizada es que estamos en un entorno de tasas bajas para siempre. Pero si los rendimientos aumentaran, podrían ayudar a los ahorradores que tienen bonos en lugar de acciones. Sin embargo, también penalizaría a las compañías endeudadas. Y como ya nos advirtió el Banco de Pagos Internacionales, hay muchas empresas "zombis" que tendrán problemas para pagar sus deudas y permanecer en el negocio si las tasas aumentan.

En las últimas décadas, hemos visto no solo un mercado alcista para las acciones estadounidenses, sino también mucha ingeniería financiera. Las compañías han hecho todo lo posible para desafiar la gravedad económica utilizando todo, desde el código fiscal hasta la recompra de acciones. Los bancos centrales han facilitado esto con una política monetaria relajada. Es por eso que, en mi opinión, tanto las acciones estadounidenses como los precios de los activos denominados en dólares se han mantenido tan altos, a pesar de tantos factores de riesgo en la economía política y los retos para el sector empresarial.

En última instancia, si se percibe que las compañías estadounidenses ya no son las más competitivas del mundo, el precio de sus acciones caerá, al igual que el dólar. ¿Acaso estamos ya en ese punto? Aún no. Pero dada la erosión de la base de capacidades en EEUU, su maltrecha infraestructura y la falta de inversión en investigación, me pregunto si pronto llegaremos a ese punto.

Las propias compañías parecen estar votando con los pies. Un informe reciente de EY muestra que el número de compañías Fortune Global 500 con sede en EEUU disminuyó de 179 a 121, mientras que el número con sede en China aumentó de 10 a 119. Esto indica un cambio con respecto a dónde esperan las compañías que provenga el crecimiento en el futuro: Asia. Si ese es el caso, muchos de nosotros necesitaremos una nueva estrategia de inversión para un mundo nuevo.

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