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12 reglas para vivir, el bestseller que es mucho más que autoayuda

Jordan B. Peterson se aparta en su último trabajo de las terapias positivas que solo alimentan el narcisismo y la inocencia utópica
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25 de noviembre de 2018 a las 05:00

A pesar del título, 12 reglas para vivir. Un antídoto al caos es un ensayo de autoayuda bastante sui generis. Está lejos de toda esa literatura indulgente con el lector y repleta de optimismo ingenuo que promete cambios rápidos a base de recetas milagrosas. Jordan B. Peterson se aparta de toda condescendencia y es extremadamente realista: la vida es dura, ganan los fuertes, a nuestro alrededor hay sufrimiento y existe el mal. Pero el hombre puede encontrar sentido a su vida.
Como psicólogo clínico se aparta de las terapias positivas que solo alimentan el narcisismo y la inocencia utópica, lo que provoca, a largo plazo, nuevas y más dolorosas frustraciones. Las reglas que propone en este ensayo son las que se infieren de nuestra gran tradición cultural, a las que Peterson suma el aval de los últimos descubrimientos científicos. 

La idea de fondo es la que ya dio a conocer en su anterior libro, Maps of Meaning, donde exploraba el sentido moral de la cultura: las narraciones bíblicas, los mitos, la filosofía y la literatura ordenan la existencia humana y proveen al hombre de criterios para superar el caos, los conflictos, las perturbaciones. Hacen, en resumen, que el ser humano se sienta en su casa habitando el mundo.

El éxito del libro no tiene tanto que ver con su incorrección política como con su capacidad por conectar con un público hastiado con el relativismo, cansado de la indiferencia posmoderna y confuso en términos existenciales, que parecía estar condenado a decidir su identidad sin criterio o fundamento alguno. Es ese clima de “desorden”, que ha desdibujado las fronteras entre el bien y el mal, el que ha rematado a toda una generación con la expansión del nihilismo.

Con las reglas, Peterson trata de mostrar el orden y el significado de la existencia a quienes deseen convencerse de que el nihilismo resulta improductivo y, sobre todo, perjudicial. No se trata de contrarrestar con moralina la tibieza posmoderna, sino de dejar claro que enderezar el timón de la vida exige decisión, fortaleza; menos caprichos. Para Peterson, la naturaleza es sabia y muestra que no se pueden eliminar las jerarquías y las distinciones. En esa condición jerárquica natural se basan también la diferencia entre bien y mal, y el sentido moral del hombre. Es eso mismo lo que crea orden en el mundo y que dota de significado nuestra vida.

Se puede estar de acuerdo con las reglas que propone, pero la explicación que ofrece de ellas es más confusa: mezcla tradiciones religiosas, argumentos científicos, psicoanálisis y una gran dosis de filosofía nietzscheana. El interés de Peterson es psicológico, no filosófico, y se puede antojar demasiado vitalista. Ha sido criado como cristiano, pero no ha comentado si cree o no. A veces es místico, como cuando habla del “ser” heideggeriano; otras, más cientificista. En definitiva, uno saca la conclusión de que intenta superar el nihilismo cultural con el que se salda la muerte de Dios buscando alternativas de sentido. La pregunta es, sin embargo, si esas reglas, con bases tan frágiles y confusas, son suficientes o si su “antídoto contra el caos” solo pospone la insatisfacción existencial.

Fuente: Aceprensa 

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