Mario Draghi, el gran banquero italiano.

Economía y Finanzas > La moneda europea: 25 años

El duro debut del euro en España y el regreso de su “salvador” Draghi

Primero fueron los mercados en 1999, pero en 2002 el euro llegó a los bolsillos para desplazar a la peseta de toda la vida. No fue fácil la preparación para su adopción ni los primeros años, que desembocaron en la crisis de deuda que amenazó con una fractura europea. Pero Mario Draghi, el banquero central italiano, quedó en la historia por haber sabido calmar al mercado. Pedro Sánchez dice que es un maestro. Fue primer ministro de su país y cayó en medio de un embrollo político a la italiana. El presidente francés Macron hace lobby para que presida la Comisión Europea. Draghi dice que la UE, como está, ya no funciona. Investigación Especial.
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14 de enero de 2024 a las 17:22

Fue el 26 de julio de 2012. La crisis de deuda soberana en los países de la periferia europea y su creciente contagio, un tardío coletazo del colapso de la banca estadounidense en 2008, amenazaba con sepultar al euro. Algunos dicen que con hacer fracasar la idea misma del proyecto europeo. Bastaron tres palabras. “Whatever it takes”. Cueste lo que cueste. 

Así quedó abreviado en la historia financiera, no tan lejos del repetido relato oral ni de la instintiva construcción del mito.

El italiano Mario Draghi, entonces presidente del Banco Central Europeo (BCE), fue todo lo convincente que la circunstancia requería. Grave, adusto, temerario. Se iba a defender el euro cueste lo que cueste. Y así, con tres palabras, infundió ni más ni menos que confianza.

Por esos días, el Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, decía que el problema era el euro porque los países no podían devaluar: "En España, al explotar la burbuja, el sector de la construcción estaba sobredimensionado. Al reducir su tamaño se generó una gran crisis que sólo podía ser aliviada con el crecimiento de algún otro sector. Dada la falta de demanda interna, la única alternativa es la exportación. El problema es que no es suficientemente competitiva. Pero al tener el euro, eso no es posible", decía Krugman.

Pero Draghi encontró una serie de medidas calmaron a los mercados: un programa de compra de títulos en el mercado por parte del BCE para sostener los precios castigados de los bonos por las olas de ventas masivas y una baja de tasas hasta niveles incluso negativos. 

El banquero central a quien para entonces los medios ya llamaban Súper Mario -con una extraña resonancia a personaje de cómic- pasó a ser “el hombre que salvó al euro”. Otro rótulo de ésos que estampa la historia, vaya a saber, mal que le pese.

En un libro reciente, “Mario Draghi. El artífice” (Deusto), Christine Lagarde, la actual jefa del BCE, se pregunta en el prólogo cómo su antecesor se había ganado un apodo tan afectuoso como Súper Mario.

Para explicitar lo que la correcta y sutil francesa da a entender, Draghi tiene fama de tecnócrata irrecuperable y de poseer escasa gestualidad facial (una cara de póker que puede ser un gran activo para un banquero). Pero la ex ministra de Finanzas francesa se responde a sí misma: “Simple: porque es súper inteligente”.

Comienzos turbulentos

Aunque el euro se creó el 1 de enero de 1999 y se introdujo en los mercados financieros en ese entonces, fue recién el 1 de enero de 2002 que entró en circulación en los 12 países que en aquella época eran Estados miembros. 

España había ingresado en 1986 a la por entonces Comunidad Económica Europea (CEE). Ya el proceso fue arduo y supuso largos años de reordenamiento interno. Desde 1975, con el retorno de la democracia, tras la muerte de Francisco Franco, España comienza a prepararse. Tenía una inflación de dos dígitos aunque descendente.

Pero a mediados de 1977, las tensiones de precios llegaron a un punto insostenible con un crecimiento mensual del 40% medido contra el año anterior. 

Fueron necesarios los Pactos de la Moncloa para que la futura integración europea no naufragara. Los sindicatos accedieron a subas salariales basadas en la inflación prevista y no pasada.

Diez años después, en 1987, la inflación era 5,25% anual. 

Para la llegada del euro y la transición de la peseta a la moneda común todavía faltaba recorrer un camino monetario lleno de sobresaltos y complicaciones. 

