Pancho Perrier

Noventa y nueve años de dilemas socialistas

Nueva sangría de un viejo partido torturado por los vaivenes ideológicos

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24 de enero de 2020 a las 14:24

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El Partido Socialista sufre otro de sus tantos pujos dramáticos, en parte por luchas ideológicas y de poder, en parte por la pobre votación recogida en las elecciones de octubre.

El secretario general, el docente de filosofía y actual diputado Gonzalo Civila, representa la vertiente “ortodoxa” del Partido, anticapitalista y simpatizante del socialismo revolucionario. Sus adversarios internos, y los renunciantes al Partido, un goteo constante, proponen un socialismo reformista y liberal.

Hace 25 años la pugna entre “ortodoxos” y “renovadores” –siempre mezclado con ripios personales y de camarillas– afloró tras la pobre votación del Partido en las elecciones de noviembre de 1994, pese al gran éxito personal que estaba teniendo uno de los suyos, Tabaré Vázquez.

Nicolás Garrido
Cena organizada por el Partido Socialista en julio de 201, considerada un mensaje a la interna del FA de Tabaré Vázquez. En la mesa conversa con Reinaldo Gargano, Eduardo Lorier, Lucía Topolansky y Luis Almagro

El PS no terminaba de soldar a la nueva generación de militantes, emergida tras la dictadura, con la vieja guardia regresada del exilio, entre ellos Reinaldo Gargano y José Díaz. Tampoco parecía haber digerido bien la caída de los regímenes del “socialismo real” en Europa. Por entonces Gargano, secretario general, todavía hablaba de marxismo y de eliminar la propiedad privada de los medios de producción.

Gargano tuvo su revancha en las elecciones de 1999. Entonces el PS se convirtió en la fuerza mayoritaria del Frente Amplio (aunque dilapidó rápidamente ese capital en las municipales de mayo de 2000, cuando se apropió de la mayoría de las candidaturas departamentales y perdió en todos lados, salvo en Montevideo. “Algunos estaban agrandados como alpargata de bichicome”, reprochó Tabaré Vázquez).

Al fin, en julio de 2000, un “renovador”, Manuel Laguarda, fue elegido en lugar de Gargano. Fue sólo otro capítulo de una larga deriva. Laguarda sería sustituido en 2001 por otro “ortodoxo”, Roberto Conde (quien luego renunció al Partido y en 2019 fue candidato al Senado en una alianza con el PVP, un pequeño sector ultra); quien declinó en 2006 ante otro “renovador”, Eduardo “Lalo” Fernández (viejo dirigente sindical del Banco República, actual director de Limpieza municipal y soporte de Daniel Martínez); luego sucedido por dos “renovadores”, Yerú Pardiñas y Mónica Xavier; hasta el ascenso en marzo de 2019 del “ortodoxo” Gonzalo Civila.

Diego Battiste

Después, pese a que el “renovador” (que nunca se metió en la interna partidaria) Daniel Martínez ganó la candidatura presidencial del Frente Amplio, el PS se despeñó. Pasó de 136.148 votos y dos senadores en 2014, a 71.416 votos en octubre de 2019 y un senador (Daniel Olesker), igual que 61 años atrás.

El socialismo marxista de Civila y Olesker propone “más izquierda” y más Estado, financiado con más impuestos a las rentas y al patrimonio. Y no le teme a la constante pérdida de cuadros partidarios, que achican al partido pero favorecen su cohesión ideológica, al modo de las purgas de Lenin.

Un renunciante dijo en junio que Civila y los suyos padecen “fascinación por el populismo”, que representan “la admiración local del peronismo, por ejemplo, o del madurismo”, y que desconocen “la matriz reformista y liberal del Uruguay moderno”. 

Al fin, los resultados electorales son un elemento decisivo para la suerte y prestigio de las direcciones partidarias, que son elegidas por capillas de afiliados. Pero también hay poderosos asuntos ideológicos y estratégicos.

¿El PS debe aliarse al Partido Comunista, como hace ahora tras la candidatura municipal de Carolina Cosse, a riesgo de parecer un hermano menor y acomplejado; o su destino histórico (y su éxito político) está más hacia el centro socialdemócrata?