Como se recuerda en el libro "1987-2022 35 Años de Economía y Finanzas en España", publicado por AFI para celebrar su 35 aniversario y rendir homenaje a Emilio Ontiveros, tan sólo tres años después de que España ingresara en la CEE, en junio de 1989, el Gobierno español integró la peseta en el llamado "Mecanismo de Cambio e Intervención" del Sistema Monetario Europeo (SME), que hoy aún existe aunque con modificaciones. 

Esto implicaba que la peseta no podía oscilar más de un 6% dentro de una banda en relación a la que era en la práctica la moneda de referencia, el marco alemán.

La idea era estabilizar los tipos de cambio para bajar la inflación e ir preparando la unión monetaria.

Tuvo el efecto contrario al esperado. Por lo general, países con inflación alta, tienen tasas de interés elevadas y monedas fuertes pero el fuerte ingreso de capitales hundió las tasas de la peseta cortando de raíz la euforia que se había desatado hasta el momento. 

Otro episodio fue igualmente traumático para los españoles. En el otoño de 1992, la suba de tasas del Bundesbank en respuesta a la reunificación alemana y la admisión por su entonces presidente de que la libra esterlina había entrado ya sobrevaluada en el SME desataron una controversia que provocaron la salida de la libra y la lira italiana del SME.

En medio del escándalo, entre septiembre de 1992 y junio de 1993, hubo una fuerte devaluación de la peseta en tres "incómodas cuotas" (la cuarta y última en 1995, fue en realidad un eco del "tequilazo" de fines de 1994).

A esta altura estaba claro que había que replantearse algunas cosas.

A principios de agosto de 1993 se acordó ampliar al 15% la banda de fluctuación del SME. Muchos vieron el fin del proyecto de unión monetaria. Pero se equivocaron al punto que es el sistema que se utilizó en 1999 para la conversión al euro y que se emplea para los países en la antesala de adoptarlo.

Pocos años después, en 1997, España cumplió "raspando" las condiciones de ingreso en el euro que en febrero de 1992 había fijado el Tratado de Maastricht, asegura el texto consultado. 

El déficit medido referencia al tamaño de la economía (PBI) aún era del 3,86% mientras que la deuda pública sobre el PBI era de 64,20% (en un sendero contrario al deseado ya que para la firma del tratado en el 92 estaba en 45,42%).

Pero la inflación había bajado hasta un irreprochable y prolijo 2% en un país que cargaba con décadas de inflación de dos dígitos.

Lo cierto es que para el 2002, cuando la moneda común entró en circulación y en los bolsillos de la gente, España tenía un déficit en relación al PBI de 0,3% y una deuda pública sobre PBI de 51,2%, según datos del Banco de España.

Un auténtico logro que se iría diluyendo con el tiempo. Diez años después, para la crisis soberana del 2012, el primer ratio era de 11,6% y el segundo de 90%, aunque de ahí en más la deuda treparía a los tres dígitos y no volvería a bajar hasta el día de hoy.

Pero volviendo a la introducción del euro, no hubo panacea económica con el abandono de la peseta con la que se había convivido toda la vida y existía un fuerte apego emocional.

Por empezar, no hubo convergencia completa de las tasas de inflación (en 1999, la inflación era de 2,9% contra 1,70% en la zona euro y para 2002, de 4% contra 2,3%) lo que desató en España un largo período de tasas de interés reales negativas. 

Esta situación alentó una grave burbuja económica e inmobiliaria y un descomunal déficit en la balanza por cuenta corriente, que alcanzó en 2007 el 10% del PIB.

Esta vez el estallido de la otra burbuja inmobiliaria que en Estados Unidos habían alentado las hipotecas subprime (de baja calidad crediticia) detonó una larga crisis con raíces autóctonas, se prolongó en España y en la zona euro cuando la desconfianza inicial en Grecia y las posteriores dudas sobre la ruptura de la unión monetaria obligaron a crear los mecanismos de rescate financiero.

José Carlos Díez, profesor de Macroeconomía y Finanzas Internacionales en la Universidad de Alcalá, pone en perspectiva lo que significa el euro en el presente: “España tiene hipotecas por debajo del 4% y pudo financiar los cuantiosos gastos de la pandemia gracias a pertenecer a la moneda única. Hoy emitimos deuda a 10 años por debajo del 3%. Antes de 1999, los hacíamos a tipos altísimos”. En efecto, eran tasas que superaban el 10%.