El PS, fundado en 1910 y liderado por Emilio Frugoni, una de las figuras más trascendentes de la política nacional, sabe de esos dilemas.

Wikipedia
Emilio Frugoni, fundador del Partido Socialista

El Congreso de la Internacional Comunista (Komitern) de julio de 1920 en Petrogrado (San Petersburgo), cuando el triunfo de los bolcheviques en Rusia era un hecho, reunió a entusiastas delegados socialistas del mundo.

Lenin creó una cadena dogmática y militar, con él en la cúspide, para una revolución mundial que creía inminente. El Komitern aleccionó a los delegados para que volvieran a casa a “romper” y purgar a los partidos socialistas locales, transformándolos en comunistas. Entre las “21 condiciones” de Lenin se contaban la expulsión de “reformistas y centristas”, una disciplina partidaria estricta, la infiltración de los sindicatos y los ejércitos, y la creación de una estructura paralela ilegal como brazo revolucionario.

Un congreso del PS en abril de 1921 decidió, por amplia mayoría, aceptar las “21 condiciones” de Lenin, y cambiar su nombre por el de Partido Comunista de Uruguay (PCU). El beligerante Frugoni, en minoría, refundó el Partido Socialista, como continuidad del anterior.

El primer secretario general del PCU fue el diputado socialista Celestino Mibelli, fundador del club de fútbol River Plate y antiguo empleado del diario batllista El Día. Sería expulsado en 1927 por “desviacionismo” y “traición”, en los preámbulos del predominio absoluto del comunista minuano Eugenio Gómez.

De esos líos abstrusos hubo muchos. En 1973 la dirección del PS expulsó a la “microfracción”, que simpatizaba con los tupamaros, y luego, en mayo, a la “macrofracción”, que preconizaba la unión de socialistas y comunistas en un solo partido (entre ellos estaba Marcos Carámbula, actual presidente de ASSE y ex intendente de Canelones). Esa misma dirección, muy influida por el ensayista e historiador Vivián Trías, el teórico más importante del Partido, vio aspectos positivos en el “pronunciamiento” militar de febrero de 1973, vagamente populista y nacionalista; aunque luego se opuso radicalmente al golpe de Estado (porque fue de derechas).

El PS de Frugoni, pequeño e ilustrado, lució en el Parlamento y en círculos universitarios. Después, la postura prooccidental del anciano líder durante la “Guerra Fría” fue objetada en la interna por una nueva generación de dirigentes: Vivián Trías, José Díaz, Guillermo Chifflet, Reinaldo Gargano.

Nicolás Garrido
Reinaldo Gargano en el aniversario del Frente Amplio en 2010

Encandilados por la revolución cubana de 1959, abandonaron el socialismo democrático y adoptaron una dirección autoritaria, el marxismo-leninismo y las tesituras revolucionarias populistas. (En Europa occidental, con el Ejército Rojo enfrente, los partidos socialistas hacían exactamente lo contrario).

Para las elecciones de 1962 crearon la Unión Popular (UP) con el disidente blanco Enrique Erro, que dejó al PS sin representación parlamentaria y en un pantano.

Un grupo pequeño, que incluía a Raúl Sendic, Jorge Manera Lluveras y Julio Marenales, optó en 1963 por la violencia revolucionaria de lo que luego sería el MLN-Tupamaros.

En 1967 el secretario general José Díaz respaldó en La Habana las decisiones de una Organización Latinoamericana de Solidaridad (Olas), que propuso la lucha armada como forma principal de liberación de los pueblos y de construcción del socialismo. Fue otra concesión a la moda, más verbal que sustancial, de un partido al borde de la extinción. Pero sirvió a Jorge Pacheco Areco para ilegalizar al PS y otros grupúsculos.

Un nuevo renacimiento ocurriría en 1971, cuando los socialistas contribuyeron a crear el Frente Amplio, una coalición inspirada en los viejos “frentes populares” europeos de los años ‘30, que se moderó en la contrariedad y el llano hasta el completo triunfo de 2005.

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