Pero volviendo al Grexit (el abandono de Grecia de la Unión Europea), los rescates y el euro al borde de la fisura, la crisis no se calmó hasta que en el verano de 2012 un italiano hincha de la Roma que manejaba el banco central de los europeos pronunció su célebre frase.

“Europa como está ya no funciona”

Draghi parece estar de vuelta. Pero esta vez con un pie adentro de la alta política de la UE. Pero antes le tocó un gran golpe.

Fue el momento de la experiencia fallida como primer ministro de su país, cargo que debió dejar a los 17 meses, repudiado por los propios populistas que lo habían apoyado y ahora lo veían con desprecio como a un “técnico”.  

El líder de Forza Italia, Silvio Berlusconi, nunca le atendió el teléfono cuando buscaba conocer las intenciones de la derecha el día que finalmente se produjo la caída de su Gobierno.

Con su dimisión, el presidente quedó obligado a disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones. 

Le siguió un bajo perfil comprensible pero salpicado por algunos artículos que llamaron la atención, sobre todo uno publicado en The Economist (“¿Puede sobrevivir una unión monetaria sin una unión fiscal?”).

Sus ideas respecto a una UE que se había vuelto casi obsoleta y necesitaba una reinvención urgente sintonizaron con las impresiones -quizás antiguas pero latentes o calladas- de muchos. 

Convocado al poco tiempo, Draghi ya trabaja en un informe encomendado por Ursula von der Leyen, presidente de la Comisión Europea, para identificar las debilidades de la competitividad europea y presentar propuestas de reforma. Una tarea que lo lleva a recorrer las cancillerías de toda Europa para tomar contacto directo con las distintas realidades. 

“Es importante comprender que no podemos afrontar solos los desafíos supranacionales de Europa. Necesitamos pensar en una mayor integración política, en un verdadero Parlamento Europeo. Europa como está ya no funciona. Es un momento crítico. El modelo de crecimiento se ha disuelto y necesitamos reinventar una forma de crecimiento, pero para eso necesitamos convertirnos en Estado. El mercado europeo es muy pequeño y, en realidad, se compone de muchos mercados separados”, es la visión de Draghi. 

Los comentarios -su tono de alarma, de urgencia- surgieron durante la primera entrevista que dio desde que dejó el Gobierno italiano en ocasión de la presentación de un libro.

En todo caso, cada vez retumban con más eco las versiones de un regreso de Draghi a un puesto de alta responsabilidad en el Gobierno de Europa. 

Con las elecciones europeas de junio a la vuelta de la esquina, la presidenta de la Comisión está armando su juego político. Von der Leyen confía en que el Europarlamento de Estrasburgo le permita repetir su mandato.

Mientras tanto, Draghi podría presentar su candidatura a la presidencia del Consejo Europeo, el puesto que ocupa el belga Charles Michel, y que conlleva encabezar las reuniones de los líderes de los Veintisiete. 

Pero como siempre, uno puede contar con que otros también han tejido sus propios planes. En este caso, nada menos que el presidente francés, Emmanuel Macron, quien quiere a Draghi en la Comisión.

Así lo publicó al menos el diario italiano La Repubblica en su tapa con un título que decía: “El candidato Draghi”. Parece ser que hace poco menos de cinco años, Macron ya fue el “kingmaker” que puso a Ursula von der Leyen en la presidencia de la Comisión después de llegar a un acuerdo con la entonces canciller alemana, Angela Merkel. 

Para convencer esta vuelta a los alemanes, Macron le ofrecería a Von der Leyen la secretaría general de la OTAN, que se libera precisamente para la misma época, un cargo que la mantendría en el tablero de la política internacional. 

Draghi, a decir verdad, parece un poco al margen de estas maniobras, lo que no quiere decir que no esté interesado en volver a una posición de toma de decisiones. Se lo imagina más bien obsesionado con su mensaje de una reforma inevitable de las instituciones europeas. 

“La antigua Unión Europea ya no existe. El grave problema es que la futura Unión aún no existe y la perspectiva de su ampliación a los países balcánicos y a Ucrania, sin haber llevado a cabo las reformas, podría tener un desenlace fatal. Será necesario evitar repetir los errores cometidos en el pasado al ampliar nuestra periferia sin fortalecer el centro”, avisa.

Draghi es un hombre con una misión. Salvar a Europa.

 

 

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